Diego Lagomarsino teme ir a prisión. La filtración de lo que dirán los peritos de la Gendarmería Nacional en el informe sobre la muerte del extitular de la UFI AMIA Alberto Nisman fue interpretada como un eslabón más en la cadena que, supone, puede llevar a su detención. Dos cuestiones juegan a su favor: los horarios posibles de la muerte lo sitúan en otro lugar y, por otra parte, si la hipótesis del homicidio tiene como objetivo dañar a la ex presidenta Cristina Fernández de cara a las elecciones de octubre, difícilmente puedan hacerlo con él, un profundo y confeso antikirchnerista.

En el informe que se presentará a fines de mes se perfilan al menos tres hipótesis sobre la mecánica de la muerte. La defensa de Lagomarsino denunció penalmente la filtración de las conclusiones y, elípticamente, deslizó sus sospechas sobre las querellas. Al fiscal Taiano y al juez Julián Ercolini tampoco les gustaron los trascendidos.

Las querellas coinciden en que a Nisman lo mataron, que fue una sola persona, que estaba arrodillado (apenas discrepan si con una o las dos rodillas en el piso) e inerme (aunque no está claro si por la ketamina o por uno o varios golpes). El miércoles pasado, en una reproducción casi perfecta del baño en el que murió el fiscal, todos realizaron una teatralización de la supuesta escena. El dato sorpresivo lo aportó la Gendarmería, al situar no uno sino dos «matadores» adentro de un baño cuyas dimensiones son de menos de dos metros por dos metros. En esa escena, Nisman también está inconsciente (o poco menos), entonces un agresor lo sostiene como una «percha» mientras el otro le dispara arrodillado en el piso para simular un suicidio. Pero en lugar de dejarlo en esa posición (perfectamente compatible con un suicidio), el que dispara sale corriendo del baño, mientras el que lo sostenía lo «acomoda» acostándolo en el piso, paralelo a la bañera. Y luego riega de manchas de sangre puerta y paredes.

En la recreación, Nisman nunca empuñó el arma. Las manchas de sangre en sus manos y en la pistola fueron colocadas allí después del homicidio. Para simular el suicidio, en lugar de dejar el arma en la mano derecha en posición de disparo, el acomodador de la escena la puso debajo del hombro izquierdo, el lugar opuesto al que debía haber quedado.

¿Qué venció la resistencia de Nisman? La ketamina estaba metabolizada, lo que indica que habían pasado como mínimo entre tres y cinco horas desde la ingesta (o más), por lo cual sus efectos narcóticos ya no estaban. Entonces pudo haber estado inconsciente por un golpe certero en la nariz, que no produjo daños externos pero sí internos, aplicado por un «karateka experto».

La hipótesis que fue atribuida a la Gendarmería (y que la propia fuerza desmintió que estuviera ya confeccionada) tiene un costado controvertido judicialmente por el exdiputado radical y actual referente kirchnerista Leopoldo Moreau. El 29 de agosto pasado, en la causa por la muerte de Nisman declaró como testigo y como «periodista profesional» que existió un pacto entre el gobierno nacional y la fuerza de seguridad para que el peritaje indicara que el fiscal había sido asesinado.

«Pablo Noceti se comunicó en dos oportunidades con el director general de Gendarmería, comandante Otero, para manifestarle su interés en el nombre del Gobierno Nacional en el sentido de que los peritajes que se le habían adjudicado a la Gendarmería finalmente dieran como resultado la hipótesis del asesinado de Nisman», dijo Moreau, citando a fuentes cuya identidad se reservó. Ello habría ocurrido en una fecha no precisada pero anterior a la desaparición de Santiago Maldonado. Cuando ello ocurrió, «se comunicó directamente el comandante Otero con la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, a quien le manifestó que estaba interesado en la necesidad de que la Gendarmería no saliera «manchada de esta situación». Entonces, según Moreau, se selló el pacto: Bullrich protegería a la Gendarmería, y el informe sobre Nisman diría que fue asesinado. «