Como todos los años, el espíritu navideño vuelve a apoderarse de Buenos Aires y, como siempre, llega sin renos, sin bufandas y sin nieve. Se diría que más bien todo lo contrario: la Navidad es pastosa, agobiante, sudorosa y ardiente. Un asco, si hay que decir la verdad. Pero también un momento feliz. No importa si el año que termina fue el más triste y difícil que se recuerde en mucho tiempo en la Argentina, con olas de despidos, maremotos de aumentos, un tsunami de decepciones y confianzas defraudadas, y un tifón de cambio que en realidad no es más que una vuelta a foja cero. No importa en lo absoluto porque, aunque usen al tango como máscara y se empeñen en posar de malhumorados, de trágicos o de melancólicos, en el ADN de los argentinos también hay una vocación por la familia, la amistad y los festejos. Y la Navidad, muchas veces expurgada de su original carga religiosa, es siempre la excusa ideal para hacerles un lugar a todos esos deseos y buenas intenciones. Sí, es cierto que en enero la realidad vuelve para reclamar su potestad en la vida cotidiana, pero ahora es el tiempo de la Navidad y está probado que lo bailado no se quita.

Por supuesto el gran motor de la Navidad son los chicos. No solo porque de su felicidad se alimentan los adultos, que así recuperan un poco de la inocencia olvidada en los fondos de su propia infancia, sino porque de sus deseos y caprichos híperexcitados por la publicidad (ese viejo truco del mercado) sale la fuerza vital que mueve la rueda del consumo. Es que de algo tienen que vivir los jugueteros y los fabricantes de calzoncillos y medias. Y, claro, los señores que escriben y dibujan libros para chicos; los que los fabrican y editan; y los que se los venden a los padres, los tíos y los abuelos que colaboran para que el 24 de diciembre a la medianoche Papá Noel vuelva a salir victorioso de su carrera contra el huso horario.

Los libros para chicos son una especie de universo paralelo en donde aquello que se dice con las palabras no es lo único que importa. En ellos la imagen también es un lenguaje que incluye dentro de sus recursos expresivos no solo las ilustraciones, sino también la forma y el tamaño. Hay libros para chicos que son gigantes y otros muy pequeños. Los hay cuadrados y rectangulares, como los libros para grandes, pero también hay otros cuya silueta se aparta por completo de ese estricto canon geométrico. Es que lejos de ser el mero envase de una obra, como ocurre con el resto, en el caso de los libros para chicos la obra es el libro mismo. Por eso, mientras cualquier otro puede ser leído en una edición en papel o en formato digital sin que la experiencia de lectura se modifique demasiado, los libros para chicos son objetos cuya eficacia y disfrute dependen en gran medida de ese contacto físico que solo es posible cuando se lo tiene entre las manos. O en la boca, o bajo los pies, porque los libros para chicos no son solamente para ser leídos, sino que también se los puede morder, pisar, dibujar encima e incluso usarlos como sombrero. Es por eso que durante la temporada navideña, cuando se multiplican como una camada de conejitos, los libros infantiles se convierten en una tentación que alcanza incluso a aquellos que hace rato perdieron el beneficio de ser considerados chicos. Porque a los buenos libros para chicos siempre dan ganas de agarrarlos. En estas páginas se intentará presentar una lista que incluya algunos de esos títulos, pertenecientes a los catálogos de algunas de las editoriales que más esmero le ponen a la ardua tarea de hacer estos libros.

Si lo que se busca son justamente ese tipo de libros que sorprenden con solo verlos, las ediciones del área infantil de Fondo de Cultura Económico, cuya editora es Lola Rubio, no deben dejar de ser tenidas en cuenta. Las mismas se destacan no solo por su variedad temática, de formas o de tamaños, sino también por su trabajo con materiales diversos que se apartan del clásico papel ilustración o de las resistentes páginas de cartón y cartulina. Un buen ejemplo es el libro Al final de la fila, del autor carioca Marcelo Pimentel, trabajado íntegramente en papel reciclado que le da un delicioso aspecto rústico.

El libro cuenta de manera gráfica, sin utilizar una sola palabra, la historia de un grupo de animales típicos de la selva amazónica, a quienes se representa como sombras, que hacen una larga fila para que un aborigen les pinte con el dedo algunos detalles de color rojo. La fila se extiende, continuando de una página a la otra, y el libro se reserva un simpático giro final que convierte al libro en una ingeniosa cinta de moebius. Otro de los libros sorprendentes de Fondo de Cultura es Mi pequeño hermano invisible, de Ana Pez, que incluye un par de anteojos rojos que al usarlos permiten descubrir imágenes ocultas en sus ilustraciones.

