Aunque Marie Kondo insista con la necesidad de la clasificación y el orden, por suerte, hay personas inclasificables que se resisten a acceder al tranquilizador recurso de la etiqueta. Olivier Marchon forma parte de ese grupo. Es físico, escritor y también director cinematográfico para cine y televisión, actividad a la que se dedicó luego de desempeñarse como gerente de locaciones de cine. En 2003 filmó su primer documental sobre una travesía en bote desde Tahití a Ushuaia.

Hace unos días, viajó desde su país, Francia, a la Argentina para participar de La noche de las ideas y presentar aquí su último libro: 30 de febrero y otras curiosidades de la medición del tiempo, el primero traducido al castellano y publicado en el país por Ediciones Godot. En él demuestra, a través de anécdotas muchas veces graciosas, hasta qué punto la medición del tiempo es una construcción cultural respecto de la que no fue tan fácil ponerse de acuerdo, no sólo entre los diferentes países, sino dentro de un mismo país. La instauración de un calendario común y de un sistema horario armónico que permitiera que ningún habitante del mundo perdiera el tren resultó mucho más difícil de lo que podría pensarse y las razones de esta dificultad no fueron sólo de orden físico, sino político. En 1940, por ejemplo, cuando los alemanes invadieron Francia, le impusieron al país la hora de Berlín, imposición que hasta el momento no se ha revertido. En 1789, los revolucionarios franceses establecieron su propio calendario. Lo mismo hicieron los revolucionarios rusos y hasta la firma Kodak adoptó uno que favorecía sus negocios y que fue concebido por el cuáquero británico MosesBruine Costworth.

El calendario y la hora también son campos de batalla en los que se juegan intereses de países, ciudades y hasta empresas.


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(Foto: Mariano Martino)


–Usted afirma que el tiempo histórico y el horario son hechos políticos. ¿Por qué?

–Lo que puedo decirle es que en el momento en se impone un sistema a todo el mundo, eso ya es un acto político. Medir el tiempo no es en sí mismo algo político, pero el hecho de imponer la manera en que se mide sí lo es. La imposición de un huso horario determinado demuestra un poder. Hoy, en el calendario gregoriano que se ha universalizado lo importante son los meses y los días. Pero cuando intentó imponerlo el Papa Gregorio XIII en 1582, lo importante eran los santos que ocupaban determinados días. Era un calendario eclesiástico el que logró imponerse, aunque hoy tendemos a olvidar al santo y hemos conservado sólo las fiestas más importantes. El calendario gregoriano se ha secularizado. En Francia, la imposición del calendario republicano durante la Revolución de 1789 fue un acto político muy poderoso. Quizá el mayor error al querer imponerlo fue el intento de arrasar con el calendario anterior. Fue un calendario más de oposición que de afirmación. El calendario con semanas de cinco días que se quiso imponer luego de la Revolución de 1917 habla claramente de los objetivos políticos de Stalin que era aprovecharse del pueblo.

–¿El calendario gregoriano es entonces un triunfo de la Iglesia y de Occidente? Los chinos tienen su propio calendario, pero en su intercambio con el mundo utilizan el gregoriano.

Quizá más que de un calendario gregoriano deberíamos hablar de un calendario juliano actualizado, porque el momento clave en su historia es el año 46 a.C., cuando lo crea Julio César. Por primera vez se impone un calendario solar que se guía por el sol en relación con las estaciones y que, en consecuencia, va a permitir la previsión de la siembra y de la cosecha. Y sabemos que la agricultura es el principio del desarrollo de la civilización. El poder de Europa se va a construir en base a esto que es un punto clave en el desarrollo occidental. En cuanto a los chinos, no son tontos y se han dado cuenta de que ese calendario es más válido. Por eso conservan su tradición, pero se adaptan al calendario juliano actualizado, porque les conviene para su agricultura, para su industria. Lo mismo pasa con el resto del mundo. Si algún día China dominara el mundo,  deseo que ha formulado, me pregunto si impondrán su calendario. Tengo mis dudas.

–¿La universalización de la medición del tiempo es uno de los primeros signos de la globalización?

–Sí, por supuesto. Hablamos de la globalización como algo de hoy, cuando en realidad es algo mucho más antiguo. Cuando Cristóbal Colón puso un pie en América ya comenzó la globalización. Los Conquistadores impusieron un sistema de medición del tiempo que era europeo.

-¿Qué influencia tiene el desarrollo tecnológico en la universalización del sistema de medición del tiempo? Me refiero, por ejemplo, al surgimiento del tren.

