“Estoy orgullosa de ´caer´ en lugar público” dijo en medio de una ovación la diputada Teresa García ayer en el Espacio Cultural de la Biblioteca del Congreso de la Nación donde ayer quedó formalmente inaugurado el Bar Piglia. Además, se inauguró también un “jardín federal” que en breve contará con una planta típica de cada una de las provincias argentinas y unn gran mural de Rep que historia la vida de Piglia en clave de humor y que abarca completamente una de las paredes laterales del bar. 

 Se encontraba presentes la escritora María Moreno, coordinadora del ciclo Palabra Viva y la actriz Cristina Banegas. Moreno leyó un texto sobre la particular relación de Piglia con los bares: “¿Por qué bautizar “Piglia” a un bar? –comenzó diciendo-La pregunta debería ser otra: ¿Cómo no llamarlo así? Porque para Ricardo Piglia los bares de las ciudades en que vivió fueron también escritorio abierto–allí escribió los borradores de sus novelas, tomó apuntes para las colecciones de libros que dirigió, bosquejó ensayos destinados a las revistas literarias de las que participó (…)”
Por su parte, Banegas leyó el texto que Piglia había escrito para el lanzamiento del ciclo Palabra Viva que se realizó el 6 de enero de este año, exactamente el día de su muerte. Dicho texto está referido a la Biblioteca del Congreso que, por las noches, fue su refugio en la época de la dictadura y constituye el último o uno de sus últimos escritos. 

“Durante años –escribe Piglia- viví cerca de la Biblioteca del Congreso y la convertí en mi sala de lectura nocturna. El lugar estaba abierto toda la noche y ahí me encontraba con los desesperados de la ciudad, eran los años de la dictadura. En 1977 mi amiga Sylvia Coppola, hija de la fotógrafa Grete Stern y Horacio Coppola, me alquiló su departamento en Bartolomé Mitre y Rodríguez Peña. Ella se exilió en París y me dejó instalarme en su guarida. Cambiar de bario es descubrir otro mundo. La zona de las inmediaciones del Congreso estaba llena de vida; había bares, librerías que yo recorría como si fuera nuevo en la ciudad. Yo me había movido siempre en el cuadrado que formaban Avenida de Mayo al sur, Avenida Santa Fe al norte, al oeste Callao y al este la 9 de Julio. Ese era mi territorio.

(…) En esos años yo trabajaba en la vida de Enrique Lafuente que había formado parte del Salón Literario junto a Echeverría y Alberdi. Lafuente no se exilió como sus compañeros de generación. Permaneció en Buenos Aires y se hizo el federal para ganarse la confianza de Rosas y llegó a ser escribiente supernumerario en la secretaría del gobernador donde tenía acceso a documentos. (…) El personaje me sirvió de modelo para Enrique Osorio, uno de los protagonistas de mi novela Respiración Artificial. Tarde en la noche, yo me refugiaba en la Biblioteca y rastreaba a esas figuras esquivas y aventureras. Tomaba notas frenéticas y leía periódicos y correspondencia de la época y otros materiales que encontraba con facilidad. El salón de lectura estaba bien calefaccionado y uno tenía la ilusión de que estaba a salvo, allí, entre libros. No sé por qué pensaba que los militares no iban a irrumpir en el recinto. Quizás, creía yo ilusionado y sin ningún fundamento, que los iba a intimidar el nombre del lugar. Varios otros noctámbulos pensaban como yo y ahí estaban protegidos porque en esas madrugadas creí reconocer algunos de los seres espectrales que frecuentaban el lugar. Trabajaba hasta la madrugada, salía de ahí y me metía en la ciudad como una sombra solitaria. 

(…) La novela se publicó en noviembre de 1980. El año siguiente recibí una propuesta de Princeton para dar una conferencia así que me embarqué para los Estados Unidos e hice una escala en Venezuela para visitar a mi amigo José Sazbón que vivía en Maracaibo. (…) ¿Cómo podía yo vivir en la Argentina? me preguntaban mis amigos. Las explicaciones no bastaban. Me sentía Enrique Lafuente. Pero esa es otra historia. Sólo quería recordar ahora esos años difíciles en los que vivía amparado por la luz nocturna de la Biblioteca del Congreso.”

Entre la concurrencia se encontraban desde Daniel Link, Alan Pauls, Daniel Santoro, Rodolfo Hamawi y seguramente otras figuras conocidas del campo de la cultura que el amontonamiento no permitía distinguir. Escuchar la lectura del texto de Piglia por parte de Cristina Banegas hizo que la inauguración culminara en un clima altamente emotivo. Las palabras de Piglia, quien se convirtió en uno de los mayores escritores argentinos “a pesar” de haber estudiado en la escuela y en la universidad públicas, resonaban de manera especial en la noche de ayer donde las palabras pronunciada por el presidente por la tarde hacían sentir que en la Argentina los tiempos difíciles no han terminado.