«Flaco, así no», le gritó uno de los manifestantes a un hombre que, con campera de cuero, llevaba una bolsa de piedras hacia la Plaza de los Dos Congreso, donde un grupo aislado de personas sin identificación partidaria o gremial le tiraba piedras a la Policía de la Ciudad, que reprimía con gases lacrimógenos, balas de goma y carros hidrantes. Había heridos, corridas y policías cazando gente en las calles.

La escena se lleva a cabo un rato después de que se desataran los enfrentamientos, que comenzaron pasadas las 14:15, cuando se supo en la calle que Cambiemos había conseguido el quórum para iniciar la sesión en la que busca aprobar el recorte a los jubilados y a los beneficiarios de la Asignación Universal por Hijo.

No bien empezaron los actos violentos, la mayoría de los manifestantes decidió correrse del centro de los enfrentamientos, en clara demostración de que no estaban dispuestos a alimentar ese tipo de actos. Por eso, las grandes columnas, como la de ATE, la de La Cámpora, la de Suteba, la de Nuevo Encuentro o la de PTS decidieron alejarse de la plaza, donde quedaron grupos reducidos de violentos siendo reprimidos por las fuerzas de seguridad.

A pesar de haberse replegado, la mayoría pacífica no tenía la intención de abandonar el reclamo. Por esto cantaba «El pueblo no se va/el pueblo no se va», e inemtana volver a ganar la plaza en oleadas, cada vez que la represión y los piedrazos cesaran. Pero la violencia no pareció aflojar y por eso la mayoría de los manifestantes permanecía en las calles aledañas, a resguardo, hasta que las fuerzas de seguridad (la Policía Federal y la Gendarmería se sumaron al operativo de la Policía de la Ciudad) y la violencia se trasladó a las calles cercanas al Congreso hasta la Avenida 9 de Julio.

Por los incidentes, se suspendió la conferencia de prensa de gobernadores con funcionarios y diputados oficialistas y se decidió evacuar el Senado. Una vez que la sesión entró en cuarto intermedio, se anunció que el bloque de diputados del Frente para la Victoria-PJ iba a sumarse a la manifestación en la calle.

La desesperación, por Martín Piqué

Eran las 16:15. El cielo azul, el sol, gritos confusos, advertencias con apuro. Nerviosismo. Estampidos. De pronto, la multitud comprobó que los cartuchos de gas comenzaban a formar una parábola que terminaba sobre ella. Desde las alturas, en una estela blanca que parecía el hilo de un cometa descontrolado, hasta el centro mismo del gentío.

Era la señal que temían los manifestantes. Tras horas de batalla campal, de intercambio de piedras por balas de goma, de avances y retrocesos, la policía había resuelto irrumpir sobre el predio público que delimitan las calles Hipólito Yrigoyen, Rivadavia, Rodríguez Peña y Luis Sáenz Peña.

Empujada por los gases que irritaban los ojos y dejaban temporalmente ciego, la muchedumbre comenzó a correr, o a caminar ligero. Cada uno dentro de sus posibilidades. La sensación colectiva era tener el rostro ardiendo. Eran centenares, quizá miles, de personas que intentaban huir hacia Avenida de Mayo. Hacia la 9 de Julio.

Pero las limitaciones de la física tenían reservado un problema grave para quienes huían. Con el espacio no se puede hacer magia. La multitud que había ocupado buena parte del paseo con faroles y canteros quería desconcentrarse toda junta, y al mismo tiempo, por el ancho de la Avenida de Mayo. Cuya calzada es mucho más angosta que la plaza frente al Parlamento.

Y entonces ocurrió lo esperable. El efecto Puerta 12. Algunos manifestantes se cayeron al piso. Producto de la ceguera del gas, de la conmoción o del miedo. Y la multitud en estampida, concentrada en una suerte de embudo, pasó por encima de los caídos. En el piso yacían unas diez personas, entre ellas este cronista de Tiempo Argentino.

Hubo pisotones, rodillazos, golpes frenéticos con el codo. La primera reacción de quienes lograban mantener la vertical era no caerse y seguir corriendo. A cualquier costo. Incluso al de pisar y empujar más a los caídos. Los manifestantes que estaban en el piso, tapados de gente, no podían respirar. Ni siquiera veían el cielo.

Era la desesperación.

Había que buscar aire. Aunque fuera un pequeño hueco. Oxígeno. No perder la calma. “Tranquilo, por ahora buscá aire y seguí respirando”, era el mantra que varios repetían en silencio. Hasta que se abrió un espacio. Una mano anónima tomó por el antebrazo a un caído, lo empujó hacia arriba. Lo mismo con otro. Los caídos se incorporaron con el cuerpo entumecido y lleno de moretones, golpes en las costillas.

La situación se normalizó pero por Avenida de Mayo se profundizaba la cacería de manifestantes. Entonces apareció un salvador. El portero del portero del consorcio de Avenida de Mayo 1430, afiliado del Suterh, se apiadó de lo que veía a través de la puerta de su edificio. Facilitó el acceso e invitó a pasar al grupo que había sufrido la avalancha. Lo alojó en el angosto hall de entrada.

Fue una de las postales de una jornada atípica en el centro de Buenos Aires.

El precio de querer bajar los haberes de jubilados, familias que reciben la AUH, veteranos de guerra.