Saliendo de la frialdad de las siglas el Tratado Transpacífico, joya de la corona del gobierno demócrata estadounidense,  en cabeza de Barack Obama, que prometía un área de libre comercio de once países de América del Norte, América del Sur y del sudeste asiático, con (y aquí estaba el sentido estratégico-ideológico del tratado), la exclusión de China, fue arrojado al cesto en los primeros movimientos espasmódicos de la administración Trump. De alguna manera esto salvó la iniciativa, que pretendía un desbalance geopolítico fundamental en el área Pacífico en favor de EE UU, de un languidecimiento y muerte lenta en tanto que los leoninos intereses de la gran potencia capitalista, semiocultos en la letra del tratado, se iban transformando cada vez más en obstáculos insalvables en un escenario mundial que ya no le tiene el respeto que le tenía. Es más, los países involucrados en el proyecto siguieron adelante con las tratativas no obstante la autoexclusión de los EE UU. Pero ahora, a cuatro años de esos incidentes, China, la gran excluida del fallido intento hegemónico de los grandes grupos financieros internacionales, que intentaban llevar su poderosa influencia a todo el área del Pacífico, acaba de acordar un tratado comercial que, no solo incluye a varios de los países de Asia que eran parte del TPP, sino que excluye a Estados Unidos .

El 15 de noviembre pasado se firmó en Hanói, después de diez años de negociaciones, el denominado RCEP (Asociación Económica Regional Integral). Se considera el mayor “megacuerdo” comercial conocido hasta el momento. Sobre la base de la ASEAN (Asociación Económica de Naciones del Sudeste Asiático), varios acuerdos bilaterales previos y la incorporación de China, Japón, Corea del Sur, Australia, India y Nueva Zelandia, 2200 millones de personas se integran representando más del 30% del comercio global. Nueva Delhi se retiró en noviembre de 2019 aduciendo preocupación por el crecimiento chino. El RCEP se propone reducir los aranceles, hasta eliminarlos, tanto en productos como en servicios, en un período de 20 años, e incrementar el flujo comercial entre los participantes. Sin embargo, cabe aclarar que por el momento no constituye una unión aduanera.

El objetivo final es avanzar hacia nuevas reglas del comercio internacional que garanticen una relación abierta y libre hacia el fortalecimiento de la multilateralidad.

La Federación Rusa y la República Democrática Popular de Corea no participan aún por no contar con zonas de libre comercio con países de la ASEAN, requisito indispensable para integrarse.

Los efectos que persigue son:

1) Estimular y potenciar las Cadenas Globales de Valor (CGV) ya existentes, posibilitando el ingreso de nuevos actores.

2) Japón tendrá acceso a un mercado varias veces superior al europeo y mejorará la ya beneficiosa y abultada balanza comercial con China.

3) China encontrará una salida complementaria a la Nueva Ruta de la Seda, afianzará las relaciones con los vecinos y habrá disminuido los efectos del cerco desarrollado por las potencias anglosajonas.

4) Un nuevo acuerdo facilitará el acercamiento entre dos protagonistas esenciales del tablero mundial, nada menos que la segunda y tercera economía mundial.

El moño de este paquete es la participación en esta nueva RCEP de tres puntales de la estrategia geopolítica “occidental” para arrinconar a China y que eran parte fundamental del TPP originario. Estos países hoy acordaron autónomamente con China en el RCEP y hasta hay posibilidades de que más adelante se sume India, con lo que el tratado alcanzaría abarcar a un tercio de población mundial. El devenir de los dos tratados comerciales referidos parece ser una clara señal de qué es lo que muere y qué es lo que nace en la encrucijada económico-política mundial de nuestros días. «