Los Panamá Papers ya estaban escritos en el «Oráculo de Petros». Una semana antes de que estallara el escándalo de corrupción, Márkaris había entregado el manuscrito final de una novela sobre sospechosos negocios financieros, blanqueos de capitales e inversiones desde paraísos fiscales. La coincidencia no podía ser mayor. El título de su nuevo libro, Offshore, se había convertido en la palabra más leída en las tapas de los diarios del mundo, a medida que se conocían las graves imputaciones a políticos de distintos países, entre ellos el argentino Mauricio Macri. «Soy inocente, no sabía que iba a pasar todo esto. Mi intención solo fue escribir una historia de ficción» fue la defensa del escritor griego ante la sorpresa de su editor.

Un año después, Petros Márkaris, el padre de la novela negra griega, visita la Argentina para presentar la esperada traducción al castellano de Offshore, el nuevo capítulo de la saga policial del comisario Kostas Jaritos. Su apretada agenda es la de una estrella literaria: incluye las entrevistas de siempre, encuentros con libreros, eventos para la firma de ejemplares y una charla abierta con la escritora Claudia Piñeiro sobre el género policial como relato de la sociedad. «Buenos Aires es un lugar donde soy feliz porque me es familiar. La gente hasta camina de la misma manera que en Grecia, lo que me permite ser natural porque sé que los argentinos siempre me van a entender», explica a Tiempo.

–La identificación es recíproca. Su tetralogía de la crisis griega (compuesta por Con el agua al cuello, Liquidación final, Pan, educación y libertad y Hasta aquí hemos llegado) fue prácticamente un espejo de lo que ocurrió en la Argentina y cosechó muchos elogios entre los lectores argentinos.

–En mis conversaciones con franceses, británicos o alemanes, en algún punto siempre les aclaro que mucho de lo que les voy a decir solo puede ser comprendido por los españoles, porque ellos atravesaron una guerra civil como los griegos. Lo mismo ocurre con la Argentina. Estoy seguro de que van a entender el modo en que les hablo porque vivimos experiencias similares. Los alemanes jamás lo entenderían y a ellos debo hablarles diferente. Pero con los argentinos no tengo que diseñar un modo especial para hacerme entender. Sé que me comprenden y, para un escritor, eso es algo liberador. Un verdadero alivio.

–¿Es consciente del interés que puede generar Offshore, después del escándalo de los Panamá Papers?

–Cuando empecé a escribirlo, mi primera idea no fue sobre las compañías offshore. Lo único que tenía claro es que quería hacer algo que no tuviera que ver con la crisis porque ya estaba harto. En algún punto me pregunté qué pasaría si los fondos empezaran a fluir de nuevo en la economía griega. Y ahí me surgió la pregunta que Adrianí, la esposa del comisario Jaritos, se hace durante toda la novela: ¿de dónde vienen estos fondos? Empecé a investigar y terminé escribiendo Offshore.

–¿Qué descubrió en esa investigación?

–No descubrí tanto sobre compañías offshore sino sobre la falta de transparencia del dinero de hoy. Si alguien invierte en la Bolsa de Grecia y empieza a ganar dinero, nadie va a preguntarle de dónde sacó el dinero. Pero volviendo sobre los Panamá Papers, me pregunto qué pasó al final. El primer ministro de Islandia debió renunciar y David Cameron tuvo problemas, pero todo lo demás fue olvidado. Ni una persona en Europa sigue hablando hoy el tema. Se olvidó todo.

–¿A qué atribuye esta suerte de amnesia colectiva por cuestiones que no deberían olvidarse tan fácilmente?

–Creo que todo comenzó por los años noventa, cuando se cometió el gran error de darle prioridad al mundo a las finanzas. Como dije antes, si un país recibe a un poderoso inversor, todos van a aplaudirlo y nadie va a detenerse a preguntar de dónde sacó su dinero. Ese fue el principal desastre que los políticos causaron en los ’90, porque no sabían que ellos serían los primeros en pagar el precio. Porque la política ya no es la prioridad, hoy lo son las finanzas y esto es un desastre para el mundo.

–¿Desde su postura pública de hombre de izquierda imagina alguna salida?

