“Durante la violación –recuerda Zulema Soto, 55 años, protagonista de un caso que se viralizó en las redes sociales y que ya movilizó a vecinos y organizaciones sociales de Moreno– me fui mentalmente. Pensé: me voy porque tengo que estar viva para contar lo que están haciendo, tengo que vivir para contarlo y hacerlos caer”.

Lo que hicieron es un inventario del terror: el 16 de noviembre, cuatro hombres vestidos con uniformes de la Policía Local de Moreno irrumpieron en la casa de Zulema, en Francisco Álvarez. Le apuntaron con sus armas reglamentarias, le pegaron con los bastones en la cabeza –lo que le produjo una fisura de cráneo– y también la obligaron a caminar sobre vidrio roto y la quemaron con cigarrillos. Durante la sesión de tortura le exigieron, a gritos, el dinero de un plazo fijo. Hartos de no tener la respuesta esperada y con el pretexto infame de que el más joven de ellos “tenía que debutar”, le sacaron la ropa y la violaron hasta hacerle perder el conocimiento. Cuando se despertó, Zulema estaba en una cama del hospital de Merlo con el cuerpo lacerado por tanta saña.

“Cuando mi vieja se dio cuenta de que no iba a poder resistirse, trató de bloquear el dolor y empezó a mirarlos, a memorizar rostros, y por eso pudo darle a la justicia tres identikits de los cuatro. Los estuvo estudiando tanto que por eso ella insiste en que no estaban disfrazados, sino que eran policías de verdad”, explica Juan José Hoyos, uno de los hijos de Zulema que también forma parte de esta historia siniestra.

“El día 14 –continua– fui al Banco Nación de Moreno a sacar una plata que tenía. Ya me pareció raro que la cajera me haya hecho esperar más de media hora afuera de los boxes, antes de entregarme el dinero. Cuando salí, hago cinco cuadras y entro a una concesionaria a pagar la transferencia de un vehículo que había comprado y cuando salgo, tres hombres armados me sacan el bolso con los 50 mil pesos que había retirado y documentación personal. Entre esos papeles estaba el comprobante de un plazo fijo”.

Juan José radicó la denuncia en la comisaria 1° de Moreno. Sin embargo, los policías que lo atendieron, lejos de mostrar interés en la búsqueda de los ladrones, insistieron en conocer el monto del plazo fijo y sus datos personales, como por ejemplo, la dirección de su casa. El interrogatorio a la víctima se extendió tanto –alrededor de cuatro horas– que Zulema llegó al destacamento y comenzó a increpar a los oficiales por el destrato a su hijo.

Dos días después, Zulema recibió la violenta visita de los uniformados. En su relato ante la Unidad Fiscal de Instrucción N°3 de Moreno, la mujer contó que, además de insultos y amenazas, escuchó que los hombres le decían “dale, hablá ahora, quéjate, ponete a gritar”. El otro dato que hace sospechar a la familia de la complicidad de la comisaría es que los policías, en todo momento, estaban buscando dinero. Por eso registraron todas las habitaciones de la casa y revolvieron cada cajón a su paso.

En ese sentido, Zulema detalló que los hombres que la torturaron y violaron, llevaban armas y tonfas reglamentarias, parecían moverse de acuerdo a rangos –uno daba las órdenes y el resto obedecía– y tenían los modos propios –forma de intimidar, jerga, movimientos– de integrantes de la fuerza.

“Mi mamá –concluye Juan José– está destrozada. Pero igual quiere que se sepa todo lo que pasó porque en la zona hay un montón de casos de violencia y abuso que no son denunciados por miedo. Nosotros vivimos con miedo porque ya no sabemos en quien confiar, pero es más importante que los verdaderos culpables, sean policías o no, reciban el castigo correspondiente y no que salgan a la caza de perejiles”.