“No desmerezco lo virtual, porque también tiene magia. Pero el libro ha atravesado siglos, sigue siendo igual desde la época de Gutenberg. Los libros que he hecho se han digitalizado, pero me cuesta mirarlos en versión digital. Quizá en el futuro el libro tradicional se convierta en un objeto vintage, pero por el momento no es así y ojalá nunca lo sea” dice Javier Garrido. Él hace libros para chicos de manera integral: diseña la maqueta, escribe los textos y realiza las ilustraciones. Como bien lo muestran El ABC de Amadeo, Cómo hacer un monstruo espantoso, Mi pez Arturito y tantos otros publicados por La Brujita de papel, a través de textos cortos y dibujos sueltos, encara los temas que les interesan a los “los locos bajitos”.

Descubrió su vocación de hacedor de libros en el momento en que fue padre. Antes se recibió de arquitecto, se dedicó a la dirección de cine publicitario –profesión que aún continúa ejerciendo- y hace poco se recibió de psicólogo. En diálogo con Tiempo Argentino cuenta de qué modo usa las palabras, los colores y las formas para llegar a los chicos.

-¿Es común que una misma persona haga el texto y las ilustraciones de un libro?

-Lo más frecuente es que alguien haga el texto y otra persona, las ilustraciones. Yo junté las dos cosas, pero no me considero ni un escritor ni un ilustrador, sino un productor de libros con contenido para los niños.

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-¿Cómo llegaste a hacer libros, algunos de los cuales, como el del abecedario, tienen una cierta intención didáctica sin descuidar lo artístico y lo comunicacional?

-En realidad, soy un producto de mis niños. Empecé a hacer libros a partir de mis chicos, a partir de lo que escuchaba que les preocupaba, lo que les interesaba, los miedos que tenían, las preguntas que me hacían. De ese modo comencé a dibujar, porque vengo de la arquitectura, aunque nunca ejercí esa profesión, sino que me dediqué al cine. Fui asistente de dirección muchos años, luego dirigí y continúo dirigiendo publicidad para televisión. Durante un tiempo escribí guiones e hice cortometrajes. Mezclé todas esas cosas e hice un producto pensando en mis hijos. Luego tuve la suerte de poder editarlos, la experiencia me gustó y ya tengo ocho libros editados y estamos por sacar el noveno.

-¿Siempre publicaste para la misma editorial?

-No, también trabajé con la editora Cuatro islas. Allí hice dos trabajos, uno sobre discapacidad referido a chicos con parálisis cerebral y El abc de Lila. Lila es mi hija. 

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-¿Viniendo de la arquitectura te costó hacer un dibujo tan suelto como el que ilustra El ABC de Amadeo o Cómo hacer un monstruo espantoso?

– La mayoría de esos dibujos surgieron dibujando al lado de mis hijos. Tenemos un ritual de sábado a la mañana que es ponernos a dibujar. Miraba los dibujos míos y los de ellos e iba saliendo un mix. Busqué un estilo a partir del dibujo infantil. No es un dibujo perfecto, porque lo que busco es la soltura. Es probable que nunca logre la perfección de los ilustradores que han trabajado durante muchos años en ese oficio, pero apunto, sobre todo, a un dibujo más expresivo, más lúdico. Trabajo mucho con crayones porque creo que el crayón es muy gestual. No tengo la paciencia del ilustrador refinado que busca la sombra perfecta. Si bien para hacer un dibujo ensayo mucho, en el momento en que pongo a trabajar, me gusta resolverlos con un trazo. Otras veces, como en el caso de Cómo hacer un monstruo espantoso trabajo con acrílico y un poco de acuarela. Está por salir un libro sobre el cambio climático que también está hecho con acrílicos. Es un material que me gusta porque me permite ser veloz, seca rápido y me da la libertad de probar y probar.

-¿Catalogarías tus libros infantiles como libros-álbum?

-Sí, porque hay un diálogo entre texto e ilustración. Por sí solo el texto no termina de funcionar y la ilustración tampoco.

-¿Cómo surgió el libro referido a los miedos?
– A partir de los miedos de mi hija me puse a investigar un poco sobre el tema. Además, acabo de recibirme de psicólogo y, por supuesto, el tema me interesa.

