El río Ibar fluye denso y oscuro en Kosovo, tan espeso que parece solidificarse y convertirse en ladrillos de un muro. El agua se vuelve infranqueable al atravesar Mitrovica, la Berlín de la Guerra Fría en su versión balcánica, tan dividida como aquella ciudad en la que alguna vez existiera otro famoso muro. Sólo que en este caso los ladrillos son un tanto menos literales. 

A unos 40 kilómetros hacia el noroeste de Pristina, la capital kosovar, en Mitrovica vive la mayor comunidad de etnia serbia de Kosovo. Son casi 20 mil y se ubican al norte del Ibar, mientras que la zona sur de la ciudad es netamente albanesa, con cerca de 70 mil habitantes. Cruzar el río es como atravesar una frontera, cambiar de idioma, canjear mezquitas por iglesias ortodoxas, euros por dinares, banderas rojinegras por el tricolor eslavo. Pero sobre todo, es cambiar de la tranquila rutina albano kosovar a la tensión de los rezagados serbios que permanecen allí convencidos de que esta tierra es suya.

En el centro de las ciudades que son una y son dos se levanta un puente que, curiosamente, no conecta sino que divide a ambas poblaciones. Desde el final de la guerra en 1999 hay allí apostados soldados extranjeros, casi todos eslovenos o italianos. Y cámaras, muchas cámaras que debieran prevenir los enfrentamientos que se han dado en numerosas ocasiones en el puente. Desde entonces y hasta 2014 un enorme montículo de tierra bloqueaba el paso vehicular, pero fue reemplazado por algo llamado “Parque de la Paz”: unas pocas macetas de concreto que tenían por único objetivo limitar el cruce de peatones. 

Hoy ya no quedan macetas. En agosto se llegó a un acuerdo auspiciado por la Unión Europea para liberar el puente y dentro de 15 días deberían estar terminadas las obras. Pero esta reconstituida conexión no satisface a todos. Milorad Petrovic vende velas en la iglesia ortodoxa serbia de San Demetrio y para él este es un triunfo albanés: “Les estamos cediendo cada vez más poder y más territorio a unos extranjeros y a un gobierno que no existe.” Siguiendo esa línea, el mes pasado los serbios comenzaron con la construcción de un muro de dos metros de altura junto al río. La excusa era la protección en caso de crecida de las aguas. Ni el gobierno kosovar ni los representantes de la Unión Europea creyeron esa excusa y rápidamente condenaron la medida. Para muchos albaneses este muro representa un límite al optimismo generado por la reapertura del puente. El estudiante de 23 años Genti Behramaj cree que no habrá reconciliación posible hasta que no cambie la mentalidad a ambos lados del río. “Y eso lo lograremos algún día los vecinos locales, no los políticos, no la Unión Europea”, agrega. 

Finalmente, el 29 de diciembre, el Parlamento aprobó la demolición del muro. Si se cumplen los plazos, enero terminará con el puente habilitado y sin muros en una versión a escala del muro que dividió a Berlín hasta 1989. 

La guerra de Kosovo, entre 1998 y 1999, fue el desenlace de años de tensión entre las poblaciones étnicamente serbias y albanesas de la zona, en el marco de una Yugoslavia que ya había perdido a cuatro de sus originales seis repúblicas. 

Finalizado el conflicto los albaneses se concentraron en el sur y los serbios, derrotados, se refugiaron en el norte y en otras pocas regiones que aún permanecen como pequeños enclaves rodeados de idioma, cultura y política albanesa. Hoy Kosovo está cerca de cumplir 9 años de independencia formal, pese a que cerca de la mitad de los miembros de las Naciones Unidas (Argentina incluida) lo reconoce como parte integral de Serbia. Y Serbia se aferra al territorio que los nacionalistas señalan como corazón histórico y cultural del país. 

“Kosovo es Serbia”, rezan numerosos graffitis en las paredes al norte de Mitrovica. Hay una inocultable tensión en el aire. Allí el gobierno de Belgrado no puede mantener ningún tipo de control porque, les guste o no, Kosovo tiene su propia policía, aunque los eslavos no la reconozcan. Tampoco es raro que los serbios no paguen impuestos y servicios, o que manejen autos sin patente. Incluso en el pasado han llamado abiertamente a boicotear elecciones e instituciones locales. Pero esta semana por primera vez jueces y fiscales serbios se integrarán al sistema judicial kosovar. En la tierra donde reinaba el odio interétnico ha comenzado el deshielo: quizás ayude a que el Ibar vuelva a fluir con normalidad. «

Los muertos, los únicos en el lado equivocado

Tras la Guerra de Kosovo entre 1998 y 1999, que provocó alrededor de 10 mil víctimas civiles, más de 3000 desaparecidos y 850 mil refugiados, los únicos que quedaron del lado equivocado fueron los muertos. Hasta 1999 el principal cementerio serbio de Mitrovica estaba al sur del río Ibar, en la zona predominantemente albanesa, mientras que al norte aún hoy se ubica el mayor cementerio albanés de la ciudad, rodeado de habitantes serbios. Desde el final del conflicto no ha habido entierros en el sur, pero cientos de personas tienen la oportunidad de visitar tumbas hasta cuatro veces al año durante Zadusnice, la festividad cristiana ortodoxa en la que se honra a los muertos. Siempre deben hacerlo escoltados por policía extranjera porque han habido numerosos ataques. Casi todas las lápidas han sido destruidas o vandalizadas, la pequeña capilla ha sido incendiada y han robado las rejas que rodeaban al predio. Mientras que la Misión de Naciones Unidas en Kosovo (UNMIK) realiza tareas de protección y conservación del cementerio serbio desde 2015, al otro lado del río ninguna lápida albanesa ha sufrido daños y los entierros aún continúan.