Lionel Messi es el hombre que nunca se fue y, sin embargo, volvió. Desde la final con Chile en la Copa América Centenario, cuando anunció su –no consumada- renuncia a la Selección,  quedó la idea de una ausencia. Un vacío que incluyó ruegos públicos, cartas abiertas y hasta un banderazo bajo la lluvia, más todas las especulaciones que rodearon a lo que haría el crack. Se trató de un vacío a futuro. Un trauma. Porque entre ese instante en caliente y este triunfo 1-0 –con su gol- frente a Uruguay por las Eliminatorias para el Mundial de Rusia 2018, no hubo nada. Messi volvió a jugar para la Argentina como si nunca se hubiera ido; como si nunca hubiera existido, ni siquiera, el intento del adiós.

Ahora con otro entrenador, Edgardo Bauza, pero con la misma magia. El equipo fue todo de él. El triunfo fue de Messi. Si tuviera que marcarse ese momento extático, hay que tildar el minuto 43 del primer tiempo, una jugada sucia que gana con su calidad, pero también con su empuje y actitud. Después de un rebote, la pelota entra. Es Messi. Y es gol. El único del partido.

Pero Messi fue más que el gol. Fue el líder futbolístico de una Selección que se rearma en el segundo semestre, gestionada ahora por un entrenador que llega envuelto en una situación paradójica: parece que está encargado de una reconstrucción y, sin embargo, tiene una vara alta, administrar a una generación de futbolistas –encabezada por Messi- que llegó a la final en los tres últimos torneos que disputó, un Mundial y dos Copa América.  

Messi flotó en el ataque. Se recostó por la derecha desde un principio, en un esquema nuevo al que sostenía Gerardo Martino, una línea intermedia junto a Paulo Dybala y Ángel Di María, más retrasado que lo habitual. Y un 9, Lucas Pratto. Atrás, el doble cinco formado por Javier Mascherano y Lucas Biglia. Dentro de eso, Messi se movió con la libertad con la que se mueven los que no necesitan esquemas, sino espacios y socios. Messi pareció tener a uno de esos socios en Dybala: se juntaron en algunas ocasiones hasta que al cordobés lo expulsaron por doble amarilla.

Pero si ese momento del gol fue el hecho Messi del partido, también lo fue el caño con el que sometió a Mathías Corujo al inicio del segundo tiempo, esas delicadezas con las que también irradia belleza. El caño fue otra forma de volver. O una forma de decir que ahí estaba después de todo el quilombo –Messi dixit- que generó su renuncia. Sólo Messi podía hacerlo. Y ahora sólo Messi puede pensar en el descanso. Porque no se sabe si jugara contra Venezuela. Aunque lo quería hacer ya lo hizo: jugó, ganó y puso a la Argentina en el primer lugar de la tabla de Eliminatorias. Lo demás –lo anterior- es hojarasca.