Tras haber compartido jurado con colegas, en Pesadilla en la cocina (viernes a las 21 por Telefe) Christophe Krywonis es el conductor y único juez del show. Su perfil de incorruptible chef le valió al francés esta oportunidad para visitar, analizar y criticar sin piedad distintos restaurantes que necesitan, irremediablemente, cambiar.

En cada emisión Christophe examina en profundidad un restaurante para someter a su juicio desde la carta hasta la higiene y la efectividad en cada proceso de elaboración de los platos. Al finalizar, da su veredicto y recomendaciones, para regresar al lugar semanas después y ver si le hicieron caso.

“Yo no soy malvado, ni desagradable, ni violento. Soy como se debe ser en una cocina. Este es un oficio rudo. Se sufre, tanto física como mentalmente.No hay relajación posible. Soy bonachón pero no soy boludo. Si algo está mal, te lo hago saber, no tengo pelos en la lengua, siempre fui igual», aclara Christophe, procedente de Blois, ciudad a orillas del río Loira, a dos horas de París.

Pesadilla en la cocina es la versión local de un formato de origen británico, que tuvo al reconocido chef Gordon Ramsay imponiendo la ley y el orden, y que tiene versiones en todo el mundo. Sin embargo, Christophe reconoce que las maneras locales son distintas. “Son menos guerreros y peleadores que los europeos, pero son más creativos», cataloga el cocinero que vive en Buenos Aires desde hace 27 años –tiene 51– y es abuelo de dos nietos.

–¿Cómo fue la adaptación al llegar al país?

–Yo soy provinciano, no era un snob arrogante de París. Vine a hacer mi trabajo calladito la boca. Encima no hablaba español. Me volvían loco. Nunca decía: «En Francia tenemos tal cosa o lo hacemos así». Me adapté como pude. Fui aprendiendo cómo tratar a las personas. Me volví un verdadero chef, adaptándome a otras mentalidades. Creo que cocinar es tener rectitud y responsabilidad en la cocina. Siempre lo digo: no soy más papista que el Papa. Si me divierto, me divierto. Podemos fumar un porro o tomar más de una copa, pero si estoy cocinando, estoy trabajando, y no puedo estar de joda. No soporto la gente que no respeta su trabajo. Hay que respetar los productos, los ingredientes y la labor. El trabajo de cocinero no es tan romántico como parece.

–Esa es un poco la idea del programa, ¿no?

–Sí, se muestra lo que puede pasar en la cocina. A más de uno le va a bajar el copete de querer tener un restaurant. Esto es una locura y una pasión. Por suerte existe la locura, si no sería aburrido.

–¿Qué fue lo peor que te encontraste haciendo los primeros capítulos?

–La negación es lo peor, cuando no quieren ver el problema y se rebelan contra mí como si yo fuera el responsable. En este programa está la dificultad de tener que afrontar distintas situaciones y detectar rápidamente el problema. No es fácil. Siempre al empezar creo que no se va a poder lograr.

–¿Cuál creés que es el secreto del éxito de la cocina por televisión?

–El público decide, yo no sé por qué funciona. Si lo supiese sería millonario, y no lo soy. La gastronomía es algo vital para la humanidad, y todo está más expuesto ahora por la tecnología metida en nuestra vida diaria. Pero también hay gente que se caga de hambre y eso es difícil de entender. Es lo más difícil.

–¿Hacer recetas con alimentos no accesibles para la mayoría de la población no es un poco obsceno?

–Siempre tratamos de cuidar ese aspecto. Es un factor que no se puede escapar. La idea es brindar herramientas para compartir, para hacerlo en casa y dar esperanzas de que se puede disfrutar de algo bueno, que nos da placer, dentro de las posibilidades de cada uno. Hay que demostrar que con poco se puede hacer mucho.

-¿Tenés proyectos de tener tu restaurant?

–No tengo apuro, pero sé que es a donde voy. Nunca tuve aspiración televisiva. Esto es efímero. Yo soy de construir cosas, tener sueños. Sé que voy a tener un lugar, porque es lo que sé hacer. Pero esta aventura me encanta.