La  combinación de causas que condujeron a la situación crítica del gobierno bolivariano alrededor del 23 de enero contiene, por lo menos, causas económicas, geopolíticas, institucionales y sociales. Se fueron alimentando entre sí, aunque no sean iguales ni tengan el mismo rango en el drama venezolano.

El punto de partida –e inexorablemente el de llegada– es la inmisericorde presión sistemática (opresión nacional) de EE UU patrocinando esas cuatro causas. Para ahorrarnos palabras, como dijo John Bolton en un video previo al 23: «El pueblo venezolano tendrá que sufrir por un tiempo, sólo un tiempo, si desea sacarse de encima el régimen que soporta».

La hiperinflación de un millón por ciento, el desabastecimiento forzado, la especulación facinerosa, la angustia colectiva desquiciante, las enfermedades crónicas no tratadas porque el bloqueo le impide a Venezuela comprar medicinas y alimentos, confirman lo anunciado por Bolton. Un resultado social es la migración de casi 3 millones de personas. No hay sociedad que soporte mucho tamaña suma de locuras, reconocida hasta por un sensato demócrata imperial como Bernie Sanders.

Podríamos agregar errores y defectos conceptuales del gobierno, claro, y algunos importantes. Son expresiones distorsionadas de la presión imperialista permanente que imposibilita estabilizar una economía y un sistema político.

El motivo es mucho más que petróleo. También las montañas de reserva de oro y 17 minerales tecnológicos encontrados en la Orinoquia, región de biodiversidad ocupada por el Estado venezolano en un 63 por ciento. El resto por la Colombia uribista.

Arriba de esos recursos estratégicos hay un Estado soberano desde 2001 y en el mero centro de él un gobierno que se proclama de izquierda. Las tres cosas tienen demasiado peso en la geopolítica regional, con riesgos de contagio hacia Centroamérica, el Caribe oriental, los Andes y el Cono Sur. Esto explica las amenazas de Barack Obama y Donald Trump, como la genuflexión de once gobiernos similares al de Mauricio Macri.

Sin embargo, todos ellos se quedaron con las ganas. Es decir, han sufrido una derrota entre el 21 y el 24 de enero. El intento golpista mutó en 48 horas en «el fiasco del presidente Trump», como escribió un columnista del New York Times. Y lo compara con Bahía Cochinos.

¿Exageración? No, si lo medimos por resultados geopolíticos. La clave en la política es la derrota o la victoria. La derecha venezolana –toda proyanqui– ha sido derrotada en once batallas callejeras, con masas y sin masas, con armas y sin armas; y en 23 de 25 pruebas electorales. Además de la derrota diplomática junto a su Grupo de Lima.

No es la última batalla. Vendrán más pruebas. Ahora le corresponde al gobierno bolivariano asumir la responsabilidad histórica de blindar a Venezuela en lo económico, comercial, social y militar. Eso se puede lograr con Rusia o con China. Pero la sobrevivencia como Estado-nación soberano depende de que haga lo de Cuba entre 1961 y 1962. O navegará por muchos años entre aguas enemigas.

Ese tiempo lo usará EE UU para rearmar su próxima batalla mortal contra la Venezuela bolivariana. «

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