Nora sostiene una bandera con la mano izquierda y mira hacia arriba con su pañuelo blanco de Madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora. Sonríe complacida por una toma  en la que, con pose firme y bandera en mano, transmite la misma sencilla hidalguía de las antiguas fotos de los republicanos españoles en guerra contra el fascismo. En la sede de la Avenida Callao de la APDH, donde recibe a Tiempo, Nora Cortiñas luce gigante en su metro cincuenta, después de recordar la vigilia que el domingo realizó a la espera de la liberación de los presos de la marcha a Plaza de Mayo por la aparición con vida de Santiago Maldonado. «Yo me quería quedar hasta el final, pero si salían a las 6 de la mañana no iba a llegar a la conferencia de prensa que tenía al otro día en La Plata. Igual estuve con ellos en Comodoro Py, el juez nos permitió verlos antes de que salieran», recuerda. 

Cristian Vázquez es uno de esos 30 detenidos el viernes y le contó a la periodista Alejandra Dandán que fue revitalizante ver a la Madre de Plaza de Mayo en los calabozos de Comodoro Py, con los abogados de Correpi, Ismael Jalil y María del Carmen Verdú. «Fue increíble ver a la abuelita. ¡No sabes que fuerza tiene esa señora!», le dijo. Pero a Nora Cortiñas lo que la maravilla es ver en la juventud sus valores humanistas. «Lo que fue impresionante, y lo que yo más valoro, es la solidaridad de los jóvenes de esperar ahí a todos, no importaba si había conocidos o no. Estaban golpeados, lastimadas las muñecas por las esposas. Debajo de la lluvia, mojados los zapatos y las zapatillas», recuerda. 

«La juventud es solidaria –sigue–. En la concentración del viernes no había diferencia, no hubo dos o tres marchas. Esto nos une, desgraciadamente, por este hecho tan grave.»

La del domingo fue otra noche larga para Nora. Estaba en el estudio de C5N cuando la buscó alguien de Correpi porque hacía falta volver a hablar con el juez federal Marcelo Martínez Giorgi. Después de dos días de prisión había ordenado el traslado de los presos a los Tribunales federales para tomarles declaración. Pero se demoraba la liberación. Allí fue la Madre y se sumó a la vigilia que se había instalado sobre avenida Comodoro Py. Era tarde, hacía frío, llovía.

«Fue muy emotivo», recuerda Nora. «Me quedé muy impresionada con los 30 detenidos que habían sido acusados de todo y que, realmente, a medida que salían era como si salieran mis hijos, mis nietos, porque eran todos los pibes que habían estado en la movilización.» Eso la terminó de convencer: el viernes desde el mediodía, cuando comenzaron los preparativos de la marcha, cuando les hicieron problemas para montar el escenario en el que después hablaría la familia de Santiago Maldonado, habían notado que en Plaza de Mayo «se veía  mucha policía disfrazada, disimulando”. La misma sensación le transmitió la gente después: «que estábamos vigilados, con servicios por todos lados». En ese momento nadie imaginó que todo terminaría con represión y detenidos. El antecedente más cercano había sido la multitudinaria marcha del 2×1 en la que casi no hubo policías a la vista. «El viernes había demasiada», recuerda.  

«Al principio no me dejaban entrar y sólo dejaban entrar a los abogados», reconstruye sobre su paso por Tribunales.

–¿En Comodoro Py?

–Si. Los policías se habían empacado en la puerta y decían que no y que no. 

–¿No la vieron con el pañuelo?

–Sí. Y nada. Decían que no íbamos a pasar, que no teníamos permiso del juez aunque el juez había dicho que sí. . Después nos pusieron un batallón de policías con armas largas detrás de las rejas, como si fuéramos a entrar o no sé qué. Hasta que al final nos permitieron entrar a mí y a Nilda Eloy, de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos. 

–¿Eso fue ya tarde? 

–No sé qué hora era. Pero serían como mínimo las 10 de la noche. Al final el juez nos permitió entrar porque ya estaban todos indagados. Y después ya se los llevaron. El juez nos dijo que la liberación iba a ser rápido. Pero fueron liberados a las 4 de la madrugada del lunes.

Nora Morales de Cortiñas lleva la mitad de su vida luchando. El 15 de abril de 1977, en plena dictadura cívico-militar –»eclesiástica y económica», agrega ella–, un grupo de tareas secuestró a su hijo Carlos Gustavo en inmediaciones de la estación de Castelar. Tenía 24 años, era militante político y trabajaba en el Indec. No supieron nada más de él. Y sigue desaparecido. Después de 40 años de ausencia y lucha, está convencida de que el pueblo argentino «ya no soporta más un hecho como la desaparición de Santiago». Pero también por eso la desaparición forzada del joven en Chubut volvió a inocularle el miedo a la impunidad. Y se estremece porque como le pasó a ella, la familia Maldonado no logra saber qué pasó con su ser querido. 

«Hay un desmadre en el respeto a los Derechos Humanos de este pueblo que nos lleva atrás 20 o 30 años», dice. 

–¿En estos días vuelven las sensaciones de la búsqueda desesperada en dictadura?

–Sí, claro. Cada desaparición que hubo en gobiernos constitucionales nos despierta la misma sensación. Una desaparición es un crimen de lesa humanidad, es el crimen de crímenes. Es lo peor que se le puede hacer a una persona. 

–Este año se cumplieron 40 años de la desaparición de su hijo…

–Y hace 40 años que no sé nada. Ni por dónde pasó, ni si alguien lo vio. No hay nada, ninguna señal que me diga que Gustavo pudo estar en tal o cual lado. Nada. Por eso digo que lo que pasa ahora con la familia de Maldonado es infame: la falta de una información, de una noticia. Esa falta es una infamia y que ahora se repita es tremendo. 

A Nora la enoja la reacción del gobierno de Mauricio Macri ante la desaparición del artesano en la Patagonia y las declaraciones de la ministra de Seguridad Patricia Bullrich. Por eso viajó al Pu Lof de Cushamen con Adolfo Pérez Esquivel y escuchó la voz de los mapuches y conoció el terror que les inoculó la represión. «Estuvimos con ellos en el lugar donde se llevaron a Santiago, con las huellas de Unimog todavía en el piso. Lo vi yo, no me lo contaron: hasta el borde del río, las patas del Unimog clavadas en el barro», recuerda.  «