Desde hace un año, el presidente Mauricio Macri sabe que la cumbre del G20 en Buenos Aires será el evento internacional más importante de su mandato. Termine con definiciones, o sin ellas, la historiografía del oficialismo resaltará el evento como su máxima zona de confort. Hace un mes, el jefe del Estado también comprobó que la cumbre es la red política que le permitirá concluir su gobierno con menos sobresaltos que los provocados por la crisis económica que puso en riesgo su gestión. Pero la cuenta regresiva, tan estresante como abrumadora para el presidente, no le impidió estar encima de la final de la Copa Libertadores. Arrancó hace tres semanas con un fallido intento para incluir público visitante, pero tuvo su momento más crítico este sábado, durante los piedrazos que impactaron en Núñez contra el ómnibus que trasladaba a los jugadores de Boca con destino al partido que le quita el sueño al presidente.

El intento para meter al público visitante sin éxito y la impactante falla de la seguridad de este sábado estuvieron unidos por la vehemencia de la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, que selló su derrotero con sus propias palabras, solamente para defender la decisión presidencial. «Si tenemos un G20, ¿no vamos a dominar un River – Boca? Estamos en condiciones de hacernos cargo de la seguridad del partido, si los clubes no quieren es cosa de ellos», dijo hace tres semanas la funcionaria para dejar en evidencia a los titulares de Boca y River por negarse aceptar el pedido del presidente, de realizar un espectáculo para el mundo con una muestra de madurez.

La ministra también buscó por entonces marcarles la cancha a los funcionarios de seguridad porteños, como el ministro Martín Ocampo y su segundo Marcelo D’Alessandro, que este sábado quedaron en el medio de la tormenta por la seguridad del partido. Todos los funcionarios involucrados se preparaban para sacarse el desenlace del megasuperclásico de encima y concentrarse en la custodia del G20, pero quedaron envueltos en el tema menos dicho el escándalo: el allanamiento a la casa del jefe de la barrabrava de River y el secuestro de 300 entradas y 7 millones de pesos. Esa trama es el mar de fondo de la crisis que generó un papelón inesperado para todos los mandos civiles de los 22 mil efectivos que sitiarán Buenos Aires a partir del próximo martes.

En medio del desastre operativo y las fallas policiales, cuentan en la Casa Rosada que Macri estalló de furia y pidió la cabeza de los funcionarios involucrados, con la certeza de que no puede removerlos porque hay al menos 5000 custodios extranjeros que miraron el papelón con una zozobra mayor. La gran pregunta, admiten cerca del presidente, es si todos seguirán en pie, cuando haya terminado el superclásico. Las decisiones serán después del 5 de diciembre, cuando la carroza que más esperó Macri se transforme en calabaza y necesite de sus aparatos de seguridad más que nunca. «