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En el uso de la cuestión de privilegio, el último jueves del año que acaba de irse, Cristina sonó como el eco del eco de sus viejas cadenas. En su puntual autocrítica de la última campaña habló de su tono enojado en las cadenas como un error. La década kirchnerista será tal vez recordada como la década en que la política se le vino encima a la gente y la gente no supo qué hacer con la política pero sí supo que mucha gente no se la quería sacar de encima. Ese desborde estaba también en la voz de Cristina, melodía desencadenada en los hogares del país. Su enojo, su pedagogía, sus obsesiones. Había ideología, pero el modo tan personalizado les permitía a muchos selectivamente eludir la interpelación y regodearse en el “estilo”. Perderse en el estilo. Si Cristina enfrentaba a la oposición con su “desde dónde hablan” para revelar “intereses”, la oposición enfrentaba a Cristina con su “cómo lo dice”: si el peinado, si la ropa, si la cartera. Fondo versus estilo. De esto se habló mucho.

Rebobino: lo que politizó todo fue el 2001. Sólo que el kirchnerismo organizó la partitura ideológica de ese gran concierto de free jazz que había quedado, donde podían “tener razón” desde los desocupados hasta los dolarizadores. Como selló Duhalde: “Una crisis es un momento donde todos tienen razón”, el kirchnerismo dijo: “Sí, pero algunos tienen más razón que otros.” La restauración política no se hizo negando el conflicto, sino organizándolo de arriba hacia abajo. Y a los que mascullan que el kirchnerismo rompió familias, debemos responder: 1) las familias nacen para romperse… porque “deseoso aquel que huye de su madre”, como decía Lezama Lima y; 2) ¿vivíamos en el país de los Ingalls y de pronto entró el kirchnerismo a pelear a Laura con Carrie?  

Rebobino: si es cierto que “todo es política”, también es cierto que para saber que “todo es política” hay que entrar en la política, politizarse, compartir esa “comunidad de sentido”, y esa comunidad en Argentina es amplia. Pero el macrismo organiza más y mejor a los que no: a los que prefieren vivir afuera.

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Hoy la política argentina tiene un presidente hombre (Macri). Y aunque la posición jerárquica dominante es de hombres sobre mujeres en el Estado y las fuerzas políticas (de allí la lucha del cupo), en una jerarquía realista podemos destacar que en la primera línea de las fuerzas oficialistas y opositoras hay políticas mujeres de máxima responsabilidad, políticas como cualquiera, “paridad de problemas, paridad de errores y aciertos”, como dice Florencia Angilletta. Hablo de Elisa Carrió, María Eugenia Vidal, Cristina Fernández, Graciela Camaño, Patricia Bullrich.  

Ninguna de ellas es portadora de la “agenda feminista”, ni impulsoras del aborto, son, en tal caso, portadoras de “agendas propias”. Políticas de temas propios, que, en su mayoría, están fuera del radar de las narrativas de género. De hecho Cambiemos tiene en tres políticas sus mayores líneas ideológicas. No es una decisión deliberada, no hay un hombre detrás que decide poner en “mujeres” eso, sino el desempeño mismo, el carácter. En Vidal, Carrió y Bullrich están sus cartas claras para la sociedad, amén de la traducción crítica que de ellas se haga, pero al menos en los términos del oficialismo. Enumeramos: 1) gobernar la provincia de Buenos Aires (el bastión peronista), 2) construir la república, 3) asegurar el orden público.  

Vidal es la madre de todas las batallas. Salió hace unas semanas en un video desarmando un piquete de guardavidas despedidos que pareció una cagada a pedos guionada en un patio de escuela parroquial por la profesora de Educación Cívica. Carrió es puro fuego amigo, basado en que su presencia hace verosímil la interna ideológica en el gobierno: la apariencia de una cruzada ética que cruje al interior del planeta amarillo contra Lorenzetti, Angelici o el Coti. Y Bullrich, que nunca tuvo estrella electoral, viene del peronismo y arrastra una trayectoria polémica. Me detengo más en ella, ya que 2017, trágicamente, fue su año. Su militancia se inicia en la izquierda peronista que discutió con Perón la definición ideológica del peronismo, hasta este destino final que considerará “coherente”. Su relación con la seguridad no es de ahora, de hecho se jacta de haber creado el primer proyecto de policía comunitaria en el partido de Hurlingham en los años noventa. Y nadie olvida su discusión con Hugo Moyano en el programa Hora Clave de Mariano Grondona en el 2001. La recordamos: en un momento de la discusión él la acusó de haberse ido del país en la dictadura y ella de haber colaborado con la dictadura. 25 años después, fue la discusión en vivo más vibrante de la interna peronista que en los ’70 enfrentó a la patria peronista con la patria socialista. Guerra social en la que perdieron los dos contra un enemigo mayor y más cruel, pero mientras Moyano se convirtió en el sindicalista más trascendente de la democracia por muchas cosas, y entre otras, por no entregar a sus representados, Patricia se entregó a una deriva que la convirtió en una política “de clase”: encontró a sus representados en la clase en la que nació y a la que combatió de joven, el final es en donde partí. “Los resentidos por mi lucha tergiversan mi anticonformismo llamándolo oportunismo”, dijo un día para romper el espejo. Una versión de la historia diría que hoy Bullrich conduce a una tropa de miles de hombres armados (y algunos dispuestos a tirar por la espalda) contra el fantasma de lo que ella fue. 

De Graciela Camaño se destaca su desempeño legislativo (es la institutriz del recinto), y el despojamiento de viejas rivalidades, la hicieron apta hasta para consumo kirchnerista. Pugilista, también chaqueña y de origen humilde, se hizo fuerte al lado de un hombre fuerte sin pedirle fuerza. Una figura destacada de la izquierda argentina es Myriam Bregman, que rompió el esquema discursivo previsible de lo que se puede presumir como una “política de izquierda”. O también Margarita Stolbizer, que supo abrigar el voto radical, chacarero y progresista de la llanura bonaerense, antes de dedicarse full time a la causa Hotesur. Mujeres fuertes de la política que no se hicieron fuertes por la agenda feminista (en el caso de Bregman, si bien cumple con las demandas feministas, lo que marcó su ascenso, son los Derechos Humanos).

“Me han estremecido un montón de mujeres, / mujeres de fuego, mujeres de nieve”, cantaba el trovador cubano Silvio Rodríguez, aunque la recurrencia de la “nieve” en su poética siempre pareció una concesión inconsciente al Kremlin: ¿cuándo hubo nieve en Cuba? «