Abstraído de la jauría de pibes que lo acorralan, el hombre toma de la mesa dos piezas al azar. Frunce el ceño, se demora unos segundos para analizarlas con aire de ingeniero y pone manos a la obra. Con un gesto delicado pero firme, ejerce la presión justa sobre los dos inertes ladrillitos de inmaculado plástico marca Lego. Entonces, sucede la alquimia, el encastre perfecto, musicalizado con un ruido sagrado: el clic de la cuestión. 

Cristian, 45 años, cultiva desde su más tierna infancia la pasión constructivista: «En casa no daba para estos importados. Mi viejo traía los Mil Ladrillos o los Rasti, nacionales». El escritor Rodrigo Fresán no se equivoca: la naturaleza de los juguetes –su precio y grado de sofisticación– probablemente sea el primer contacto que tienen los niños con la diferencia de clases. Hace años, Cristian le pasó el sano vicio a su sobrinito Tomás, de ocho, quien lo acompaña esta tarde en La Rural y se dice fan de la línea Lego Star Wars. El trabajo es en equipo, como en cualquier obra en construcción. Tío y ahijado suman pieza a pieza y terminan de edificar una casa de dos plantas hipermoderna, digna invención de don Clorindo Testa. «Después de tres horas acá adentro, estoy con los ojos chinos, liquidado», confiesa el tío copado.

Los miembros de la secta del ladrillo se adueñaron del Pabellón Ocre del predio ferial. La exposición Brick Live les permite devorar un banquete pantagruélico de más de dos millones de piezas listas para encastrar. El menú puede empachar a más de uno: piletas de ladrillos, pistas de ladrillos, una selva de ladrillos y de postre miles de baldes repletos del juguete fetiche. 

«La idea central del encuentro es poder construir sin límites. El que viene con tiempo puede armar la Muralla China», exagera Javier Pironi, director artístico del evento que tiene un largo historial en las principales capitales del planeta. Más de 20 mil personas lo visitaron en Palermo. «Es un espacio lúdico participativo para que padres que sienten pasión por este mundo se encuentren con sus hijos y tengan mil y una posibilidades de hacer lo que quieran», completa el curador, también cultor del «ladrillismo», que recuerda las tardes dándole duro y parejo al Rasti y al Mecano en su Junín natal. Con tono nietzscheano arriesga: «No lo dude, acá se vive el eterno retorno a la infancia. El ladrillo nunca pasa de moda».

Clic caja

Una paradoja: el principio de este mundo plástico está ligado a la madera. El carpintero danés Ole Kirk Christiansen fue el padre fundador del imperio Lego. En 1932 creó el juguete por el cual pasó a la inmortalidad: ladrillos forjados con leños nobles. A fines de los ’40 comenzó a experimentar con los de plástico, que aparecieron hacia 1960, luego de que su fábrica de madera ardiera hasta los cimientos. En 1963, los ingenieros de la empresa dieron con la piedra filosofal: el acrilonitrilo butadieno (ABS), con el cual se siguen produciendo millones de piecitas hasta nuestros días. El mandamiento capital del Lego Group se resume en su nombre propio. Lego es una contracción del danés leg godt: «Juega bien». 

Pero el buen ocio tiene un precio, nada barato. «Un afano. Casi dos lucas una cajita con 200 piezas», se queja luego de pasar por el store Luis, un santafesino que hizo 700 kilómetros para conocer la expo. Su hijo Tomás nada despreocupado en una pileta repleta de bloques. Cuando sea grande quiere ser coleccionista. «Y yo le banco la colección con mi sueldo –ríe el padre–, es como ahorrar en ladrillos». Con la devaluación galopante de las últimas semanas, puede ser una gran inversión. 

Copias plásticas del Empire State, la Pirámide de Kukulkán, el Arco del Triunfo y otras joyas de la arquitectura tienen su lugar bien ganado en la muestra. La naturaleza no se queda atrás en el espacio Safari. Pacientes, las familias hacen fila para retratarse junto a estatuas de tamaño (casi) natural de un león y otras fieras. «Soy peronista, pero por la nieta voy a hacer el sacrificio de sacarme la foto con el gorila», bromea Graciela, llegada desde Rafael Castillo. 

Roberto Arlt decía que no puede ser considerado ladrón quien se lleva cuatro o cinco ladrillos de una obra. En el predio de La Rural, antes de partir, los fanáticos deben enfrentarse a las Honesty Boxes, las cajas anti-robo hormiga, que invitan amablemente a dejar las piezas olvidadas en algún bolsillo o en el fondo de la cartera. «