Las motos rozan los cordones. El olor a fritura se mezcla con las telas, el cotillón y la ropa. Los laberintos de negocios en Once están repletos y Paula Pareto, que viaja en un taxi a paso de hombre y a la vista de todos, saca su medalla olímpica. “Guardá eso”, le advierten. Es agosto de 2008 y con tanta ingenuidad como felicidad, Paula lleva su medalla de bronce sin miedo y a cualquier lado.

-¿La volverías a sacar? 

-Sí, obvio, olvidate. Además quién se va a animar, no me la saca nadie…

De esa anécdota ya pasaron ocho años; de su bronce olímpico, también. Desde esa explosión casi inesperada con el podio en Beijing, Pareto se transformó en una de las deportistas más valiosas de la delegación argentina y hoy, con 30 años y ya recibida de médica, es otra vez una de las esperanzas de medalla en Río 2016. En parte porque supo mantenerse vigente entre las mejores en su categoría (48 kilos), en parte porque tiene una mentalidad tan sana que nada ni nadie pudo contaminarla.

-¿Qué cambió de esa adolescente a la que hoy va por su tercer Juego?

-Creo que las personas no cambian. Es cierto que tengo más experiencia desde lo deportivo y en la vida y que según las experiencias uno cambia el carácter, pero hay mucha gente que me dice que sigo siendo muy ingenua. No sé, trato de ser auténtica y no hago juicios de valor. Por ejemplo, me preguntaron por lo de Calu Rivero y la verdad es que no me pareció ni bueno ni malo: lo vi, me sorprendió, pero tiene explicación y no me enojé, ya pasó. Son maneras de pensarlo y tomarse las cosas. Yo con lo mío, vos con lo tuyo y cada uno tendrá su justificación de lo que hace.


-¿Sentís la expectativa que pesa sobre vos? Ya te sucedió en Londres…


-Puede ser, pero el objetivo es siempre el mismo: a cualquier competencia voy a dar lo mejor y a buscar una medalla. No iría a un torneo sin el objetivo de querer ganarles a todos. Es un deporte y podés ganar o perder, pero voy a ganar. Muchos creen que una está convencida de que va a sacar una medalla y no es así: no estoy convencida de nada, sólo de que voy a dar lo mejor para buscarla. 

 
-¿Cómo convivís con el exitismo? 


-Siempre digo que en judo es distinto. Hay una paridad a nivel mundial que es asombrosa y pasa en muchas categorías. Yo vi perder a campeonas olímpicas o mundiales con rivales que no podías creer. No está mal que la gente espere una medalla, no tiene por qué saber cómo es la actividad, pero yo sí sé cómo es y se puede ganar o perder en un instante. 

 
-Se destacó mucho tu abrazo con la cubana Dayaris Mestre cuando te ganó en la final del Panamericano de Toronto. ¿Tratás de desdramatizar la derrota? 


-Sí, es un poco eso. ¿Se puede ganar siempre? Para eso entrenamos, pero cuando perdés también está bueno ver el esfuerzo del otro. Cuando ganás no llegás a ver el defecto. Me pasó de ganar y no entender cómo lo hice, pero cuando pierdo me pesa mucho más, porque duele. 

 
-¿Estás ansiosa a tan pocos días de los Juegos? 

 
-Duermo bárbaro, siempre trato de extraerme lo más que puedo de la competencia. Estudiar en los torneos me servía mucho. No está bueno tener la cabeza todo el tiempo en una cosa. Cuando no entreno, no quiero que me hablen de judo. No porque no me guste, sino porque prefiero pensar en otras cosas… Sigo jugando al fútbol, me junto con amigas y hablamos de otras cosas. 


-¿Pueden ser tus últimos Juegos? 


-Siempre pienso que puede ser la última competencia. Cuando fui a Beijing creí que era esa vez y nunca más. Empecé a pensar así cuando me di cuenta de que estaba aburrida de competir. Estaba desganada, no podía seguir así. Entonces volví a pensarlo: me gusta lo que hago, tiene cierto sacrificio, pero me gusta. Y así me acomodé. En cuanto a la edad, me da para estar en un Juego más. No me voy a poner presiones, no sé si es el último pero eso me sirve para dejar todo acá. Retirarse debe costar un montón, te cambia el estilo de vida. Mi vida es el judo desde los 9 años… Sí decidí que después de los Juegos voy a especializarme en traumatología, pero no por eso dejaré la actividad.


-La de la competencia es una adrenalina distinta… 


-En 2015, después del Mundial, mi entrenador me dijo que no vuelva a pisar un tatami hasta que tenga ganas. No pude: fui al gimnasio. No puedo dejar de hacer algo. La satisfacción es diferente a todo. Y cuando logro un objetivo tan importante todavía me pasa que no lo puedo creer, no paro de sorprenderme. 

 
-¿El oro en el Mundial de Kasajistán 2015 fue clave para tu confianza? 

 
-Me sirvió para tener confianza, pero todos somos humanos y todos caemos. Creo que lo psicológico tiene mucho que ver porque nosotros no estamos a la altura de muchos extranjeros ni en lo físico ni en la cantidad de horas de entrenamiento, porque la infraestructura y la vida no te lo permiten. El atleta acá trabaja y estudia. Y así y todo llega a ganar, no me pregunten cómo. Es creer en uno y armarse desde lo psicológico. Lo hablo mucho con mi psicólogo, siempre le digo «vos te creés que soy todopoderosa» y no, no soy una todopoderosa, pero me tengo confianza para todo.

Las medallas están todas guardadas

“A mi mamá no le dejo que cuelgue las medallas», dice Paula Pareto. «Siempre le digo -continúa- que si alguien las quiere ver, que se las muestre. Pero que yo no quiero ver mis medallas todos los días. Salvo los premios Olimpia, que no se pueden esconder. Y ahora que vivo con mi papá es lo mismo: de judo no hay nada. Mi mamá sólo tiene una foto del podio en Beijing en su consultorio pero porque se la regalaron. Tienen todo guardado, casi que por obligación”. El detalle pinta la fórmula de la judoca para mantener su cabeza y su mundo intacto.  

Esta vez, en Río de Janeiro, tendrá bien cerca a su círculo: durante los Juegos estará acompañada por su familia y sus amigos. “Lo bueno es que van a estar de vacaciones y me sacan presión. Además a las competencias que vino mi mamá me fue bien, veremos qué pasa. Igual es lindo porque ella sólo me pudo acompañar a dos o tres torneos en mi carrera, es una linda oportunidad”, asegura.

Pareto siempre estuvo entre las candidatas para ser abanderada en la ceremonia inaugural. Pero no podrá ser. “Me pareció muy lindo sentirme reconocida y más por los pares, pero como compito al otro día no puedo ser abanderada. Y obviamente que es lindo llevar la bandera, pero lo mejor es representarla lo mejor posible el día de la competencia y dejarla lo más alta que pueda”, cuenta.