La editorial Limonero es una de las más jóvenes dentro de este rubro y sus editores son Manu Rud y Lulu Kirschbaum. Su trabajo parece orientado sobre todo a niños de 13 años para abajo y todos ellos están producidos con un gran cuidado y esmero en lo gráfico, entre los que resulta difícil destacar a uno sobre los otros. Simplemente por una cuestión práctica desde aquí presentamos dos: 13 palabras, del estadounidense Lemony Snicket e ilustraciones de Maira Kalman, en el que la historia se va construyendo a partir de la enumeración consecutiva de trece palabras, en torno a las cuales el relato va creciendo. Y también Escondites. Manual de lugares secretos, de Mateusz Wysocki y Agata Królak, que como indica su nombre se dedica a describir una serie de espacios ideales ya sea para ocultar cosas o para esconderse uno mismo. Un libro ideal tanto para tímidos como para traviesos.

Otras editoriales prefieren diversificar sus catálogos, ofreciendo libros muy distintos y con públicos específicos bien determinados, algunos para los más chiquitos y otros para adolescentes. Es el caso de El Ateneo, Pípala, Colihue y UnaLuna. La primera de ellas, cuya responsabilidad editorial la asume Luz Henríquez, incluye obras como Los viajes fantásticos de Julio Verne, en los que aprovecha la obra del popular autor francés, profusa en cantidad y fantasía, para narrar una aventura que recorre muchos de los mundos creados por su imaginación. Lo mismo puede decirse de Hugo y Ough, de los franceses Stéphane Lay y Giliane Bourdon, una fábula inspirada en El retrato de Dorian Gray, ese clásico inoxidable de Oscar Wilde. El libro cuenta la historia del vanidoso Hugo, quien cansado de no encontrar a alguien digno de su belleza e inteligencia, un día ve cómo su propia imagen en el espejo cobra vida y lo que al principio parece fabuloso, de a poco se convierte en una carga.

El trabajo de la editorial UnaLuna combina la adaptación de obras clásicas pensadas para preadolescentes y adolescentes, en las que el texto se complementa con las extraordinarias ilustraciones de grandes artistas gráficos. Es el caso de Drácula, la inmortal novela del inglés Bram Stocker, que cuenta la historia del conde de Transilvania que alimenta su inmortalidad con sangre humana, a la que la notable pluma de la ilustradora Eugenia Nobati le suma una vívida atmósfera gótica. Esta colección también incluye obras de Edgar Allan Poe, como «El escarabajo de oro» o una selección de cuentos de Saki, pero también exquisitas versiones de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Caroll, o algunas de las aventuras de Sherlock Holmes, el perspicaz detective creado por Arthur Conan Doyle. En el otro extremo, UnaLuna ofrece libros para los más chiquitos, como Otto en el aeropuerto, de Tom Champ, un libro bien grande y resistente, de esos que soportan cualquier golpiza, que puede leerse del derecho o del revés.

Pípala es el sello infantil de la editorial Adriana Hidalgo y Clara Hidalgo es su editora responsable. Su catálogo también exhibe esa doble preocupación por los chiquitos y por los más grandes. Entre sus grandes éxitos para los primeros se encuentra Héctor, el hombre extraordinariamente fuerte, de Magalí Le Huche, que ya va por su tercera edición. En sus páginas se relata la historia del hombre del título, quien vive en el circo y es capaz de levantar dos lavarropas con su dedo índice, pero cuya actividad favorita es tejer al crochet. Una historia que le permite a los nenes comenzar a entender que los nenes y las nenas pueden tener intereses parecidos. Para adolescentes, Pípala acaba de editar la novela Los jardines de Árida, del holandés Paul Biegel e ilustraciones de Charlotte Dematons. Publicado originalmente en 1969, el libro cuenta la historia del amor que una princesa y el hijo de un jardinero empiezan a construir a partir de una amistad que creció entre ellos desde que jugaban en el jardín del castillo cuando eran pequeños. Un poco de romance, un poco de aventura y mucha fantasía hacen de Los jardines de Árida un libro para un público muy amplio.

El trabajo de la editorial Colihue no es menos interesante. Entre sus trabajos se destacan la antología El matadero y otras historias crueles, cuyas páginas reúnen una serie de cuentos clásicos de la literatura argentina del siglo XIX, que van desde el clásico de Esteban Echeverría a La refalosa de Hilario Ascasubi y otros, con ilustraciones de Pol que no escatiman crudeza. Ideal para adolescentes interesados en conocer un poco más de la literatura de nuestro país. «

Navidad entre libros

Hasta el 23 de este mes se prolongará la campaña para difundir la lectura «Navidad entre libros», promovida por la Dirección General del Libro, Bibliotecas y Promoción de la Lectura. Más información en: y .