El retiro de EE UU de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) decidido por Donald Trump no es nuevo. En 1984, Ronald Reagan (1981-1989) retiró al país del organismo en plena tensión por la Guerra Fría, al considerar que la entidad estaba politizada y que era hostil hacia «las instituciones básicas de una sociedad libre, especialmente contra el libre mercado y la libertad de prensa». Años antes, en 1956, Sudáfrica acusó a la Unesco de interferir en sus problemas raciales y se retiró como miembro, para volver tres décadas después cuando llegó al poder Nelson Mandela. Cabría preguntarse por qué un país en el que regía un sistema de segregación racial, el apartheid, era miembro de un organismo cuya misión es «contribuir a la consolidación de la paz, la erradicación de la pobreza, el desarrollo sostenible y el diálogo intercultural mediante la educación, las ciencias, la cultura, la comunicación y la información», pero esa es otra historia.

La excusa utilizada por Trump esta vez fue considerar a la Unesco como un órgano de tendencia «anti-israelí» que necesita «una reforma fundamental». El argumento financiero también pesó a la hora de decidir la salida de la institución. «Tenemos atrasos de pago del orden de 550 millones de dólares. ¿Queremos seguir pagando más dinero» para una organización anti-Israel?», se preguntó Heather Nauert, vocera del Departamento de Estado. EE UU ya había dejado de aportar su parte en el presupuesto de la Unesco en 2011, luego de que la agencia aceptara a Palestina como Estado miembro. Según una ley estadounidense, el gobierno no puede financiar agencias de la ONU u organizaciones internacionales que reconozcan unilateralmente a Palestina, sin un acuerdo de paz previo con Israel. 

Tras el portazo de Trump, el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, siguió el ejemplo de su par de Washington y también abandonó el organismo con un argumento parecido al que usaba Sudáfrica, al declarar que «la Unesco se ha convertido en el teatro del absurdo y porque, en lugar de preservar la historia, la distorsiona». La animadversión israelí llegó a su punto límite hace exactamente un año, cuando el Consejo Ejecutivo de la Unesco aprobó una resolución propuesta por Palestina que ignora los vínculos del judaísmo con la Explanada de las Mezquitas, en Jerusalén. El documento criticó las acciones de Israel en los lugares sagrados de Jerusalén y en la ocupada Cisjordania, como el uso de fuerza, imposición de restricciones a los fieles musulmanes y a los trabajos arqueológicos.

La salida de EE UU e Israel de la Unesco se conoció en un momento clave para la agencia de la ONU, ya que el organismo definía a la sucesora de Irina Bokova entre los candidatos de Francia, la exministra de Cultura Audrey Azoulay, y el diplomático qatarí Hamad Bin Abdulaziz Al Kawari. Finalmente fue elegida la representante francesa.  

Con este paso, Trump se aleja un poco más de la multilateralidad que le produce tanto escozor al magnate de la Casa Blanca. «Preocupa porque se trata de una organización dedicada a la ciencia y la cultura, y cuando un país se retira quiere decir que no interesan estos temas que requieren la coordinación de los países en favor de mejorar la calidad de vida de nuestros pueblos», destacó a la agencia Sputnik el viceministro de Educación Alternativa y Especial de Bolivia, Noel Aguirre. Para el funcionario, la decisión de Trump no sólo muestra aquel desinterés, sino que tiene un ingrediente político explícito al atribuirle a ese organismo de la ONU a un supuesto «sesgo anti-Israel». «Más allá de que la Unesco sea pro o anti Israel, uno no toma decisiones en función de un país o de un Estado», afirmó Aguirre. «Anteponer una diferencia o una compatibilidad con un país frente a lo que es el bien común del planeta es una medida demasiado exagerada y muestra más bien que es una tendencia a focalizar en una cuestión que tiene un contenido más político que otra cosa», añadió. «

Contra Irán y las potencias

La salida de la Unesco no fue la única decisión antimultilateral de Donald Trump. El viernes anunció que no volverá a certificar el acuerdo nuclear con Irán, firmado junto con las principales potencias, lo que obligará al Congreso a debatir y votar si Washington se mantiene dentro del pacto o si impone nuevas condiciones, lo que podrían hacer peligrar el trato internacional. En los hechos, Trump le pidió específicamente al Poder Legislativo que revise el acuerdo nuclear, firmado en 2015 junto a Irán, Reino Unido, China, Rusia, Francia y Alemania, y corrija los «defectos graves» del texto, para que Teherán «nunca, nunca, obtenga un arma nuclear». Y dejó en claro que si el Congreso logra modificar el acuerdo y sus aliados internacionales no lo aceptan «será cancelado».

El presidente de Irán, Hassan Rohani, le advirtió que «no es posible que un solo país no certifique el acuerdo» y le recordó que se trata de «un documento internacional, ratificado por el Consejo de Seguridad de la ONU». Trump «no sabe que ninguna cláusula o ley puede ser agregada», explicó Rohani y le sugirió que tome clases de derecho internacional, además de historia y geografía. 

Los otros firmantes -con la excepción de China, quien aún no reaccionó- repudiaron la decisión de Trump y ratificaron su apoyo a la vigencia y el cumplimiento del texto que negociaron con Teherán durante dos años, entre 2013 y 2015. Además, el director general del Organismo Internacional de Energía Atómica, Yukiya Amano, ratificó que Irán cumple con el acuerdo internacional y que está siendo sometido «al sistema de verificación nuclear más estricto del mundo». «