Peso a peso juntaban las Madres de Plaza de Mayo para comprar un espacio en los diarios que les permitiera reclamar a las autoridades de facto saber qué habían hecho con sus hijos, pero el 18 de diciembre de 1979 no acudieron al diario La Prensa para reclamar sino para agradecer. Publicaron un recuadro pequeño en el que se leía «A Robert Cox. El periodista digno, el hombre íntegro».

A Cox lo habían conocido en su peregrinaje por las redacciones, a las que acudían para buscar información o pedir que publicaran la denuncia de una nueva desaparición. En la mayoría de los casos, les respondían con silencio o con largas esperas que terminaban minando su paciencia. En el Buenos Aires Herald, no. Allí encontraban en Cox, un periodista británico que había llegado a la Argentina a fines de la década de 1950, un aliado. «El Herald era un bálsamo», contó hace unos pocos años Estela de Carlotto, la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, su recuerdo sobre el diario editado en inglés que se convirtió en una referencia para el movimiento de Derechos Humanos desde sus inicios.

El Buenos Aires Herald, que se volvió emblema de la denuncia a la dictadura, dejó de editarse el último lunes por decisión del Grupo Indalo, perteneciente a los empresarios Cristóbal López y Fabián de Sousa. Indalo se había hecho cargo del Herald y de Ámbito Financiero en la tarde lluviosa del 18 de febrero de 2015. En ocho años pasó por las manos de tres grupos empresariales distintos. En 2007, lo compró Sergio Szpolski y se deshizo de él en menos de un año. Eso sí: se quedó con la redacción histórica de avenida Belgrano. Orlando Vignatti lo adquirió y lo mudó al piso superior de la redacción de Ámbito Financiero, donde funcionó hasta que López y de Sousa decidieron cerrarlo. A fin del año pasado, Indalo despidió a la mayoría de la redacción, lo convirtió en semanario y lo hizo funcionar con seis personas, incluidos editores y diagramadores. 

Para el Herald no hubo un bálsamo. Le tocó la agonía propia de un diario difícil de encasillar en tiempos de una guerra de medios. Con su cierre, al periodismo argentino le arrancaron 140 años de historia y una voz distinta y, muchas veces, incómoda.

Si en algo se destacó el diario fundado en 1876 por un inmigrante escocés es que no temió a los cambios. Cox se animó a saludar el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, como gran parte de la prensa argentina. A diferencia de esta, también se animó a denunciar los crímenes, a interrogar a las autoridades de facto y a publicar para salvar vidas. 

Durante el primer año de la dictadura, Cox salió de noche para cruzarse con los familiares que esperaban ser atendidos en el Ministerio del Interior con la intención de recabar alguna información. Fue a cementerios. Buscó verdades. No estuvo solo. Hubo una redacción dispuesta a acompañarlo en tiempos en que los secuestros, la tortura y la muerte no eran solo palabras que mecanografiaban. Los jueves a la tarde, algunos periodistas jóvenes apuraban el paso en las cuadras que separaban la redacción del Herald de la Plaza de Mayo para observar qué pasaba cuando las Madres llegaban. Si la policía se las llevaba, corrían para avisar. Y, claro, para escribir. Sabían que publicar podía salvar vidas.

Para Cox, ninguno de ellos fue un héroe. Estaban haciendo su trabajo, como le habían sugerido los dueños. «No hay que ser héroes, hay que ser decentes», reflexionó sobre su labor durante la dictadura en una entrevista de Memoria Abierta de 2007.

La historia del Herald no estuvo exenta de persecuciones ni de terror. En 1976, el periodista Andrew Graham-Yooll tuvo que dejar el país. A Cox se lo llevaron en varias oportunidades a Coordinación Federal. Cuando en diciembre de 1979, uno de sus pequeños hijos recibió una carta de amenaza, decidió que era hora de dejar el país con su familia.

Tuvo su despedida. «El Herald continuará diciendo las cosas como son –escribió en el Herald–. No parece tener sentido tratar de decir cómo eran.» En La Prensa, las Madres de Plaza de Mayo le agradecieron por haberlas hecho sentir «menos solas».

El Herald se siguió editando bajo la dirección de James Neilson. Muchos que no entendían el idioma lo siguieron comprando para leer con voracidad el editorial en castellano que contaba qué estaba pasando en el país.

Un periodismo decente que sale a buscar información y genera lazos fue el legado del Herald de aquellos años. Ese mandato atravesó a las generaciones de periodistas que se formaron en la posdictadura y nos obligó a tratar de estar a la altura a quienes trabajamos en el Buenos Aires Herald en algún momento de su historia.

La democracia le exigió al diario refinar la sensibilidad con nuevas luchas, y no solo investigar para publicar sino también para tender una mano hacia quienes buscaban contar sus verdades. El mercado periodístico terminó ahogando al pequeño diario inglés; lo que no podrá borrar es su enseñanza de dignidad ni el recuerdo de aquellos a los que hizo sentir menos solos. <