Roberto Fontanarrosa es sinónimo de cuentos de fútbol. «19 de diciembre de 1971», el viaje del Viejo Casale a algo más que un partido, fue su pieza literaria futbolística por antonomasia. Pero hay más: un Fontanarrosa que, preciso, esclarecedor y entusiasta, escribía no ficción con el fútbol y que todavía resplandece, a diez años de su muerte.

Lo hizo en la revista El Gráfico, cuando cubrió un River-Boca en 1988: «Está el árbitro y los dos equipos formados para comenzar el partido. Y un césped verde impecable. Cierro los ojos y trato de recordar dónde he visto antes esta escena. Debo remontarme a la infancia: la he visto en las tortas de cumpleaños». 

Lo hace en No te vayas campeón (2000), libro en el que repasa equipos memorables del fútbol argentino. Ahí dice que «el quinteto de delanteros era una formación fotográfica típica» y que «hoy son las duplas, en el mejor de los casos, en el marco de un fútbol mezquino y utilitarista»; que los wing «terminarán desapareciendo como los osos pandas»; que «los goleadores congénitos siempre tienen plena conciencia de dónde está el arco, como los musulmanes la Meca»; que «el enganche es el que debe tallar el diamante»; que «proclive a olvidar las fechas, los Mundiales son las referencias más importantes»; y que «si la televisión hubiese sido inventada con la sola finalidad de transmitir fútbol en directo, ya estaría justificada». 

Porque más que la imaginación, Fontanarrosa necesitaba la realidad para transformarla en historias.