“Cuando no queden más camas van a entender de qué estamos hablando”. Hay en la voz de Daniela Carboni una mezcla de tristeza y bronca. Es cardióloga, lleva un cuarto de siglo en la terapia intensiva del Hospital Tornú y corrige cada vez que escucha “segunda ola”. Para ella es la tercera, porque el verano tampoco dio tregua. Exhausto al cabo de más de un año de pandemia, el personal de salud observa atribulado la curva vertical de los contagios, sabiendo que, a este ritmo, el colapso del sistema es inevitable. Daniela no oculta su enojo con “los que no se cuidan y después se convierten en pacientes que sobrecargan el trabajo”.

Durante un año, los medios recurrimos a epidemiólogos y bioinformáticos para comprender la magnitud y trazar el rumbo de la crisis sanitaria. Hoy, cualquier alumno de cuarto grado debería entender la ominosa matemática que revelan los partes diarios del Ministerio de Salud. Con 20 mil contagios diarios, si el 5% de los infectados requiriera internación, se necesitarán mil camas de aquí a diez días. Pero en el Tornú, mientras habla Daniela, queda una. En el Durand, cuatro. Ninguna en el Muñiz. Más matemática elemental: si los nuevos casos se duplicaron en doce días, ¿qué evitaría, si todo sigue igual, que al cabo de otros doce se hayan cuadruplicado?

Antes del primer pico de la pandemia, el investigador del Conicet Roberto Etchenique acuñó la categoría de “inmunidad de cagazo” para analizar el descenso de los contagios en países consternados ante las escenas de muertes en los pasillos de los hospitales y aun en las calles, de enfermos que no lograban acceder a un respirador. Esas imágenes no se vieron en la Argentina, que aprovechó la cuarentena inicial para reconstituir un sistema de salud devastado. Y las de Europa en el brote inaugural, las de países latinoamericanos cercados por la primera ola, se difundieron esporádicamente, invisibilizadas por los medios concentrados, enfocados en descalificar el manejo local de la pandemia.

Con el coro negacionista de esos medios y de la oposición zumbándole en las orejas, una parte de la población ha sido –desvirtuando aquella aguda categoría de Etchenique– “inmune al cagazo”. A los “libertarios” más obtusos, pero también a los fanáticos de la cerveza con amigos, del running y del “barbijo de bufanda”, el miedo no les llega. Y en ese océano ha naufragado la responsabilidad individual. Si ellos se contagian, contagian a todos.

Pero dos más dos es cuatro. Como alertaron en un comunicado conjunto el Ministerio de Salud bonaerense, el PAMI y obras sociales y prepagas, por este camino el sistema colapsa. Y la mayoría de la población, así lo demuestran los estudios de opinión pública, está decidida a apoyar restricciones más estrictas si corren peligro las vidas de miles de argentinos. Todo indica, entonces, que el momento del “cagazo” ha llegado.