El 19 de julio de 1979, sólo 48 horas después de la huida a Miami del dictador Anastasio Somoza Debayle y sus colaboradores en aviones de su empresa familiar, llegaron a Managua la primeras tropas –la mayoría muy jóvenes, casi niños– del Frente Sandinista de Liberación (FSLN) creado en los años ’60, y el pueblo se lanzó a las calles, desobedeciendo el toque de queda de Manuel Urcuyo, el sucesor que intentó dejar el prófugo, sin entender que la revolución había triunfado.

Sería imposible describir aquellos días finales en medio de los combates más duros, bajo los bombardeos que Somoza había ordenado, que produjeron cantidad de víctimas y destruyeron ciudades inútilmente porque ya habían caído uno tras otros los bastiones de la Guardia Nacional.

Recuerdo aún las campanas de la Iglesia de Masaya, que comenzaron a sonar  cuando esa castigada ciudad fue tomada por los jóvenes revolucionarios y el pueblo desbordado  acompañó con piedras, palos, viejísimas escopetas, pistolas herrumbradas. determinando el triunfo del FSLN sobre la dinastía somocista, que había llegado después del asesinato del héroe nacional Augusto  Sandino en los años ’30.

La ofensiva final creció rápidamente desde mediados de 1978 y avanzó como un río desbordado. El 16 de julio el FSLN tomaba Estelí (ya León estaba en manos de los revolucionarios) que la habían declarado capital provisoria, y desde allí derogaron la Constitución somocista, disolvieron el Congreso y la Guardia Nacional.

Por fin el 20 de julio, la Junta revolucionaria llegó a Managua. Aquello fue indescriptible.  Allí estaba el nuevo  ejército, con sus integrantes de ropas desgarradas, armas  viejas, que evidenciaban la enorme diferencia con las tropas somocistas, armadas por Washington.

«El cielo con las manos»

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El país estaba destruido no solamente por la guerra, sino porque Somoza lo manejaba como si fuera un predio propio. Los días que siguieron fueron  como «haber tocado el cielo con las manos», decía el único fundador sobreviviente del FSLN, el comandante Tomás Borge Martínez, nombrado ministro del Interior. Fueron días de intensas emociones, alegría, fiestas y llantos por los casi 50 mil muertos por la dictadura y en la guerra de liberación nacional.


Lo que podría definir aquel momento histórico es que estábamos viviendo la juventud del mundo. Uno de los hechos  más emocionantes fue ver llegar entre las polvorientas calles a un grupo de ancianos, sus pies calzados con cutarras (zapatillas artesanales muy viejas), y ropas gastadas y muy antiguas. Eran sobrevivientes del ejército de Sandino que salieron desde sus escondites, una clandestinidad de años, para llegar a comer lo que llamaron «los frijolitos de la libertad».

Esto pasó 40 años atrás. Rápidamente vivimos entonces el proceso de alfabetización, ya que en algunos lugares hasta el 90% de la población era analfabeta y, además, nunca habían visto un médico. Salud, educación, rescate de miles de familias de la más absoluta pobreza, reparto de tierras a los campesinos, recuperar la cultura, la memoria, la identidad. Imponer la justicia para las miles de víctimas. Por primera vez Nicaragua era rescatada del olvido de siglos.

Los pasos dados por la Revolución fueron reconocidos por el mundo, pero muy pronto comenzaría la guerra encubierta de Estados Unidos contra los sandinistas, que se instaló desde los años ’80 creando un ejército mercenario de «los contras», reclutados entre los mayores asesinos de la Guardia Nacional somocista y otros bajo la dirección de la CIA.

Para esto se tomaron Honduras, limítrofe con Nicaragua, donde además de Palmerola instalaron otras bases para desatar una guerra terrorista contra los sandinistas. Como corresponsal del periódico mexicano UnoMásUno, colaboradora de El Periodista de Buenos Aires y otros medios, también cubrí esta guerra despiadada. Recuerdo haber llegado a aldeas invadidas por los contras y ayudar a recoger cuerpos desmembrados de niños, mujeres, ancianos.

Esta fue una escena común en esa guerra cruel, agravada con la llegada de Ronald Reagan al gobierno de Estados Unidos, lo que derivó en el caso más escandaloso de corrupción: militares estadounidenses liderados por el coronel Oliver North y otros funcionarios que hoy regresaron de la mano de Donald Trump, impusieron los llamados narco-gate e Irán-gate. En el primer caso, al enviar drogas a la Florida, utilizando el Comando Sur en el Canal de Panamá; en el segundo vendiendo armas a Irán, para pagar a la contra en su guerra terrorista.

Pocos recuerdan hoy esta guerra encubierta que dejó otros casi 70 mil muertos e impidió los mayores avances propuestos por el proceso revolucionario.

