Ni Una Menos, la tercera marcha desarrollada ayer, se suma a los paros del 19 de octubre y el 8 de marzo, las manifestaciones y encuentros nacionales de mujeres con los que desde hace años las mujeres, lesbianas, travas y trans vamos tejiendo una historia en común. ¿Por qué salimos? Porque somos las subordinadas y no estamos dispuestas a seguir siéndolo. Si afinamos la vista, la opresión es más compleja: tras el género, la clase, la condición de local o migrante, la sexualidad. ¿Vamos a seguir saliendo? Sí, puesto que se trata de nuestras vidas, de nuestras trayectorias posibles, nuestras biografías, que queremos libres, autónomas, solidarias.

Salir no es suficiente, falta seguir tejiendo. Nuestro movimiento masivo y popular puede nutrirse de dos vías inseparables, basadas en una ética vital y, por tanto, en una estética de la existencia. Hacia afuera, una vía que mantenga la resistencia al dominio machista –es necesario aclarar que hay masculinidades no autoritarias–. Podríamos decir: un movimiento de mujeres, lesbianas, trans, travas, que realicen su épica, que cambien el mundo y las relaciones de poder que provocan dolor. Una épica como la de Espartaco, el esclavo rebelde, o la de Virginia Bolten y Louise Michel. Éticas plebeyas o «plebellas», porque la acción no debe privarse de una poética. Es decir, una política de la acción en la que haya coherencia entre medios y fines; a nuestra imagen, de marea femenina, que no busque líderes ni héroes ni reitere los modelos masculinos dominantes.

Del otro lado, hacia adentro del movimiento, necesitamos convocar nuestra memoria, como una forma de la existencia, tallada en nuestras identidades, con las formas de gestas anteriores, de fracasos y nuevos intentos, de subversiones brujas y muchas rebeliones. La memoria es selectiva, ¿cuál es la nuestra?, ¿qué de nuestra memoria es presente?

Un colectivo francés se pregunta: ¿dónde están las palabras, la casa, mis antepasados, mis amores, mis amigos? Y responde: Todo está por construir. Nuestros antepasados que nos hagan más libres, nuestra lengua y nuestra poética, nuestra forma de estar juntas, nuestras convivencias diversas y tradiciones libertarias. La memoria siempre se abre camino en el latido atento, en las que prestamos oído a las voces sin domesticar, a las remembranzas amorosas que no sobreescriben forzando. Imagino a la memoria como un río que nos atraviesa con distintos afluentes. Uno de ellos es la memoria colectiva y el otro, una memoria de la que somos depositarias, que puede ser una memoria íntima, nuestra genealogía chiquita, familiar, de grupo, que por momentos puede ser tributaria de la otra.

Ayer escribimos un capítulo más de nuestra gran historia, con los cantos propios de quienes nos sabemos conquistando nuestros futuros, haciendo memoria y respondiendo a las compañeras asesinadas que no olvidaremos. Nuestras sonrisas, como dijo la poeta, guardan un amor que asustaría a dios. «