Posiblemente Milena Jesenská no hubiera pasado a la historia de no haber sido un desesperado amor de Franz Kafka, a quien conoció en 1920 en un bar de Praga y con quien mantuvo un amor más epistolar que físico, ya que ella vivía en Viena y, además, era prisionera de  un matrimonio desdichado.  Cartas a Milena reúne la correspondencia que él le escribió entre 1920 y 1922. Kafka moriría en 1924. Milena, 20 años después en el campo de concentración de Ravensbrück. 

Aunque fue el autor de La metamorfosis quien preservó la memoria de Milena y la hizo  conocida para el mundo, ella tenía méritos suficientes para brillar por sí misma. 

Fue periodista, escritora  y traductora. Tenía una gran fuerza espiritual y, además,  una notable sensibilidad. 

Así lo atestigua el libro de Margarete Buber-Neumann, Milena, que apareció por primera vez en español en 1967 y que acaba de reeditar Tusquets. Originalmente el libro se llamaba Milena, la amiga de Kafka, título que opacaba sus virtudes propias, aunque la autora se encargó de resaltarlas en el texto.

Ambas mujeres se conocieron en el campo de concentración de Ravensbrück, experiencia a la que Milena no sobrevivió. «Milena Jesenká –dice Buber-Neumann– me- merece atención no sólo como amante de Kafka, sino porque ella misma era una personalidad fascinante, alguien que en su juventud no hizo caso de los convencionalismos burgueses, y que a lo largo de su dura vida, en vez de optar por el individualismo extremo, se decantó por la sensibilidad social y política. (…) Cuando Hitler ocupó Checoslovaquia, Milena empezó a salvar, arriesgando su propia vida, a los más amenazados. Ayudó a judíos y a compatriotas checos a huir al extranjero. Editó una revista clandestina y exhortó a ejercer la oposición contra los opresores. Al cabo de poco tiempo la detuvo la Gestapo. En 17 de mayo de 1944 murió en el campo de concentración de Ravensbrük.»

Milena había nacido en Praga en 1896. Su padre era médico y su madre tenía fama de artista porque tallaba la madera. Pese a que familia estaba en una posición económica desahogada, tuvo una infancia dura quizá por el carácter fuerte y arbitrario de su padre, Jan Jasenky, a quien, según la biógrafa «amaba tanto como odiaba». 

Él le impuso una educación patriarcal. Para saludarlo debía besarle la mano y nunca pudo superar la distancia que le imponía el tratamiento de «usted». 

Cuando Milena tenía tres años, nació su hermano quien murió siendo un niño. Para ella supuso un dolor doble: soportar su ausencia y soportar también el cambio de actitud de su padre, que a partir de entonces comenzó a pegarle y darle otro tipo de castigos, como meterla en el enorme cesto de la ropa sucia y cerrar la tapa haciendo que ella se sintiera ahogada.  

Su entrada en la pubertad también fue dolorosa, ya que su madre murió prematuramente víctima de una enfermedad cuando Milena tenía sólo 13 años. Su padre, había decidido que fuera ella quien la cuidara durante el día, tarea en la que llegaba al agotamiento. 

Lejos de debilitarla, estas experiencias templaron su carácter y le despertaron una fuerte rebeldía. Aunque no era común en la época tratándose de una mujer, terminó el bachillerato con las mejores calificaciones en la escuela femenina Minerva de Praga. Su padre la obligó a estudiar Medicina, pero abandonó su carrera porque sus intereses eran otros. 

Un embarazo y un parto difíciles la convirtieron en una adicta a la morfina que le suministraba su padre para calmarle los dolores. Pero también logró superar este trance y ejerció el periodismo político, desarrolló sus inquietudes intelectuales. Su vida terminó en el campo de concentración.

«Regresé a la libertad –cuenta la biógrafa- y cumplí la última voluntad de Milena. Escribí nuestro libro sobre el campo de concentración. Poco antes de morir me había dicho. ‘Sé que al menos tú no me olvidarás, que podré seguir viviendo en ti. Tú les dices a los demás quién fui, serás mi juez clemente…’. Estas palabras me han infundido el valor de escribir la historia de la vida de Milena.»  «