En el lado sur, ahí donde Burgos choca con Don Bosco, empieza el barrio San José. En esa esquina inaugural se dan algunos pocos consensos. La cerveza y la cumbia; pero también una identificación natural con El Gallo. Ni River ni Boca y tampoco el desvarío de repartir la pasión entre dos equipos: al hincha de Morón le alcanza y le sobra.

«Amo mi barrio. No me iría nunca de San José porque ya me conocen todos. Tuve una infancia difícil y por eso la gente me da mucho cariño», dice Alejandro Tapia, 33 años y apodado Chapita.

–¿Tus vecinos saben que sos El Gallo de Morón?

–Sólo unos pocos. Soy muy callado y me gusta estar tranquilo. Cuando estoy adentro del traje nunca me saco la cabeza para que la gente no me reconozca.

Chapita es la mascota oficial del Deportivo Morón. No se impuso en ningún casting. Tampoco es una inspiración del departamento de marketing del club. Chapita ganó su lugar porque se animó.

«Empecé a ir a la cancha de chiquito, a los ocho o nueve años. Iba solo y me quedaba a un costado de la popular. Era un socio más pero hace unos años un vecino me dijo que tenía el disfraz del Gallo Claudio y que nunca lo usaba porque le daba calor. Entonces le pedí que me lo vendiera porque yo lo iba a usar para ir a la cancha. Me dijo que si era para alentar al Gallo me lo regalaba».

Desde entonces, Alejandro tiene uniforme de cancha. Lo estrenó un martes a la noche de 2009 en el viejo Francisco Urbano, el estadio demolido que estaba en el centro de la ciudad, durante un partido contra Talleres de Remedios de Escalada. Ganó Morón y encima la aceptación en la tribuna fue inmediata. «Desde el primer día que me puse el traje los chicos empezaron a acercarse y a pedirme fotos. La gente siempre me trató bien, con mucho respeto».

La presencia del Gallo se hizo habitual donde jugara Morón (en una época no muy lejana había visitantes en las canchas) y su fama acotada, meramente local, tuvo un impensado pico de notoriedad gracias a dos hechos que fueron registrados por las cámaras de televisión.

El primero ocurrió un sábado al mediodía de 2006, también en la antigua cancha de Morón, durante un partido contra All Boys. La imagen, que luego se volvería viral, es la del Gallo parado en uno de los paravalanchas centrales –previo acuerdo con la barra– en el instante exacto en que hace el ademán de tomarse los testículos (si eso fuera posible en un ave), como ofrenda a la hinchada rival.

«Estuve mal –aclara Chapita– porque lo que hice puede generar violencia. Me arrepiento y sé que no lo volvería a hacer».

Casi una década más tarde, en 2015, el Gallo volvió a ser noticia, pero esta vez por un gesto que no suele verse en el futbol argentino.

Aquel sábado de noviembre, ya en el nuevo Francisco Urbano, Brown de Adrogué marcó el gol del triunfo sobre Morón a los 49 minutos del segundo tiempo y consiguió así el ascenso al Nacional B. Las circunstancias permitían imaginar un escenario de violencia, sin embargo, Chapita, disfrazado de Gallo, lejos de boicotear los festejos del rival, entró al campo de juego y felicitó al técnico de Brown, generando aplausos en la tribuna local.

«Yo había visto una nota a Pablo Vicó y me había enterado de que había perdido un hijo en un accidente. Así que cuando terminó el partido entré a saludarlo. Él me agradeció por el gesto y después de ese día quedó una buena relación», destaca.

Chapita sabe de pérdidas. Sus padres murieron cuando todavía era un adolescente y con la ayuda de sus hermanos mayores (él está en el medio de un total de seis) debió hacer frente a una realidad que nunca les dio respiro.

«De pibe sufrí mucho. Al ser tantos, teníamos problemas en casa y a veces pasábamos necesidades. Sin mi papá se hizo todo más difícil. Él era cuidador en el cementerio municipal pero antes de eso era plomero y tengo una foto suya pasando los caños por debajo de la platea de la cancha vieja de Morón. Él también era del Gallo y lo que más me duele es que no llegó a verme con el disfraz porque se murió cuando yo tenía 15 años».

El barrio puede ser determinante en la vida de una persona y en el caso de Chapita resultó evidente. Un vecino le regaló el disfraz de Gallo y fue otro quien le permitió recalar en la intimidad del club que ama.

«Luis Martínez, el entrenador de arqueros, me hizo entrar un día al vestuario. Me gustó y me quedé. Ahora voy todos los días al club y doy una mano en lo que necesiten».

Chapita no cobra por ser la mascota de Morón los días de partido. Tampoco por el trabajo que hace en la utilería durante la semana.

«Es un fenómeno –dice Damián Akerman, jugador y emblema del equipo–. Nunca faltó a un entrenamiento y siempre está dispuesto a dar una mano en todo. Hasta se pone el traje en los cumpleaños para darles una alegría a los chicos. Pienso que debería cobrar algo por todo lo que nos ayuda. Yo le digo que para mí no es la mascota de Morón, sino que es la mascota del fútbol argentino porque aunque haya otras dando vueltas por ahí, Chapita es único».

La semana pasada, en Mendoza, Morón tuvo su chance contra River en la semifinal de la Copa Argentina. El plantel decidió pagarle a Chapita el pasaje en avión como premio a tanta fidelidad, pero Chapita, luego de agradecer emocionado, dijo que prefería viajar un día entero en camioneta con sus amigos de San José.

«Cómo le voy a sacar plata a Morón –se indigna–. Si hasta sigo pagando mi carnet de socio solo porque me gusta ayudar al club».