–Soy pesimista y lo que veo es que las cosas empeoran. ¡Miren a Trump! El escritor alemán Heiner Müller dijo que el optimismo es solo falta de información. Y tenía razón. Cuando veo lo que ocurre en el mundo crece mi pesimismo. Pero cuidado, porque no es solo Trump y la política. El verdadero peligro es la gente desesperada que quedó librada a sí misma. Porque no hay que olvidar que Trump y el Brexit son consecuencia de esta gente desesperada. Durante un largo período de la historia, la izquierda tuvo tal poder que podía dar una motivación a esta gente sin esperanza, pero hoy la izquierda es impotente para hacerlo. Y toda esta gente ha quedado librada a sí misma, lo que es muy peligroso.

–¿Qué hacer entonces? ¿Hay que resignarse?

–No, pero es importante comprender que no hay salidas fáciles ni milagros, y que debemos empezar a luchar de nuevo, creando grupos con ideas comunes. Necesitamos un nuevo comienzo. Olvidemos por un momento a Trump y miremos lo que está pasando en Francia, donde están eligiendo entre un político de extrema derecha y un empleado bancario que ni siquiera es un líder, algo difícil de concebir en una nación que ha sido potencia y hoy vive una clara declinación. Por supuesto, esto genera más desesperación entre aquellos que no tienen nada para perder.

–»Nuestro país es un conejillo de Indias. A lo largo de la crisis el experimento consistía en averiguar hasta qué punto se podían resistir las crecientes privatizaciones de todo tipo», describe en Offshore. ¿Hasta dónde se puede resistir?

–Le voy a contar una experiencia. Yo no soy nativo, nací en Estambul y a los 28 años llegué a Grecia. Desde 1965 en adelante, aún durante la dictadura, viví en un país que siempre estuvo resistiendo. Pero esa resistencia desapareció y la gente se repliega en sus propias vidas y no le importa lo que ocurre con el país. Se dieron por vencidos. Por eso insisto, la solución es empezar a luchar.

–¿Considera que este diagnóstico solo describe la crisis griega?

–No, definitivamente no. Es lo mismo que ocurre en Italia y hasta cierto punto en España, pero cuidado porque hoy también vemos gente desesperada en el Reino Unido. En Alemania existe un movimiento de personas cercanas a su jubilación que se preguntan si vale la pena trabajar toda la vida para recibir pensiones que cada día se recortan más. Y como si fuera poco tenemos el tema del racismo, porque es fácil decir que todos los que se oponen a los inmigrantes están en contra de quienes creen les van a sacar sus trabajos. La situación en Europa es extrema.

–¿Considera que esta crisis que observa en Europa y Estados Unidos también se expresa en América Latina?

–Se reflejan en todo el mundo porque es una tendencia y esto es lo más peligroso. Recuerdo que después del Brexit, un amigo inglés me dijo: «Querido Petros, no se trata del Brexit, el problema es que se desmoronaron los dos partidos políticos que dirigieron el país después de la guerra. Y el país ya no puede ser dirigido».

–¿Cree que podrá surgir un nuevo movimiento político, como ocurre en Offshore?

–Claro, vamos a ver nuevos partidos. Estoy seguro.

–¿Podemos, en España, es uno de ellos?

–Podemos fue un intento en España. Le voy a contar una historia que viví en un barrio de trabajadores de Madrid, donde participé en un debate en un centro cultural. Cuando terminé, la gente me abrazaba y agradecía mi presencia. Entonces pregunté a uno de los libreros presentes si todas aquellas personas iban a votar a Podemos. No me respondió y empezó a reírse. Eso me hizo recordar un comentario que le hice a un escritor francés, un viejo amigo de la generación de mayo, sobre los errores que consideraba habían cometido. En aquellos años habían creído que todos los que trabajaban en las calles eran intelectuales. No advirtieron que eran personas comunes, que querían tener una vida decente, interesados en las cosas simples y con sus chicos estudiando. Ustedes intelectualizan todo, le dije. Precisamente, esa es la diferencia con la vieja izquierda que entendía cómo hablarles a esas personas en su mismo lenguaje. Hoy es una jerga intelectual.

