Que Jeanine Áñez había sido útil para que la derecha volviera al gobierno en Bolivia nadie lo discute. Supo que tenía la oportunidad de llegar desde una banca en el se-nado aprovechando los momentos de incertidumbre y que muchos asambleístas estaban siendo amenazados de muerte para ocupar ese espacio. Tal vez soñó con mantenerse en el poder por vía electoral. Y la pandemia le dio una ocasión que pensó, quizás, hecha a su medida. Varias postergaciones le permitían ir tejiendo alianzas o ir limando las posibilidades del partido de Evo Morales.

La última encuesta terminó por inclinar la balanza en su contra definitivamente. Luis Arce, el candidato del MAS IPSP podía ganar en primera vuelta, en segundo lugar aparece Calos Mesa, que fue vicepresidente y presidente antes de Evo y llegó a coincidir en más de una ocasión con el ex mandatario y en 2019 fue clave para su caída.

El dúo Arce-Choquehuanca tiene una base de 40,3% de votos, contra 26,2 de Mesa. La diferencia impediría un balotaje. El tercer lugar aparece el empresario ultradere-chista Fernando Camacho, con 14,4%, y luego Áñez, con 10,6.

“Si no nos unimos, vuelve Morales”, argumentó Áñez. Y le da la razón a los estrategas del departamento de estado que vienen forzando a la unidad de la derecha para evitar la vuelta del gobierno popular.

Falta poco para ver si Camacho, aquel que entró al Palacio de Gobierno prometiendo que era la vuelta definitiva de la Biblia y la expulsión de la wiphala, también acepta las presiones de la embajada para que el voto útil vaya con Mesa.