En 1998, un jurado compuesto nada menos que por Bioy Casares, Roa Bastos y Cabrera Infante adjudicó el recién fundado Premio Clarín de Novela a quien entonces era un desconocido de sólo 28 años. El reconocimiento era por la novela que contaba la historia de un adolescente que recorre el país para acostarse con una actriz porno, Una noche con Sabrina Love

Desde entonces a hoy han pasado muchos años y luego de su experiencia acumulada como escritor, la paternidad hizo que Pedro Mairal escribiera su primer libro dedicado a los chicos o más precisamente, a su hija Lucía, tal como figura en la dedicatoria. Se trata de El cepillo del rey editado por Penguin Random House . 

Es la historia de una princesa que, gracias a su amistad con un cocodrilo, logra liberarse de los pretendientes no deseados por ella que le imponía su padre. Ella entabla una relación particular con un cocodrilo cuando va a nadar al pantano. Le dice que tiene mal aliento y que de esa forma no va a conseguir novia. A continuación, todos los días le deja los dientes relucientes cepillándolos con el cepillo de baño de su padre  y el cocodrilo consigue novia. Es así que los pretendientes comienzan a  desaparecer de forma misteriosa liberándola de un casamiento que no quería. En realidad, los devora el cocodrilo al que ya comienzan a caerle indigestos los cuerpos de los príncipes. Finalmente, la princesa logra su objetivo: casarse con el cuidador de caballos del castillo que es un plebeyo.

Según le informa Mairal a Télam, su ingreso en la litertura infantil tiene un origen autobiográfico: la paternidad lo acercó a un mundo que no conocía y lo impulsó también a contar historias. “Hace un par de años –cuenta – estuve dos meses en una residencia de escritura en Francia y extrañaba mucho a mi hija, con quien mantenía una relación a través de Skype. Era complejo porque en la casa no había wi-fi, y me conectaba en el bar de la cafetería de la Escuela de Bellas Artes. Mientras me comunicaba con adultos todo iba bien, pero cuando ella aparecía en la pantalla todo el bar me miraba porque ella me pedía que le contara historias y ahí aparecían distintos sonidos -ella ama a los animales-, así que ahí estaba yo haciendo ruidos de osos, elefantes y monos. Un día le compré un cocodrilo y una princesa, dos personajes que no tienen nada que ver entre sí, pero los uní­ para armar una historia por Skype y allí surgió el cuento. Me gustó cómo interactuaban los personajes, es una especie de asociación ilícita.” 

La relación con su hija lo pone en contacto con su propio pasado de lector. “Historias como estas habré escuchado muchas veces –dice-, pero no me puse a leer solo enseguida. Cuando comencé lo hice con Bomba, el niño de la selva (Roy Rockwood) y Sandokán (Emilio Salgari), entre otros, pero la lectura consciente llegó más adelante.” 

Las lecturas de su hija, en cambio, son diferentes y en ellas se nota la marca generacional . Mairal parece ser el proveedor del material de lectura: “Le leo de todo, sobre todo los libros que tengan como personajes animales porque le gustan mucho. Le acerco textos de Roald Dahl y libros más actuales cuyos autores no conozco. Siempre que vamos a las librerías se instala en el sector para chicos y tengo que comprarle uno. Me gusta ver la relación que tienen los chicos con los libros, de hecho soy muy celoso con mi biblioteca, pero ella tiene un rincón para sus libros donde puede hacer desparramo y se hace la que lee cuando aún no lo hace.” 

En cuanto a la valoración de la literatura infantil, tiene frente a ella una actitud de respeto, a diferencia de quienes todavía hoy la consideran como un género menor. “No hay géneros menores –afirma-. No hay que subestimar a los chicos ni a los lectores de diarios por más que después envuelvan una docena de huevos con el periódico; el día que un lector compró el diario tiene derecho a leer un texto bien escrito donde el autor le haya puesto toda su energía y amor; lo mismo con los textos para chicos.” El cepillo del rey tiene atractivas ilustraciones a cargo de Gaby Thiery.