«El sábado 29 de mayo de 1976 por la mañana sonó el teléfono en la casa de Greta Gleyzer. Era Alicia, la señora que limpiaba la casa de su hermano Raymundo. Estaba muy alterada. ‘¡Señora Greta! ¡No sabe lo que pasó! Entraron ladrones a la casa del señor Raymundo. Entré al departamento y se llevaron todo, no quedó nada. Rompieron la puerta de una patada…'».

Así comienza la Introducción de Compañero Raymundo (Editorial Sudestada) escrito por Juana Sapire, la compañera de vida, militancia y trabajo de Gleyzer y madre de su hijo, y la periodista e investigadora Cynthia Sabat. Los «ladrones» eran un grupo de tareas que además de secuestrar a Raymundo saqueó su casa como era la siniestra modalidad en aquellos años sangrientos. Hacía seis días que él había vuelto al país desde los Estados Unidos –donde luego se exilió Juana y donde vive actualmente– y pensaba volver allí en unos días. Pero la dictadura no le dio tiempo. Testimonios posteriores permitieron saber que había sido llevado al centro clandestino de detención El Vesubio, que fue también el destino del escritor Haroldo Conti. Su madre le había advertido sobre los peligros que corría pero él le contesto: «Yo tengo que decir lo que tengo para decir, si no para qué vivo».

Raymundo, tenía apenas 34 años y dejaba una valiosa obra documental que había comenzado en 1964, a los 22 años, con La tierra quema y había culminado con Me matan si no trabajo y si trabajo me matan, de 1974. Además, había sido el fundador del grupo Cine de la Base que integraron, entre otros, Juana Sapire, ÁlvaroMelián, Nerio Barberis, Alberto Vales y Jorge Santa Marina. Al fundar este grupo su objetivo fue «colectivizar la inteligencia».

«Desde que me fui del país –explica Juana cuando se le pregunta por el origen del libro– pasé mi vida conservando la obra de Raymundo y con la idea de restaurar sus películas, cosa que ya fue hecha. También quería difundir su obra a través de un libro. Por suerte me conecté con Cynthia Sabat. Si no fuera por ella no hubiera podido sacar de adentro todo lo que saqué: mi vida junto a Raymundo desde los 15 años. Creo que es un libro interesante para que los jóvenes vean cómo es la militancia, la vida, el amor, el arte, todo junto. Para que vean cómo es hacer lo que a uno le gusta para compartirlo con la gente, no para competir con nadie. ¿Cómo lo hacíamos? Ayudándonos mutuamente. Él hacía la cámara, yo, el sonido y estábamos en relación con otra gente de cine. Nosotros no éramos peronistas, sino del PRT, pero si había algún joven peronista de base –porque hay peronistas y peronistas– como Jorge «El Tigre» Cedrón, director de Operación Masacre, hermano del Tata, a quien los servicios asesinaron en París, nos acercábamos a él. Los servicios son mundiales y las órdenes las baja el Pentágono. Eso pasa en todos los países que no se atreven a desafiar el Imperio y así estamos».

Sobre la relación que iniciaron ambas y que culminó en un libro Cynthia explica: «Con Juana nos conocíamos virtualmente porque ella vive en Nueva York. A fines de los ’90 yo empecé a escribir notas sobre Raymundo porque me interesaba como cineasta, porque me crucé con sus películas y me encantaron, por lo que hacía notas cada 27 de mayo, analizaba películas. Un día me llegó un mail de Juana agradeciéndome esas notas. Yo no sabía de su existencia, por lo que fue una gran sorpresa. Más adelante nos conectamos por las redes sociales, comenzamos a charlar. Un día me dice que había sido convocada por la Justicia argentina para dar su testimonio sobre la desaparición de Raymundo en Comodoro Py. Esto fue en 2010. Juana vino a la Argentina, se quedó en mi casa y la acompañé».

«De eso no me voy olvidar nunca más, responde Juana. Ella durmió en un colchón que puso en el piso y yo en su cama. A la mañana siguiente fui al juicio y dije todo lo que quise decir. Los jueces, por primera vez, me miraron a los ojos. Recalco que fueron los jueces y no las cuatro bestias que eran los acusados que se comportaron como cuatro piedras. Leí una carta que mandó nuestro hijo, Diego. Cuando terminó mi testimonio y le dijeron a la defensa de estas cuatro piedras si tenía algo que preguntar, contestó que no. Yo le dije que había viajado desde Nueva York para estar presente y cómo era posible que no tuviera nada para preguntarme, que para qué era abogado y cómo tenía cara para defender a esas basuras. Ahí la gente aplaudió y los cuatro piedras continuaron en su actitud de piedras».

Para Raymundo el cine era una forma de militancia, un arma fundamental en la toma de conciencia política. Su objetivo era llegar al pueblo a través de la imagen y por eso también incursionó en un género tan popular como la fotonovela. «Hacer un cine que fuera vendible nunca entró en nuestros planes –afirma Juana–. Nuestro proyecto era cambiar la sociedad, cambiar el mundo comenzando por la Argentina. Éramos bastante ambiciosos. Teníamos nuestro propio sistema de distribución porque no hacíamos un cine comercial. El Cine de la Base iba a la gente, no esperaba que la gente fuera al cine porque los humildes no pueden hacerlo porque están lejos, no tienen movilidad y tampoco dinero. Además, nuestras películas eran muy urticantes. El cine era una forma de despertar conciencia porque la gente se identificaba con lo que veía en la pantalla. Si te están mostrando una película que se llama Los traidores y ves que los burócratas se bajan los pantalones por un palo verde y te sentís identificado, entonces aprendé, cambiá algo, cosa que los burócratas no han hecho en 40 años ni nunca lo harán porque quieren el dinero, no les importa nada de los trabajadores. Al dueño de una fábrica no le importa si por falta de un ventilador un obrero se muere intoxicado con plomo. Si se le muere un obrero, pone otro, pero no va a gastar en un ventilador. Esto se ve en Me matan si no trabajo y si trabajo me matan, que está dedicada a Ortega Peña, abogado del pueblo, defensor de la gente, asesinado a sangre fría».

