Ya casi en el 15ª aniversario del 11 de septiembre de 2001, los norteamericanos vuelven a justificar su intervención en los países de Medio Oriente invocando el peligro del terrorismo para el mundo, y poniéndose en el lugar de víctimas y guardianes de la democracia global.

Con un discurso basado en los presuntos altos valores de su país y su fortaleza militar, aunque obliterando el rol activo que juegan en la problemática mundial, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, dijo: «Mientras reflexionamos sobre estos últimos 15 años, también es importante recordar lo que no ha cambiado: los valores centrales que nos definen como estadounidenses. La fortaleza que nos sostiene. Después de todo, los terroristas nunca podrán derrotar a Estados Unidos.”

En un mensaje por radio, como lo hace habitualmente los sábados, se refirió a la actitud de los grupos extremistas: «Su única esperanza es aterrorizarnos hasta que cambiemos nuestra forma de vida. Por esa razón, los estadounidenses nunca cederán ante el miedo. Y es por eso que este fin de semana recordamos el verdadero espíritu del 11 de septiembre.» Nada dijo, en cambio de cómo ellos mismos colaboraron en la formación de los grupos extremistas como los talibanes de Al Qaeda.

El líder de este grupo terrorista, que domina un tercio del territorio afgano, el mullah Haibatullah, expresó por su parte: «Queremos tener relaciones con el mundo y responder a sus preguntas, mitigar su preocupación para que salvemos a nuestro país de los daños de otros en un futuro y que los otros también no sean heridos por nuestro país». La escalada de violencia y el agravamieto de la crisis humanitaria que sufre este país desde que la OTAN se retirara en 2009 llevó a que las Naciones Unidas lanzara el miércoles pasado un llamamiento para aumentar la ayuda a Afganistán.

En el mensaje de la víspera del aniversario del sangriento 2001, con casi 3000 víctimas mortales en suelo estadounidense, el mandatario afroamericano enfatizó que la forma en la que se reacciona ante el extremismo «importa», por lo que insistió en que no se puede «ceder» ante aquellos que buscan la división. «No podemos reaccionar de tal manera que se erosione el tejido de nuestra sociedad. Porque es nuestra diversidad, nuestra forma de dar la bienvenida a todo tipos de talentos y de tratar a todos de manera justa -sea cual sea su raza, sexo, etnia o fe- es parte de lo que nos hace ser un gran país. Es lo que nos hace fuertes».

Sus palabras, por supuesto, tratan de tapar el escandaloso comportamiento de su gestión bajo la cual continúan las cárceles clandestinas, el uso de métodos violentos contra “sospechosos” –sin proceso judicial– de aportar a los grupos extremistas, el uso de “contratistas privados”, como llaman a los grupos de militares que luchan en los territorios y que no son parte del ejercito de Estados Unidos. Hacia el final de su discurso realizó una pintura naif de su país: «Todavía somos el mismo país donde los héroes se lanzaron al peligro, de la gente común que se rebeló contra sus secuestradores, de las familias que convirtieron su dolor en esperanza. Todavía somos el mismo país en el que nos cuidamos los unos a los otros.»