–Acaba de referirse al ciudadano «común» que pretende tener una vida decente. ¿En la saga del comisario Jaritos, la descripción de su familia es su manera de reflejar esta búsqueda?

–En Offshore todos los miembros de la familia de Jaritos están contentos con el dinero que llega y la posibilidad de superar la crisis económica. Pero la única que plantea sus sospechas acerca del origen del dinero es Adrianí, la esposa del comisario. ¿Por qué ocurre esto? Porque esa generación de gente más grande creció en condiciones muy pobres y debieron luchar por el pan de cada día. Y hoy, cuando se enfrentan a todo ese dinero que aparece de golpe, empiezan a sospechar. La diferencia con las actuales generaciones griegas es que viven con la nostalgia del pasado. Se preguntan todos los días cuándo volverán a estar baratas todas las cosas que consumen.

–¿Imagina que la situación empeore y en algunos años alguien pueda sentir nostalgia por el presente?

–No, no lo creo. El problema de sentir nostalgia es que uno se evade de la realidad. Hay generaciones que están mirando el pasado, con miles de personas que se van del país porque no tienen perspectivas. Entonces encontramos jóvenes griegos en Alemania e incluso en China. El problema es muy grande. O uno se evade de la realidad sintiendo nostalgia por el pasado o lo hace abandonando el país porque no tiene posibilidades de progreso. No tienen esperanza ni observan ninguna perspectiva en su propio país.

–El género policial quizás sea una de las mejores formas de describir las virtudes y miserias de una sociedad. ¿En comparación con sus anteriores novelas, cree que Offshore es la de mayor contenido político?

–Lo que me sucede es que cuando termino una novela, nunca la vuelvo a releer. Terminó. Sin embargo, puedo decir que la última no fue fácil porque propuse una idea sobre el futuro, fue como escribir ciencia ficción. En mis anteriores libros sobre la crisis, mi trabajo fue contar lo que veía todos los días. En Offshore lo tuve que imaginar y fue una gran diferencia.

–Debo decirle que su imaginación funcionó a la perfección y terminó adelantando el escándalo de los Panamá Papers.

–Sí, pero no olvide que los grandes escándalos pasan y en una semana a nadie le interesan.

–Apelando a su capacidad predictiva, ¿podría adelantarnos el tema de su próxima novela, así tomamos las debidas precauciones?

–(Sonríe) La próxima novela será totalmente diferente. Es sobre algo que conozco muy bien, pero no puedo anticiparle nada. Pero sí puedo contarle que también estoy trabajando en un segundo libro, que va ser algo parecido a Offshore aunque diría aun más pesimista. El tema será sobre algo que he escrito en artículos y ensayos, pero que realmente quiero volcar en una novela, y es que estamos viviendo en la era de la hipocresía.

–Es una buena frase y sería un mejor título.

–Efectivamente, ese es el título. Estamos viviendo en la era de la hipocresía y ya estoy harto. Y no es solamente por los griegos que sufren. Dicen que son los alemanes pero es el sistema mundial. Los alemanes están lidiando exitosamente con este sistema mundial, nosotros no. Pero todos son hipócritas y ya estoy enojado. Aunque lo único bueno es que cuando me enojo escribo mis mejores novelas.

–En sus novelas, una de las obsesiones del comisario Jaritos es la consulta al diccionario Dimitrakos. ¿Es una forma de expresar que las palabras perdieron sentido?

–Cuando surgió la idea del comisario Jaritos, pensé en una persona típica de clase baja y tenía que encontrar algo que lo distinguiera de otros policías. Recordé que había sido traductor del alemán y si uno se dedica a ello, debe amar los diccionarios. Entonces rescaté el Dimitrakos, el mejor diccionario del idioma griego de la historia. Escribir sobre el Dimitrakos me permitió descubrir lo que usted me planteó. Las palabras perdieron el sentido y Jaritos trata de reestablecerlo a partir de la búsqueda de definiciones concretas. No porque fuera un intelectual, sino porque quería comprender. Aunque en Offshore se sienta impotente porque lo que están haciendo hoy ni siquiera está en el Dimitrakos. «