– ¿Y cómo se compatibilizan la arquitectura, la psicología, la ilustración y la escritura para chicos?

-La psicología me interesó siempre. Estudié arquitectura porque en realidad me interesaba el cine. La publicidad es algo muy volátil, aparece hoy y mañana desaparece y yo tenía la necesidad de hacer algo más social, más humano y eso me llevó a esta otra vocación de hacer libros para chicos. A los 55 años me convertí en un autor de libros que hago en su totalidad. Nunca me han llamado, por ejemplo, para ilustrar un texto ajeno ni para escribir algo para otro ilustrador. Hay grandes ilustradores con mucha profesionalidad en el dibujo y también escritores con mucho talento. En mi caso, el libro surge a partir de un diálogo entre las dos cosas, aunque a veces me surge primero el dibujo y otras veces, el texto. Los míos no son libros industriales, tienen mucho que ver con mis hijos. No provienen de una petición del mercado, sino de mi propia casa. En este sentido, los siento como parte de la familia y me enorgullece compartirlos con mis hijos. El ritual de la lectura con ellos era algo que me interesaba sostener. Es una especie de militancia en este mundo de la electrónica y de las pantallas. El libro es algo que me sigue conmoviendo y que me encanta poder hacer.

-¿Y tus hijos qué piensan de tus libros?

-Bueno, ahora prefieren a Harry Potter (risas). Antes de hacer los libros, hago una maqueta, una especie de libro hecho a mano. Y en el ritual de la lectura me interesa mucho cómo lo ven. La lectura que ellos hacen de la maqueta es mi primera confrontación con el público inantil. Ellos me dan su opinión, me dicen lo que entienden y lo que no, lo que les divierte y lo que no les divierte tanto. También intervengo sobre eso, escucho y modifico cosas en función de las palabras de ellos. También Natalia, mi esposa, forma parte de los primeros lectores y es un estímulo importante en mi producción.

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Si hacés la maqueta, también sos diseñador.

-Sí, aunque también he hecho un par de libros con diseñadores, pero esos aún no han salido.

-¿Visitás escuelas con tus libros como lo hacen muchos autores infantiles?

-Sí, visito escuelas y el momento del contacto con los chicos siempre me emociona mucho. Ver que el libro salió de casa y tiene un público lector, estar en contacto con chicos que vuelven a dibujar a su manera los dibujos que hice yo o escriben historias sobre esos dibujos míos me permite ver qué generan mis libros en el otro y de qué modo llega lo que escribo. Por lo general, cuando voy a las escuelas, los chicos ya han trabajado con mis libros y suelo encontrar el aula empapelada con los personajes. Ellos tienen mucho interés en saber cómo surge un libro, cuál es la idea disparadora y conversamos bastante sobre eso. Me preguntan sobre mis próximos proyectos y les gusta mucho que les lea un cuento, lo que me entusiasma. La lectura es algo que se está perdiendo, pero creo que en la infancia es muy importante que alguien nos lea. El ritual de la lectura en voz alta es algo que yo valoro mucho.

Es un ritual muy antiguo, porque en siglos pasados era poca la gente que sabía leer y escribir y el que sabía hacerlo les leía a los demás. La lectura silenciosa surgió después de esta lectura colectiva. En las fábricas cubanas de habanos, por ejemplo, siempre había un lector que leía en voz alta.

-Sí, eso es algo muy hermoso. Esa forma de transmitir la lectura es algo que me conmueve y creo que es algo que se está perdiendo. Pienso, por ejemplo, en lo que significaba escuchar en familia una voz en la radio. Yo no lo viví, pero mis padres me contaron cómo la familia se nucleaba alrededor de la radio para escuchar a alguien que leía en vos alta. También se hacían reuniones para recitar poesía. Los grupos de Boedo y de Florida se juntaban a leer textos. Cuando yo mismo tengo la oportunidad de leer en voz alta, siento que estoy haciendo una militancia. Mi bandera es escribir en base a lo que me van diciendo los chicos. Me gusta poner sus problemas en un personaje y convertirlo en un libro.