Una solapa alternativa de la última novela histórica de Ildefonso Falcones podría informar que es un reconocido escritor catalán, que en 2006 vendió 6 millones de ejemplares con su ópera prima La catedral del mar, que la posterior publicación de La mano de Fátima y La reina descalza elevaron sus ventas a los 9 millones, que lo tradujeron a más de 30 idiomas y que diez años después de su obra emblemática, decidió regresar a la Barcelona del Medioevo con su nueva historia Los herederos de la tierra.

Y sí, es la presentación de un best seller. Una calificación que para muchos roza la categoría del insulto, pero que en el caso de Falcones representa una revancha después de demasiados años de rechazos editoriales. “Yo sí quiero ser best seller. La excusa de algunos que venden muy poco suele ser que su trabajo es muy bueno, pero que el público no está capacitado para entenderlos. Una contradicción terrible”, aclara el catalán a Tiempo, en una entrevista en la que desmitifica su profesión, reivindica la política y pide el Premio Nobel de Literatura para el argentino Quino.

–¿Cómo logra que una novela de casi 900 páginas se ubique entre las más leídas?

–Un libro de esa extensión podría asustar a mucha gente, pero si entretiene creo que genera la necesidad de seguir hasta el final. Es tan simple como eso.

–Usted suele defender la sencillez de su escritura, ¿no podría ser interpretado como la aceptación de una limitación propia?

–En ese caso olvidan que escribir sencillo implica un esfuerzo adicional, porque un escritor siempre tiene la tentación de intentar ser bonito. Pero, a veces, tienes que echar el freno y volver para atrás.

–¿Un ejemplo?

–Mira, lo que yo no quiero es caer en el lirismo. Si tú hablas de una rosa, no hace falta que la definas salvo que quieras decir que está ajada. No estoy de acuerdo en dedicar dos párrafos a la descripción de una rosa porque el público ya la conoce, sabe que esa cosa es fantástica. Salvo que quieras despreciarla, en cuyo caso sí valen todas las palabras, es preferible dedicar esos párrafos para escribir otras cosas.

–¿Una novela histórica demanda algún esfuerzo adicional a la hora de escribir?

–Requieren un trabajo de investigación y escritura, que en otros casos no existe. Y para eso se necesita cierto método, que en mi caso es sentarme a escribir, con horarios fijos, todos los días de la semana.

–En esa rutina, ¿cómo le llega la inspiración, eso que puede transformar una simple historia en una gran obra?

–Debo responder que no tengo el placer de conocer a las musas. Lo único que sé es que elijo el tema del que quiero escribir y voy avanzando. Escribo, tacho, vuelvo a escribir y al final me sale todo. Ese es mi método.

–¿Así fue como, sin quererlo, se convirtió en best seller?

–No, pero sí yo quiero ser best seller.

–¿No le preocupa el descrédito que en algunos ámbitos tienen estos autores?

–Para nada. La excusa de algunos que venden poco suele ser que su trabajo es muy bueno, pero que el público no está capacitado para entenderlos. Es una contradicción terrible. Porque eso conlleva a que lo que vende mucho es necesariamente malo.

–En Los herederos de la tierra retoma la Barcelona del Medioevo de La catedral del mar. ¿Por qué en ambas novelas hace hincapié en las penurias de los más humildes?

–El Medioevo es una época muy dura para los más pobres y apelo a ellos porque permiten explicar la realidad con más realismo. Hay muchos libros que hablan de los reyes, pero para saber qué comían y cómo vivían en esa época, es necesario bajar al pueblo.

–Dada su debilidad por Barcelona, ¿tiene prevista alguna novela sobre el período de la guerra civil?

–No, ahí no me metería nunca. Porque a todos los escritores que lo hacen los encasillan con un bando y siempre se sale mal parado.

–¿Se lo podría encasillar en algún bando político?

–Me gusta decir que soy liberal, pero claro, hoy en día es como no decir nada. La política ya no habla de principios, ya no existen aquellas posturas de Mayo del ’68. Hoy en día, todo es pragmatismo. La vida se ha vuelto más rutinaria y aburguesada en Occidente. Cuando la gente vive bien, las ideas se van dejando de lado y la televisión parece ser mejor que hablar sobre política.

–Bueno, muchos pueden tener sus motivos para que la política no les interese.

–No critico a quien decide no participar, e incluso abstenerse, pero el que dice que la política no le interesa creo que está cometiendo un error. Porque la política es lo que rige nuestras vidas.

–¿Observa similitudes entre las crisis de España y la Argentina?

–Las crisis que tuvimos nosotros no tuvo nada que ver con la de Argentina. El otro día me enteré de que tras la llegada del presidente Macri, les habían aumentado los servicios básicos un 600 por ciento. Una locura. Si ocurriera en España, la gente saldría a las calles.

–Entiendo su sorpresa, pero no olvide que Macri se declara muy cercano a Rajoy.

–Rajoy ha hecho una travesía al desierto. España estaba al borde de la bancarrota y hoy en día estamos levantando un poco la cabeza. Pero ello ha supuesto sufrimientos importantes para mucha gente.

–¿Si le pido que elija a un escritor argentino su respuesta sería Borges?

–(Sonríe) Me gusta Borges, pero a quien más admiro es a Quino. Me parece maravilloso por su ironía y la comicidad de Mafalda y otros personajes. Es difícil hacer reír a través de la literatura y este señor lo logra.

–¿Quino escribe literatura?

–¿Por qué no? ¿Bob Dylan no ha ganado el Premio Nobel? ¡Se lo deberían dar a Quino, hombre!

La historia que se hizo novela

Los herederos de la tierra, cuya serie podrá verse en Netflix en breve, transcurre en la Barcelona del siglo XIV, tres años después del final de La catedral del mar. Hugo Llor, un huérfano de 12 años, trabaja en la reparación y construcción de embarcaciones gracias a la generosidad de Arnau Estanyol, quien ha tomado al muchacho bajo su protección. No obstante, sus sueños chocarán contra la realidad cuando la familia Puig, enemiga de su mentor, aproveche su posición ante el nuevo rey para vengarse.