A cuatro décadas

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Ahora, bajo una andanada terrorista mediática, política, con violencia mercenaria, EE UU instaló una guerra contrainsurgente en pleno siglo XXI, cuando el gobierno de Daniel Ortega había logrado avances en lo político, social y económico, que destacaron organismos internacionales, después de  ganar por tercera vez consecutiva en las elecciones de 2016 con  más del 72% de los votos.

Utilizando el esquema golpista con mercenarios y terroristas escudados en una marcha estudiantil, en abril de 2018, quemaron edificios, centros de salud, universidades, escuelas, viviendas de familias sandinistas, atacaron con armas y quemaron las dos radios oficialistas, en un país donde el poder económico maneja la absoluta mayoría de los medios de comunicación. Trump ha declarado abiertamente enemigo al eje Venezuela-Nicaragua-Cuba, agregándole en forma también encubierta a Bolivia.

Las investigaciones del periodista estadounidense Max Blumenthal, pusieron al descubierto el rol de la (USAID), Freedom House, y la National Endowment Foundation (NED) en el financiamiento de ONG’s nicaragüenses, que llamaron al derrocamiento de Ortega.

De acuerdo a Blumenthal, la USAID destinó en 2017 unos 5,2 millones de dólares, para la supuesta capacitación de la sociedad civil y las organizaciones de medios de comunicación. También destacó que en junio, los dirigentes del M19, el grupo estudiantil que comenzó las protestas antigubernamentales, viajaron a Washington a reunirse con la ultraderecha de EE UU, como los congresistas cubano-americanos Marcos Rubio, Ted Cruz e Ileana Ross Lehtinen. También se reunieron con Mark Green,  director de la USAID, quien manifestó su apoyo contra el gobierno sandinista. El viaje fue pagado por Freedom House.

El M19 no es fruto del «descontento» contra Ortega. Uno de sus organizadores, Félix Madariaga, está al frente del Instituto de Estudios Estratégicos y Políticas Públicas, es uno de los principales voceros contra el sandinismo, y recibió 260 mil dólares de la  NED. La fundación «Hagamos Democracia», de Luciano García, recibió también 525 mil dólares de la NED desde 2014  y se constituyó en otro instrumento de intervención en Nicaragua, entregando en 2017 un millón de dólares a diversas organizaciones de la llamada «sociedad civil» que exigen la renuncia de Ortega.

La Comisión de DD HH de Nicaragua (111 mil dólares), el Centro para la Empresa Privada (239 mil dólares) y el Instituto Republicano Internacional (150 mil dólares) tuvieron su parte (Fuente: NED digital).  También la NED destinó 305 mil dólares a grupos anónimos para lo que llaman «promoción de la democracia».

La NED fue creada en 1983 por la administración de Ronald Reagan y desde entonces colaboró activamente en la guerra encubierta contra Nicaragua en los años ’80-’90, apoyó y financió a los medios y la oposición antisandinista en ese país y fue clave en la invasión a Panamá en diciembre de 1989.

Un mes antes de las reuniones del M19 con legisladores ultraconservadores en Washington, la NED «afirmó sin rodeos que las organizaciones respaldadas por ellos han pasado años recibiendo  millones de dólares sentando las bases para la insurrección» en Nicaragua, como lo señaló el sitio web Global Americans, escrito por el académico estadounidense BenjaminWaddell, director académico de la Escuela de Capacitación Internacional en Nicaragua.

Lo cierto es que «la prensa internacional describió la rápida escalada de disturbios civiles en Nicaragua como una explosión espontánea de descontento colectivo», escribió Waddell, y agregó que  «la participación actual de la NED en nutrir a los grupos de la sociedad civil en Nicaragua arroja luz sobre el poder del financiamiento transnacional para influir en los resultados políticos en el siglo XXI».

«Mucho de lo que hacemos hoy fue hecho encubiertamente hace 25 años por la CIA», comentó Allen Weinstein, fundador de la NED.

«Las caras más visibles del movimiento anti Ortega no han sido los jubilados afectados por las reformas de la seguridad social, sino los estudiantes urbanos, políticamente no afiliados.» Mientras tanto, enmascarados con morteros y armas de fuego encabezaron los bloqueos viales que causaron pérdidas de unos $ 250 millones en ingresos, señalaba en 2018.

Es tan obvia la acción de Estados Unidos en Nicaragua, que asombra que figuras importantes surgidas del sandinismo, cuya oposición a Ortega se basa en diferencias internas, hayan hecho silencio permitido este desangre del país.

En este contexto se recordará el 40 aniversario de la Revolución sandinista: en momentos en que EE UU lleva adelante un proyecto geoestratégico para recolonizar a toda América Latina y poner sus recursos bajo control. «