–Una influencia muy poderosa. Primero el tiempo comenzó a medirse con los astros. Luego surgieron otras formas: medirlo con agua, con instrumentos técnicos diversos, con el reloj solar. Con el reloj mecánico, el hombre mide por primera vez el tiempo sin depender de los astros y lo mide en horas regulares, porque el reloj mide sólo lo regular. El tren, por su parte, genera la necesidad de contar en un determinado espacio una medición del tiempo que sea igual, porque de otra manera no podrían coordinarse los horarios. Estos dos adelantos tecnológicos, el reloj y el tren, le imponen al hombre una determinada forma de medir el tiempo, es la tecnología la que decide en estos casos, no el deseo humano como en otros.

El tiempo como lo conocemos hoy, entonces, es un invento de los relojeros.

–De los relojeros y los jefes de estación. En otras épocas fue el tiempo de los astrónomos, de los sacerdotes, de los físicos, de los astrofísicos. Resulta muy curioso que en el tiempo de entreguerras se haya intentado imponer un calendario universal. El principal sostenedor de ese tiempo es el ambiente de trabajo simbolizado principalmente por George Eastman, fundador de Kodak, pero el mundo de los negocios nunca logró imponer este tiempo en el mundo entero aunque se dice que los negocios rigen el mundo. Es una contradicción interesante porque quizá el mundo de los negocios no sea tan poderoso como pensamos. Es algo casi poético que me gusta dejar planteado.

–Lo que usted hace a través del libro es deconstruir la percepción que tenemos del tiempo.

–Me gusta mucho que me lo diga porque para mí este es un tema muy importante. El objetivo último de este libro es mostrar, precisamente, que el mundo es de otra manera. Vivimos en un mundo que nos dice continuamente «las cosas son así», un mundo que trata constantemente de eliminar el factor humano, la creatividad. Y no me refiero a la creatividad sólo en el arte, que es un poco una bomba de humo. Se puede ser creativo preparando un café o haciendo cualquier otra cosa. Parece algo dado, algo muy claro, que el tiempo corre desde el 1° de enero al 31 de diciembre. Por supuesto, hay algo científico en la medición del tiempo, pero también algo muy creativo. Hay una dimensión creativa en la que todo está permitido. Por eso, no hay nada peor que el arte oficial, porque el arte que no es subversivo, no es arte.

–¿Cómo se compatibiliza su condición de físico con su condición de realizador cinematográfico?

–En realidad no me gustan las etiquetas. Conocer diversas cosas también es para mí una forma de deconstruir el mundo. No soportaría estar quieto en un casillero, pasar al lado de la novedad que el mundo me ofrece cada día sin darme cuenta. No quiero pensar a priori, tener prejuicios, necesito moverme, cambiar.

–Entre otras cosas filmó un viaje en bote desde Haití a Ushuaia pasando por el Cabo de Hornos ¿Se considera un aventurero?

–Hay un proverbio cuyo origen no recuerdo que dice que el hombre se divide entre el deseo de navegar en el río y el de quedarse bajo el árbol, hasta el día en que entiende que su piragua está hecha con el árbol. En el hombre hay una tensión permanente entre su deseo de seguridad y su deseo de aventura. Respecto del documental que filmé, alguien me dijo como una crítica que lo que hacía era desacralizar la aventura. Para mí fue un elogio, porque hay una tendencia a presentar a los aventureros como héroes y si para vivir una aventura hay que ser un héroe, serán los héroes los que las vivan, mientras el resto nos quedamos en casa. «


UNA FRONTERA EXTRAÑA

«William Shakespeare y Miguel de Cervantes murieron los dos en la misma fecha, el 23 de abril de 1616, pero no en el mismo día. Y, de nuevo, el culpable de este asunto es Gregorio XIII…

Como consecuencia de la reforma del calendario iniciada por el sumo pontífice en 1582, el mundo cristiano se encuentra cortado en dos, situación que se prolongará durante todo el siglo XVII. De un lado, los católicos que, casi todos, han adoptado el nuevo calendario gregoriano. Del otro, los protestantes y los ortodoxos que, en su inmensa mayoría, han rechazado la reforma y prefirieron mantener el viejo calendario juliano. Con lo cual estos últimos acusan un retraso de diez días sobre los primeros, tanto como el desfase entre los calendarios. La frontera que separa esos dos mundos es pues más que geográfica o ideológica: es temporal.

Y Cervantes y Shakespeare murieron cada uno a un lado de esa extraña frontera. La muerte del primero, el 23 de abril de 1616 del calendario gregoriano, en Madrid, se produjo así diez días antes que la muerte del segundo, el 23 de abril de 1616 del calendario juliano, en Inglaterra.»

Fragmento de 30 de febrero y otras curiosidades sobre la medición del tiempo, Olivier Marchon, Ediciones Godot.