Raymundo filmó con otro grande del cine documental como Jorge Prelorán, pero luego cada uno tomó luego su propio rumbo porque tenían diferentes criterios. Mientras Prelorán se interesaba más en un cine etnográfico y se declaraba apolítico, él consideraba que el cine era un arma política. De esa relación quedó, entre otros films, Ocurrido en Hualfin (1965), filmado en la pequeña población de Catamarca de ese nombre, donde, según lo atestigua Juana «no había nada, ni siquiera sombra». La música estuvo a cargo de Leda Valladares. El documental cuenta la vida de tres generaciones de la familia Figueroa. La más pequeña es Elinda, quien en el momento de la filmación era una niña pero que aún hoy mantiene en su memoria aquellos días en que ella y su familia fueron mirados a través de una cámara. «Ella tenía siete años cuando filmamos la película y aún se acuerda de «el señor Raymundo, de lo bueno que era con ella, de que la sentaba en sus rodillas y que le llevaba galletitas», cuenta Juana. Y Cynthia agrega: «Hace unos ponchos increíbles y hoy estamos conectadas por Facebook. Ya es una mujer grande, pero continúa con el trabajo artesanal de su familia que era tejer ponchos en telar».

Raymundo siempre se las ingenió para hacer lo que más le gustaba: documentar la realidad a través de la lente. No solo lo hizo en sus películas, sino también en el noticiero Telenoche, del que formó parte junto con Tomás Eloy Martínez. En el libro se cuenta, por ejemplo, un trabajo que hizo con matacos evangelizados por pastores suecos. De él se conserva el guión y el material fílmico, pero es una tarea pendiente agregarle las voces y la banda sonora.

Pino Solanas figuró también entre los amigos de Raymundo y Juana, quien recuerda: «Si a Raymundo le preguntaban sobre cine argentino contestaba que para él el único cine argentino realmente valioso era La hora de los hornos. Cuando yo era muy joven y feliz, paseaba por París con Raymundo de un lado y Pino del otro. Él era entonces muy lanzado y había puesto al final de la película una foto del Che muerto que era difícil de soportar porque duraba mucho. Pero pasaron los años, Pino se convirtió en otra cosa y, de cagón, sacó o redujo la imagen del Che Guevara y puso en su lugar la de Isabel Perón y López Rega. En ese momento para mí murió». Cynthia aclara que él lo justifica como una «actualización histórica» pero que luego sintió vergüenza y quitó las imágenes sin dejar rastros del final alternativo, por lo cual hoy solo se la ve con el final original. «Getino, dice, era muy diferente y hay que rescatar muchos gestos que tuvo que lo diferencian claramente de Solanas».

Muchas de las películas de Gleyzer pueden verse hoy en Youtube, aunque las versiones que figuran allí no son las restauradas. «Gracias al Instituto de Cine en 2015, durante la gestión anterior, se restauró la obra completa –informa Cynthia–. María Lucrecia Cardoso fue la que tomó la decisión política de hacerlo y también de publicar la primera edición de Compañero Raymundo en una caja maravillosa, con calidad de lujo que se hizo para repartir en instituciones educativas y no estuvo a la venta. Por suerte la Editorial Sudestada creyó mucho en el libro y acaba de lanzarlo para la venta en kioscos, librerías y Web».

No es difícil imaginar a Juana al lado de Raymundo. El tiempo y el dolor de su desaparición no han logrado doblegarla. Por el contrario, mantiene las mismas convicciones y le gusta recordarlo como el gran luchador que era. «En Europa –cuenta– nos preguntaban si no teníamos miedo de morir con lo que hacíamos y Raymundo contestaba: «Nosotros no hacemos cine para morir, sino para vivir, para vivir mejor y si se nos va la vida en ello, vendrán otros que continuarán». «

Cómo se rodó La tierra quema

«En La tierra quema Raymundo trabajó como lo haríamos juntos en las películas que vendrían después: convivió con la familia Amaro durante un tiempo hasta que un día les pidió permiso para sacar la cámara. Así se llega a cierta verdad; de otra forma es difícil conseguir algo interesante y auténtico. Cuando uno tiene poco material virgen no puede repetir las tomas. Raymundo filmaba una única toma o en proporción 2 a 1, no más. Los protagonistas eran campesinos, por lo tanto no pedía que repitieran las mismas acciones muchas veces. No recuerdo que hayamos dejado ninguna secuencia fuera al editar en la moviola.

A veces la gente me pregunta qué fue de la familia de La tierra quema, y si Ray mantuvo contacto con ella. Esa familia estaba obligada a ser nómade, a moverse constantemente en busca de mejores condiciones para que no se les murieran más hijos, por lo que es imposible saber qué fue de ellos. Lo que es seguro es que el futuro no pudo haber sido mucho mejor que el presente retratado en la película.

Después del rodaje, Raymundo volvió a la escuela de La Plata. Mostró la película que despertó un interés moderado porque, aunque se valoraba mucho el cortometraje como género, se prefería la ficción al documental. Poco después abandonó los estudios. Su conciencia política se había profundizado con la experiencia de Brasil».

Fragmento perteneciente al libro Compañero Raymundo, de Juana Sapire y Cynthia Sabat.