No habría que explicar por qué hay que hacer Shakespeare. Sus obras siguen siendo insuperables. Más de 400 años después de su muerte, todas las angustias, las preguntas, los deseos y las inseguridades de las personas se mantienen en esos textos que parecen escritos por fuera del tiempo. En Buenos Aires, es difícil encontrar algún momento del año en el que no haya una obra suya en cartel. Ahora mismo, hay nueve en cartelera, pero con una singularidad: hay dos versiones transgresoras y modernas de Otelo, una de sus piezas más complejas de representar y tal vez la más discursiva.

El 1 de noviembre de 1604 se hizo la primera representación de esta historia que se simplificó como la locura a la que llega un hombre celoso, pero que implica la violencia más primitiva y la oscuridad voraz a la que puede llegar el ser humano. Tiempo Argentino reunió a los directores de estas propuestas para tratar de entender por qué Otelo y este dramaturgo no pierden nada de su fuerza original.

La violencia doméstica

Martín Flores Cárdenas es un autor y director de teatro que ya dejó una impronta en el circuito teatral independiente, con puestas sobre cuentos de Carver y con la impactante Entonces bailemos, una obra que escribió y dirigió, en la que relacionó amor y violencia. Por primera vez fue convocado por el Teatro San Martín para dirigir un texto clásico: Otelo. En su adaptación y versión, el director decidió enfatizar un aspecto de la historia que en esta sociedad resuena como nunca: la de la violencia de género. «El trabajo que traté de hacer era ver en qué lugar yo me encontraba en esa obra, que es muy grande, trata muchísimos temas y yo focalicé en los que me interesan. Cuando hablé con algunos de los que fueron mis maestros y supieron que yo iba a hacer Otelo, me dijeron: «Cuidado con que no se reduzca todo al plano doméstico». Y ahí entendí que ese era el camino, que tenía que hacer eso, porque evidentemente ahí había algo provocador», explica el director.

Entonces, la propuesta que Martín Flores Cárdenas presenta de jueves a domingos en el Teatro Regio pone el foco en la violencia que se ejerce sobre Desdémona, quien es asesinada por Otelo, en medio de una crisis de celos. Sostiene: «Me parecía extraño que siempre se hablara de la tragedia de Otelo, pero no de la tragedia de Desdémona. Es cierto, Otelo es víctima de un engaño, pero Desdémona perdió su vida y sin siquiera haber sido escuchada. Cuando a ella se le pregunta si el engaño del cual la acusan era verdad, nadie escucha lo que tiene para decir. Desdémona es una mujer que, por su sensualidad y por su manera de vivir libremente, pareciera que merece la muerte. Todo esto tiene que ver con la actualidad, cuando vemos que matan a una chica y en los noticieros la muestran saliendo a bailar o con ropa escotada, o con sus amigas tomando cerveza, como si quisieran sugerir que se la buscó, como si eso mereciera la muerte.» La puesta de Otelo, interpretada por Guillermo Arengo y Vanesa González, se estrenó en medio de las repercusiones por el brutal asesinato de Lucía Pérez en Mar del Plata y la multitudinaria marcha Ni una menos. «Todo el mundo dice esto de que en Shakespeare está el mundo, la vida, la intimidad y lo social. Parece que Shakespeare sabe mucho de uno y uno sabe poco de él, ni siquiera sabemos si existió. A mí no me interesa hablar del tiempo, la vida y la muerte, o en todo caso, me interesa hablar, pero a partir de lo que me convoca a mí. Esa cuestión de pensar a la mujer como un objeto, esa violencia, es un tema que me importa», define Flores Cárdenas, quien nunca dejó de buscar la mirada revolucionaria en la obra de Shakespeare.

De cara al pueblo

En algún momento de la historia a Shakespeare se lo malinterpretó. Se pensó y se decidió que sus obras deberían ser solemnes, serias, discursivas, grandilocuentes. Se explica esta confusión, al menos en parte, por un cambio de época y por el agotamiento de un modo de hacer teatro. Gabriel Chamé Buendía, un artista multidisciplinario que comenzó como mimo, continuó con el clown, trabajó en el Cirque du Soleil, para luego hacer una prolífica carrera como director, estrenó en 2013 una transgresora versión de Otelo, que giró por Europa y América Latina y todavía no baja de cartel. Explica las razones de su éxito: «Le doy todo el mérito a Shakespeare. La gente se olvida que era un tipo de cara al pueblo. Dicen que Shakespeare se juntaba con la Reina Isabel y hacían cabalística. Me gusta todo ese misterio que hay en torno a su figura. Yo juego con eso, necesito dar esa mirada ideológica que tengo de las cosas, que se vincula con mi historia y con el payaso, que forma parte de un arte teatral milenario, mucho más que una técnica, que se ha transformado y sobrevivió a todas las épocas porque es popular.»

En la versión de Gabriel Chamé Buendía, cuatro actores, especialistas en el teatro físico, el clown y el burlesco, interpretan Otelo, una obra que en su versión original tiene más de 15 personajes. En esta versión que se presenta jueves y viernes en La Carpintería sucede algo que debería haber pasado en las primeras representaciones del espectáculo: el público no para de reír. ¿Reírse de un hombre que asesina a su esposa y previo a suicidarse dice: «te besé antes de matarte, no hay otro modo que este, matándome a mí mismo, de morir en un beso». Sí, reírse. Detalla el director: «En mi Otelo sabemos perfectamente que todo es mentira, que es una ficción, una construcción. El espectador ve que todo esto es completamente lúdico, que hay unos papanatas contando una historia y, sin embargo, se involucran. Esto pasa porque el cerebro todavía tiene esa capacidad lúdica, no necesita que le digan ‘el verde es verde, la mesa es mesa’.» 

Así, humor y tragedia van de la mano. Nos reímos, pero hay un contenido dramático que implica al público. Esta versión de Otelo desde una mirada de clown se aleja de las interpretaciones psicológicas que se han hecho del teatro shakesperiano. Define Chamé: «Me aferro al pasado, para entender lo contemporáneo. Y desde mi mirada, me aferro al cuerpo dramático, a contar acciones, contratiempos, que aporta el texto. En Otelo los personajes no solo hablan, sino que hay algo que están haciendo mientras hablan. Como plantea Peter Brook, el teatro es un espacio vacío, a partir del cual yo empiezo a llenar con objetos, acciones e imaginación.» «