A 50 años de su muerte, una muestra que se exhibe hasta marzo en la Biblioteca Nacional sale al rescate de la vocación iconoclasta de Oliverio Girondo a partir de un recorrido que abarca dibujos, ilustraciones, grabaciones de sus lecturas y una escultura gigante con la que el escritor promocionó el lanzamiento de su obra Espantapájaros en 1932.

«No tengo, ni deseo tener, sangre de estatua. Yo no pretendo sufrir la humillación de los gorriones. Yo no aspiro a que me babeen la tumba de lugares comunes, ya que lo único realmente interesante es el mecanismo de sentir y pensar. ¡Prueba de existencia!», escribió Girondo en el inicio de sus Veinte poemas para ser leí­dos en el tranvía. Al escritor y poeta le hubiera gustado tal vez el abordaje heterodoxo de esta muestra que traspone los límites de su obra literaria para internarse en otras facetas menos conocidas con las que exploró nuevos soportes y canales alternativos de difusión, aproximándose incluso a lo que décadas más tarde se conocería como «marketing».

«Si bien trascendió como el poeta vanguardista que fue, Oliverio fue además artista plástico, que excede aun a las ilustraciones que él mismo realizó en sus libros de poemas, fue también ensayista, ‘membretista’ o escritor de aforismos, y un gran promotor de su propia figura y de su obra», sostiene Jorgelina Núñez, una de las curadoras de la exposición junto a Nicolás Reydó.

«Nuestro problema como curadores fue toparnos con la complejidad que supone todo aniversario, de rendirle ‘homenaje’ a un vanguardista de todo terreno como Girondo. Fuimos conscientes del riesgo de caer en la ‘monumentalización’ del autor y de su obra», explica en diálogo con Télam.

Según Núñez, el poeta advierte tempranamente el riesgo de fosilización y lo registra en 1921 en su primer libro de poemas, cuando dice «Ningún prejuicio más ridículo que el prejuicio de lo sublime», una noción que los organizadores recuperan para hacer prevalecer una instancia lúdica que les permite a los visitantes, por ejemplo, rearmar a su antojo dos poemas de Girondo. Aunque su producción literaria se condensa en apenas seis libros, al escritor le bastaron para articular una voz singular vinculada a la vanguardia poética y a la innovación de temas, estilos y lenguaje, como se percibe particularmente en la escritura de En la masmédula, donde la imposibilidad semántica para dar cuenta del mundo lo empuja a la utilización de neologismos como Aridandantemente o Soplosorbos.

«De una primera etapa plena de expresiones confrontativas, su poesía se vuelve cada vez más introspectiva y de una belleza oscura. Pensamos que es en la profunda experimentación con el lenguaje que se advierte en su último libro, En la masmédula (1954), donde Girondo alcanza su momento vanguardista más alto y también el menos accesible», detalla Nuñez. A medio camino entre el objeto artístico y el recurso de venta surgió la monumental escultura de casi tres metros de alto que Girondo realizó para promocionar en 1932 la aparición de su libro Espantapájaros, y que ahora se exhibe por primera vez tras haber sido rescatada por su esposa, la poeta y novelista Norah Lange. El muñeco de papel maché, vestido con traje, capa, galera y monóculos, es una de las grandes atracciones de la exposición que presenta la Biblioteca Nacional, que cuenta en su patrimonio con mucho material de Girondo, como primeras ediciones de su obras entre las que se cuenta la nouvelle Interlunio (1937), ilustrada por Lino Enea Spilimbergo. Para promocionar el libro, al poeta se le ocurrió pasear durante 15 días en una carroza fúnebre esta figura de 2,86 metros de altura, mientras un grupo de bellas jóvenes vendí­an los ejemplares del libro en puestos de la calle Florida. La original estrategia publicitaria resultó un éxito: Girondo logró vender en pocos meses todos los ejemplares de su obra.

La escultura, que representa a un académico, iba a ser quemada el dí­a en que se celebraran las bodas de plata de la revista Martí­n Fierro, pero Lange se opuso y la resguardó en su casa de la calle Suipacha 1444 hasta que pasó a integrar el acervo del Museo de la Ciudad de Buenos Aires. «La decisión de quemarla tiene que ver con su irreverencia porque la escultura representa no a un espantapájaros sino a un académico (o a un académico a quien se lo considera un espantapájaros por el hecho de que no produce nada propio sino que «importa» ideas ajenas, en términos de Girondo). Las formas y los discursos oficiales y anquilosados eran el blanco preferido de los ataques del poeta contra las instituciones», explica Núñez.

¿La idea de promocionar su libro Espantapájaros mediante una campaña que incluyó la confección del muñeco y la presencia en las calles fue un gesto destinado exclusivamente a difundir su obra o estaba movido también por cierto afán de provocación, por esa irreverencia que lo caracterizaba? «Girondo fue un hombre desprejuiciado y con un fuerte espíritu lúdico, que tratamos de reflejar en la muestra. Una actitud -hay que decirlo- que se ganó el corazón de Norah Lange, ya que ella estaba saliendo con Borges en el momento en que conoció a Girondo», evoca Nuñez. «A pesar de provenir de una familia de renombre y de muy buena posición, a él le preocupaba mucho que su obra llegara a un público amplio. Algo que ya había demostrado con su primer libro, Veinte poemas para ser leídos en el tranvía del cual publicó una edición que se vendía en ese medio de transporte a solo 20 centavos, es decir el costo de un boleto de tranvía en aquel entonces, y que también puede verse en la muestra», señala. Con su pensamiento inclasificable, a cincuenta años de su muerte, Girondo ha sorteado las fronteras de su tiempo y hoy dialoga con las poéticas contemporáneas: «Su contemporaneidad es indiscutible -indica la curadora-. Imaginamos que debió de representar un verdadero escándalo en su época pero hoy se leen sus primeros libros con una sonrisa divertida y el último, con la gravedad de quien sentía que el lenguaje era insuficiente. Por eso, necesitaba horadarlo, quebrarlo, forzar sus límites. El gesto es dramático y en esa lucha se hermana con muchísimos poetas posteriores».

La muestra se puede ver en lo que resta de diciembre y a partir de febrero hasta mediados de marzo, de lunes a viernes de 9 a 21, y sábados y domingos de 12 a 19 en la sala Leopoldo Lugones, ubicada en la planta baja de la Biblioteca Nacional.