En la cuenta de Twitter oficial de Los Del Sur, la barra de Atlético Nacional de Medellín, no hay ningún posteo durante las últimas horas sobre el partido que el equipo perdió con Argentinos Juniors por la Copa Libertadores. Todo es represión, muertes, desapariciones, el terror impuesto por el gobierno colombiano. La única referencia al partido del jueves es un retuit a Bogotá Verdolaga, el brazo de hinchas que está en la capital: “Mientras el Verde juega, nos están matando”. En las calles, un día antes, Los Del Sur se habían juntado con sus rivales de Rexixtenxia Norte, la barra del Deportivo Independiente de Medellín.  A diferencia de lo que pasa en las tribunas, esa vez cantaron una canción común: “Yo soy del pueblo, es un sentimiento, no puedo parar”.  

El fútbol en Colombia está en otra parte, quizá en Asunción, la sede que eligió Conmebol para que nada le frene el show. Hacia la capital paraguaya llevó de urgencia los partidos de los equipos colombianos, como ya lo había hecho con otros que debían jugarse en ciudades con situaciones sanitarias graves. Paraguay también es la sede posible si la Copa América no pueda hacerse en Colombia y Argentina, como está previsto para dentro de un mes. Paraguay es la burbuja Conmebol. 

“El fútbol es muchas veces refugio de los problemas sociales, pero el problema social es tan fuerte que es imposible disfrutar de un partido como el del jueves. También a los jugadores, aunque no lo digan, les afecta lo que pasa”, dice Raúl Martínez, miembro de la barra Los Del Sur. Las barras en Colombia piden que se pare el fútbol. “No me entra en la cabeza que haya fútbol -dice Martínez-, no puede ser algo aislado”. Martínez es sociólogo y forma parte de un proceso que lleva más de diez años en Colombia, el barrismo social, una política pública que intentó transformar las tribunas, pacificar el fútbol colombiano. Tuvo buenos resultados en Medellín, aunque dispares en otros lugares del país.  

“Promueve acciones a favor de las comunidades más vulnerables, poblaciones a las que los mismos barristas pertenecen. Los trapos y las instrumentales son manifestaciones culturales en las que no solo algunos integrantes de cada barra promueven el trabajo, sino que también terminan aprendiendo sobre música, pintura y confección. Pero, además de eso, el barrismo social ha promovido espacios pedagógicos y educativos. Tanto así que los estadios muchas veces han sido escenarios para la protesta y para manifestarse en contra de los modelos de salud y educación”, me cuentan Andrés Osorio Guillott, periodista de Deportes de El Espectador, y Fernando Araujo Vélez, editor del suplemento de cultura y autor de los libros Pena Máxima y El fútbol detrás del fútbol.

En los 80, explican Osorio Guillot y Araujo Velez, el fútbol colombiano fue tomado por el narcotráfico y el paramilitarismo. Las barras, dicen, fueron parte de todo eso. “Esa relación de poder, de dineros oscuros y de fuerza y sangre -dicen- ha seguido gobernando hasta el día de hoy, con otros personajes y otros modos de actuar, obviamente. Para la Federación Colombiana de Fútbol, el show siempre debe continuar, pues todos sabemos que detrás del show vienen los grandes dineros. Por medio de cláusulas de silencio que les hacen firmar a los futbolistas en sus contratos, manteniéndolos en la ignorancia, comprando periodistas, etcétera, ‘La familia’ fútbol sigue siendo ajena a las condiciones de vida de los colombianos, y por lo mismo, a todo tipo de manifestaciones sociales”.

El barrismo social busca modificar esa lógica. “En un momento nos juntamos las dos barras de Medellín y empezamos a pensarnos de otra manera. En esta ciudad que ya estaba llena de muertos había que dejar de matarse por el fútbol”, dice Martínez. Comenzaron con procesos de convivencia que no fueron sencillos. Se les dio a las barras una especie de institucionalización. Pudieron armar su sede, tener sus propios programas y financiarse de modo legal. “Se buscó cambiar prácticas negativas por prácticas positivas. Los Del Sur hemos trabajado en proyectos como fútbol y arte, futbol y literatura, pintura y dibujo, fotografica, comics. También hemos tenido proyectos productivos porque entendemos que parte del problema de los jóvenes de la barra es que no tienen recursos y tenemos que generarles un bienestar”.

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Martínez aclara que no es una política fácilmente exportable, tiene que ver con contextos y particularidades de cada fenómeno. Lo mismo opina el sociólogo argentino Pablo Alabarces: “No puede haber comparación con las barras argentinas, más metidas en la clandestinidad, el negocio sucio y con una complicidad con los estamentos políticos y policiales”. Después está el traslado hacia la movilización política, algo que también ocurrió en Chile con las barras de Colo-Colo y la U durante el último estallido. “Desde hace años hemos tenido manifestaciones abiertas políticas -dice Martínez-. Apoyamos los paros de obreros, de los estudiantes, de los campesinos, por eso tenemos una bandera que dice “1º de Mayo – Lucha popular”. Las protestas, cuenta, comenzaron en 2019. Ya ahí marcharon junto a la barra del DIM. Como también salieron ahora, caminando a metros de distancia y con cantitos en común. “Somos parte de un país -dice Martínez- que tiene muchas necesidades; no somos de los ricos del país, no somos de los que mandan”. Alguien imaginó en las redes sociales lo que sería un partido entre Atlético Nacional y el DIM, con público, y con las dos hinchadas cantando contra el gobierno y la represión. Pero ahora no es posible. Ahora, o por ahora, están las calles para eso.