Hace cinco años que vive en Amsterdam, luego de más de una década de ir y volver. Siente que allí tiene su lugar. Se pone contento al escuchar al periodista contarle que hace unos años le preguntó a Concha Buika cómo era que una artista como ella había elegido como lugar de residencia Miami, y Buika (con quien grabó: “la escuché a ella para poder cantar juntos ‘Somos’”) dijo que era la ciudad ideal por cómo era su circuito de shows internacionales. “¡Claro! Yo tengo shows en Finlandia, ahora, y si no estás cerca te gastás una fortuna en pasajes; y son largos los viajes.” De esa dimensión prosaica también está hecho un artista; acaso esa dimensión prosaica hizo de Omar Mollo el artista tan espiritual -no transero, en sus propios términos de otra época- que hoy se puede percibir y recibir en cualquiera de sus shows. Y así como Buika esa vez dijo que había vuelto a descubrir el cielo en la playa, Mollo dice que las comodidades que tienen los artistas en Países Bajos hace que “los músicos tengan la cabeza más libre, y eso facilita el trabajo y el encuentro. El mundo va a Amsterdam, pero es un pueblo. Y sé que todo tiene un por qué y una profundidad. No me la creo la del ‘artista’: 24 horas es jodido, no lo soportás; creetela un rato nomás”.

Tal vez en ese pueblo tiene la posibilidad creérsela un rato nomás, y que nadie se lo objete. “Después de los 50 todo da igual, te lo aseguro. Yo me sentí viejo a los 30, ahí fue cuando sentí mi primer bajón de viejo. No le di más importancia, porque es según la vida que vivís y con quién la vivís, el entorno. Y cómo te alimentes. Siempre digo: para mí la droga diaria es la alimentación.

-¿Seguís sin comer carne?

-Ahora directamente soy vegano -dejé de comer carne a los 20-. Pero no por nada, lo siento. Nada de ecologismo ni nada. Si vamos a comer un asado lo hago, pero ni mojo el pan. Aparte me hace muy mal la carne. Hice todo lo que te imaginés, pero me alimento sano. No te digo hasta cuándo voy a vivir, pero si vivo hasta los 80, van a ser los mejores diez años de mi vida. Yo miro al futuro.

-Llama la atención que antes ni grababas y ahora sacás discos casi todos los años.

-Porque yo estaba loco. Armé la banda y no quería grabar, no quería transar, con la música no se transa, decía. Y en realidad vivimos en una sociedad donde -después me hicieron entender- hay que alimentarse. A nosotros, en el sótano en el que ensayábamos, nos vino a ver (Daniel) Grinbank, Óscar López y hasta Jorge Álvarez, y yo tiré todo para atrás. Estaba muy colgado espiritualmente, no que no sabía lo que quería, sabía muy bien lo que quería. Y el entorno tampoco me ayudaba.

–Y qué pensás que fue que te hizo cambiar de opinión.

–Desde los cinco años aprendí a zapatear y bailar folklore y estuve en un grupo de folklore cantando siete años. Me iba a los pueblos y volvía a las seis de la mañana a Pergamino. Y cuando vine a Buenos Aires ese cambio me pegó. Vine a los 12 después de seis de salir en el diario todas las semanas con una columna propia.  Tremendo. Y nunca me la creí: abajo del escenario somos todos iguales. Cuando vine acá fue un degeneramiento total.

Un tío “busca que se iba a las canchas a sacarle fotos a los jugadores para después venderlas, compañero de baile de Beba Bidart y fanático de Pugliese” está en su recuerdo como el tipo que le dio contacto desde aquel tiempo adolescente con el tango. “Tuve miedo cuando grabé el primer disco de tangos, por eso de caer en la que caen todos cuando del rock pasás al tango. Pero tuve el apoyo de los tangueros grosos que vinieron y me dijeron: muy bien, pero ahora seguí. Y Rubén Juárez me dijo: no te disfraces de tanguero, porque garpás con la voz. Y (José) Libertella me decía: Mollito, cerramos los ojitos y nos hacés acordar a los tangueros de antes. Y yo venía de la locura del rock, donde no hay respeto.”


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(Foto: Pedro Pérez)

Acaso para un hombre que mira al futuro no haya explicación, incluso si está al lado de una mujer “que todo lo revisa; ella siempre vuelve a todo”, sonríe mirando a Graciela. Aunque sí parece encontrarle motivos a sus vínculos con el tango: “en la casa de “Piraña, a los 17, iban (Alberto) Morán, (Osvaldo) Pugliese, el Paya Díaz, que le enseñó a frasear al Polaco (Goyeneche). Tiene un tango ‘Se tiran conmigo’, que lo canta el Polaco, y yo lo canto desde MAM (Mente, Alma, Materia, su banda de rock antes del tango). Sabía cuáles eran los códigos del tango y la manera de interpretar mía y la pasión y la técnica y todo lo que le puse lo fui madurando y le fui perdiendo el respeto al tango, que es muy importante a la hora de salir al escenario. Libertella me decía: te pareces un poco al Polaco, tenés un poquito de Julio, pero sos Mollito, no te preocupes. Si cuando abrís la boca se te nota quién sos, es muy importante”.

Dice que en esos encuentros nunca los sintió como algo especial, lo mismo que ahora se encuentra con chicos y le dicen: “Loco, vos sos como nosotros”. “Es que nunca vi cuántos años tenés, sino qué tenés de alma y de mente, entonces nunca me pasó eso de volver.”

-Con esa visión de las personas y la cosas el mundo del rock era complicado.

-¡Exactamente! Ahora el tango para mí es una cosa fácil porque no me encasillaron, y allá pude ser libre. ¡No sabés!



-Omar Mollo Presenta “Embretao – Tango y Milonga”. Única función: sábado 15 de febrero a las 21, en el ND Teatro (Paraguay 918).

Recetas gastronómicas

“¡La quía sabés como cocina!”, dice señalando a su compañera. De ella aprendió, por ejemplo, a hacer mayonesa vegana, condimento que considera esencial para su vida y que no podía comer por el colesterol. “Empezamos hace cuatro meses que empezamos con la onda vegana. Y en la mayonesa es donde me destaco. De un frasco de garbanzos le tiro una tasa de jugo de garbanzos por tres de aceite, medio limón y un diente de ajo picadito; y lo pasás todo por la minipimer, apoyando sin moverla. Al rato tenés una mayonesa de la concha de la lora. Y comés cucharadas y no te engorda.”

El chef no pierde un ápice de entusiasmo para hablar de música, a la que dice nunca escuchar porque “se te pegan cosas, te influye mucho”. “Es impecable el rock en la Argentina, es muy groso. Pero no es un problema musical, es cómo lo manejan. El medio es muy cretino, muy feo. Este país tiene músicos impresionantes por el mundo que acá no quieren venir. Y si están acá, caen. Desde San Martín, si querés hablemos. Yo no me quiero morir en la miseria pero tampoco quiero odiar esto. Acá estás 15 días y está todo bárbaro, después te dicen: cebame mate (provoca la carcajada).” Y su trayectoria indica que habla desde una experiencia “manoseada”, a lo Cambalache. “No tengo drama en ese aspecto, porque no tengo ni vergüenza ni pruritos como para que venga uno y me cague la vida. Pero es jodido, acá es jodidísimo. Haber ido a ese sistema (de los Países Bajos) a mí me hace más humilde.”