Descontrolado yo vengo igual,
de visitante o de local,
fumando porro y tomando vino:
¿el que no alienta a River
para qué carajo vino?

El Monumental se sacude de los nervios. Van apenas cuatro minutos del Superclásico. El partido, claro, está 0-0. Las 58 mil personas eligen ese canto como el atajo para eludir a la ansiedad. Algunos son chicos, otros son jóvenes, también hay adultos. Hay varones y mujeres. También hay consumidores de marihuana y otros que jamás la han probado. Pero todos son parte de ese coro y gritan fumando porro con total naturalidad. «La cancha tiene algo de que se borra lo individual. Muchas veces hay una transformación personal. Incluso –analiza Federico Pavlovsky, médico psiquiatra, miembro de la Comisión Directiva de la Asociación de Psiquiatras pero, sobre todo, hincha de Ferro– me sorprendo a mí mismo cómo reacciono cuando voy a la cancha. Y ahí la marihuana establece dos cuestiones: hay una búsqueda ritualista, del paty, el porro, la esquina, la cerveza, el volarme la cabeza. Es un programa que excede al partido porque incluso la marihuana como droga no favorece ver un partido. Porque una cosa es fumar porro y escuchar a Pink Floyd, pero en la cancha no es práctica: te podés quedar mirando el banderín del córner en lugar de la pelota».

El vínculo entre la marihuana y el fútbol está en lo folklórico de las canciones y las banderas, porque en cualquier cancha de la Argentina, más allá de los colores, se puede encontrar un trapo con una chala o con la cara de Bob Marley. Pero también está en el aire: en las tribunas argentinas se siente nítido ese olor agridulce que se desprende de los cigarrillos de marihuana. «Cuando voy a la cancha, fumo cuando llego y en el entretiempo. Fumo solo. Me voy a la parte más alta de la platea y fumo ahí sin joder a nadie. Mi único temor es cuando estoy pasando el control policial. Antes de salir de casa me lo pongo en los huevos y no me lo saco hasta estar subiendo las escaleras. Una vez que lo guardé entre unas carilinas, me revisaron y me lo encontraron, pero me dejaron pasar igual», cuenta Nicolás (19), plateísta de Boca.

No es un dato académico, sino una impresión: después de los recitales, los estadios de fútbol son el escenario social en que más se consume marihuana. ¿Por qué? «Se fuma porque todo el mundo fuma, pero la diferencia está en que el estadio se entiende como ‘zona liberada’. Es decir, fuera de los constreñimientos de la juridicidad burguesa. Ahí rige otra ley: la del aguante, la del fóbal, la de somos todos del palo. No el Código Penal», contesta Pablo Alabarces, magíster en Sociología de la Cultura.

En los hechos, la marihuana pareciera legalizada en la cancha. O al menos normalizada: además de que el consumo es masivo, no es necesario esconderse ni alejarse para prenderse un porro. «Hay una característica en la cancha, que es la misma que en las movilizaciones masivas: el concepto de multitud. Eso le pone un freno al accionar represivo del Estado. La multitud crea una zona para quienes eligen no respetar una ley que te da un marco de protección mutua. Nunca va a haber más policías que la multitud. No por ser 50 mil: pueden ser 100 también», explica Sebastián Basalo, director de la revista THC.

Brenda tiene 23 años y fue a la cancha de Racing unas diez veces, acompañando a su padre. «Fumo marihuana y ya tengo la costumbre de fumar por fumar. Pero la cancha te da la adrenalina y las ganas de tomarte una cervecita o de fumarte unas sequitas. Por respeto, miro a quien tengo alrededor y quizá me alejo un poco, pero no siento estar haciendo algo ilegal. Sí tengo mis cuidados al entrar: cuando llevo lo guardo dentro del corpiño o en la zapatilla». Tiempo buscó contactarse con el Ministerio de Seguridad y con la Dirección de Seguridad en Espectáculos Futbolísticos para acceder a estadísticas sobre el consumo de marihuana en los estadios, pero no hubo respuesta oficial.

No es necesario un título académico para analizar el fenómeno que une a la marihuana con la pelota. Alfio Basile, en su último paso como entrenador de Boca, en 2009, recibió una multa de 180 dólares por prenderse un cigarrillo en el banco de suplentes. Su descargo: «No puedo fumar un cigarro en el banco pero en la tribuna están todos fumando porro». No es una cuestión de clase social ni de cuál sea el sector de la cancha. Tampoco tiene que ver con el negocio de la barra ni con la pertenencia a los colores ni con la categoría. Sucede en La Bombonera y también en el León Kolbowski de Atlanta. «Nosotros, en la popular, siempre decimos que fumando atraemos a los goles, como si fuera una especie de ritual chamánico, como si con eso ayudáramos a nuestro equipo», dice Damián (28), socio de Atlanta. «El fútbol es un espectáculo. Y el uso de marihuana está bastante vinculado, en uno de sus tantísimos usos, al goce y al disfrute de determinado momento lúdico», completa Basalo.

Un ex dirigente de un club grande cuenta en off que la única diferencia que sintió entre ser hincha y dirigente es que mientras fue directivo no fumó marihuana en la tribuna. Pavlovsky, que coordinó un dispositivo ambulatorio de adicciones, también explica que a la cancha no se va sólo por el fútbol: «Vamos en busca de un espectáculo, de la liberación de sensaciones. Y también es el primer contacto de mucha gente con las sustancias. Muchas veces se piensa que las sustancias se usan para diluir estados displacenteros, o de tristeza o vacío, y la verdad es que muchas veces se utilizan para potenciar sensaciones agradables».

En la Argentina, el 23 de noviembre recibió media sanción el uso terapéutico del aceite de cannabis. Los proyectos para legalizar la tenencia de bajas cantidades de marihuana para consumo personal, mientras, duermen en los cajones del Congreso. La cancha, en ese sentido, ya dio un paso al frente.