El actor estadounidense Kirk Douglas, una de las estrellas más emblemáticas de Hollywood, falleció hoy a los 103, informó su hijo Michael a través de Instagram.

«Con enorme tristeza junto a mis hermanos anuncio que Kirk Douglas nos dejó hoy a los 103 años. Para el mundo, él era una leyenda… pero para mí y mis hermanos, Joel y Peter, él era simplemente papá, para Catherine, un maravilloso suegro, para sus nietos y bisnietos, su amoroso abuelo y para su esposa. Anne, un esposo maravilloso», agregó Michael en el posteo que realizó a través de las redes sociales.

Douglas fue un extraño caso de galán de pelo rubio, rostro afilado y saliente y un hoyuelo en el mentón, al que muchas seguidoras consideraron irresistible por décadas, alejándose de la típica imagen de «baby face» anglosajón que la Meca del Cine subrayaba como ideal de la apostura masculina. Los jóvenes rasgos de Douglas retrataban orígenes eslavos y semíticos: su dramático rictus parecía expresión de una previa odisea de carencias y penas.



Fue hijo de una humilde pareja ruso-judía emigrada a Estados Unidos. Nació en 1916 en Amsterdam (estado de Nueva York), único varón entre seis hermanas, bajo el nombre real de Issur Demsky Danielovitch. Empleos de canillita y mozo de café lo ayudaron a mitigar las privaciones que en su hogar eran historia antigua -y que Douglas, ya adulto y adinerado, evocó en «El hijo del trapero», un libro escrito por él-, y a alternar con un microcosmos humano del que resonarían ecos en algunos de sus torturados personajes.

Gracias a su amistad con la ya consagrada Lauren Bacall -por entonces, pareja de Humphrey Bogart-, Douglas logró en 1944 una carta de recomendación para el productor de cine Hal Wallis, quien lo hizo debutar en la pantalla grande como la contrafigura de Barbara Stanwyck, en «El extraño amor de Martha Ivers». Pero recién en su octavo filme, «El triunfador», rodado en 1949, Douglas se vio catapultado a la celebridad, en un filme dirigido por Mark Robson, donde encarnaba a un boxeador que no se detenía ante nada con tal de alcanzar la gloria.

Los años 50 empezaron mal de amores para Douglas -en 1950 rompió con su primera esposa, Diana Hill, con la que había tenido dos varones, Michael y Joel-, pero con un suceso tras otro en lo laboral: «Luz y sombra», donde animaba a un trompetista; «Cadenas de roca», donde era un inescrupuloso periodista; y «Antesala del infierno», donde interpretó a un amargado detective.

En «Cautivos del mal» fue un productor de Hollywood; en «Veinte mil leguas de viaje submarino», un marinero; en «Ulises», el héroe griego que vuelve de Troya; en «Sed de vivir», el pintor Vincent Van Gogh; en «La patrulla infernal», un militar de la Primera Guerra Mundial; y en «Espartaco» encarnó a un gladiador rebelde.

Durante los 50 y los 60, Douglas fue una de las luminarias del cine de Hollywood, y esa fama le significó estar prácticamente preso de alguno de los grandes estudios, para los que debía protagonizar entre tres y cuatro películas por año. El western fue otro género donde Douglas se movió cómodamente: personificó a un granjero en «Hombre sin rumbo»; a Doc Holliday en «Duelo de titanes»; a un alguacil en «El último tren»; a un vaquero en «Los valientes andan solos»; y a un asesino a sueldo en «Duelo de gigantes».

Desde los 70 y cuando su físico ya no era el de antes, filmó más fuera de su país, diversificó sus papeles -hizo ciencia ficción en «Saturno 3» y terror en «Furia»-, intensificó sus funciones como productor e hizo más frecuentes sus apariciones en telefilmes. A diferencia de tantos y tantas colegas, la vida amorosa y social de Douglas evitó los escándalos y los chismes: en 1954 reincidió en el matrimonio -esta vez con Anne Buydens-, unión de la que nacieron otros dos varones, Peter y Erik.

Douglas murió a los 103 años en su mansión de Beverly Hills (California, EE.UU.).