El embate contra el polémico presidente de la Cámara de Senadores brasileña, Renan Calheiros –que se atrevió a no dejar el cargo ante el pedido de un juez de la Corte y se salió con la suya– es apenas una muestra en escala de la descomposición que envuelve a la dirigencia política, que usó una argucia para acusar y destituir a Dilma Rousseff y ahora enfrenta escándalos de proporciones mayúsculas. Uno de los protagonistas de esta trama es la empresa Odebrecht, uno de los emblemas del período de Lula en el poder y ahora una pieza clave para develar los manejos de la política en Brasil.
La historia de este gigante que emplea a 168 mil trabajadores en 28 países –incluida la Argentina– y factura alrededor de 29 mil millones de dólares anuales comienza en 1856. Ese año, Emil Odebrecht, un joven de 23 años oriundo de Jacobshagen, Pomerania –entonces parte de Prusia y ahora territorio polaco– llegaba a América para afincarse en el sur del Brasil.

Era la segunda gran oleada de alemanes que llegaban a este rincón del mundo. En 1820 hubo una primera migración, atraída por el emperador Pedro I, que quería poblar de connacionales de su esposa, María Leopoldina de Habsburgo, esa región en disputa con las Provincias Unidas. Muchos de aquellos germanos terminaron como mercenarios en la guerra contra Buenos Aires, entre 1825 y 1828.

El primero de los Odebrecht se casó con su paisana Bertha Bichels y tuvieron 15 hijos. Es el tronco de una rama que computa más de 1300 personas con ese apellido. El más famoso en estos últimos meses es Marcelo Odebrecht, condenado a 19 años de prisión bajo severos cargos de corrupción como responsable de uno de los mayores conglomerados empresariales del mundo, con intereses en la construcción y la industria petrolera y química.

Marcelo Odebrecht fue uno de los principales aliados de Lula desde que llegó al poder, en 2003. Tanto la megaempresa como otros grandes holdings como Camargo Correa, constituyeron la “burguesía nacional” con la que el PT aspiraba al despegue de Brasil como potencia mundial.

Con créditos del Banco Nacional de Desarrollo y un empuje indudable, Odebrecht había extendido sus tentáculos hacia la mayoría de los países latinoamericanos y algunos africanos de lengua portuguesa. En Argentina ganó decenas de licitaciones desde 1987 y es uno de los que hará el soterramiento del ferrocarril Sarmiento. En Cuba construyó el complejo Puerto Mariel, una de las mayores apuestas del gobierno de la isla en esta etapa de actualización del modelo socialista.

Pero desde que intentaron poner un pie en Miami, murmuran en la filial porteña, se le complicaron las cosas. Y cuando el juez Sergio Moro avanzó en la megacausa Lava Jato, el nombre de Odebrecht era figura cantada en el despacho del polémico magistrado. Hace 16 meses, tras varios amagues, Moro ordenó la detención de Marcelo Odebrecht y de otros directivos de la firma. Ya había dejado tras las rejas a responsables de otras contratistas de Petrobras.

Marcelo Odebrecht cerró la boca por más de un año, como para cumplir un pacto de caballeros con el partido con el que había crecido tanto. Hasta que un golpe parlamentario dejó fuera de juego a Dilma Rousseff en agosto pasado. Y entonces abrió negociaciones con el juez. Prendería el ventilador y ordenaría hacer lo propio a ejecutivos bajo la figura de la “delación premiada”.

La semana pasada trascendió la lista de los que recibieron aportes de Odebrecht en distintas etapas de estos últimos años. Podría decirse que están todos, pero todos. Es cierto que aparecen encumbrados representantes del PT –no así Lula ni Dilma– pero especialmente se pueden ver los dirigentes que dieron el golpe. El que abrió el impeachment y terminó expulsado de la Cámara Baja, Eduardo Cunha, el canciller José Serra, algún apellido Temer que se relaciona fácilmente con el presidente y, claro, el senador Calheiros.

Esta semana hubo un pase de comedia cuando el juez supremo Marco Aurelio Mello ordenó suspender al jefe de los senadores por una causa de corrupción que data de 2007. La edición de Playboy de octubre de ese año mostraba como “conejita” de tapa a Mónica Veloso, examante del presidente de la Cámara Alta. La mujer, periodista, dijo que tenía una hija de tres años con Calheiros y que le retaceaba dinero. Era grave que las hubiera mantenido en las sombras, pero más que había conseguido “aportes” de empresas para darles una mensualidad bajo cuerda durante años.

Calheiros, del mismo partido de Temer y pieza clave hoy día para aprobar una reforma constitucional que limita el gasto público por dos décadas, también fue acusado de haber beneficiado a una fabricante de cerveza y de ser socio oculto de emisoras de radio. En esa época, el escándalo repercutía en el PT, ya que el hombre era aliado del gobierno de Lula. Ahora, todos sus atributos quedaron expuestos, como en una tapa de Playboy. «