El pelo atado tirante para atrás, la sonrisa que se escapa de perfil, los ojos alegres mirando la foto de Alfredo Camarero, el primer hombre que le dijo que tenía características para nadar en aguas abiertas. Pilar Geijo tiene 16 años y viene de nadar en Hawái en una de sus primeras experiencias en el exterior. La foto, tomada por su papá, en los pasillos del Salón de la Fama en La Florida era hasta hoy un recuerdo familiar: la nadadora argentina, cuatro veces campeona del mundo (2010, 2011, 2014 y 2015), ingresó esta semana al Hall de la Fama de la Natación y ahora, a sus 33 años, su foto también está ahí.

«Ese día soñé lo que me pasó ahora. En ese momento era algo utópico pero yo volví diciendo que iba a ser campeona del mundo. Mis papás me llevaron a nadar a los 6 años a GEBA y ahí lo conocí a Camarero, campeón argentino de aguas abiertas en los ’50. Lo veía todos los días, me contabas las anécdotas, sus cuentos me parecían una travesía y a los 13 fui con él a mi primera carrera en Areco. Por eso siempre hablo del destino, todos tenemos uno y el mío era este». Pilar cuenta que fue rebelde de chica, nació en Boedo, después se mudó a Belgrano para entrenar en River, estudió periodismo deportivo, le faltan cinco materias para ser contadora pública y, si bien arrancó compitiendo en pileta, luego encontró su disciplina: nadar en aguas abiertas con frío, calor, vientos, olas y hasta aguas contaminadas 

–¿En algún sentido cuando estás en el agua sos tu propio líder?

–Camarero me decía que hay que tener un humor flexible, ser alegre, porque en una carrera de ocho horas te pasa de todo y hay que saber acomodarse. Las distancias largas son muy solitarias y poder tener buen humor todo el tiempo no es fácil. La confianza en uno mismo es fundamental pero no nace sola, a mí me ayudó el grupo de trabajo. Hasta los 20-22 es clave la figura del entrenador porque forjás tu personalidad. 

–Siempre marcás que cuando empezaste a vivir la competencia con tranquilidad llegaron los resultados. ¿Sin calma es imposible ganar?

–Hubo un momento en el que aprendí que ganar una carrera no significa nada y hoy veo con mucha tristeza a aquel que gana y se piensa que es mejor por eso. Te puede dar felicidad porque conseguiste un logro pero no te puede formar tu autoestima porque es un arma de doble filo, cuando perdés, entonces te caés. Ganar o perder no puede tener tanto poder. Cuando aprendés eso, tomás el deporte de otra manera. Yo quiero ganar todo, entreno para ser la mejor, pero mi autoestima no está en eso. Lo aprendí con el tiempo. De chica pensaba que el éxito era todo y que la gente me iba a querer más o menos si ganaba carreras.  

–¿Cómo es nadar nueve horas seguidas?

–Nadar con aguas frías es bastante particular porque de repente sentís mucho calor, como que te quemás porque el cuerpo está tratando de equilibrar temperaturas. Experimento cosas que en ningún otro momento siento. Me pasó en carreras que voy nadando sola de tener baches de memoria, de no saber qué pasó. Son estados muy raros, vas al límite. Una vez en Canadá el agua estaba muy fría, no me sentía bien pero iba ganando la carrera. Entonces empecé a pensar que se había hundido un bote y que yo tenía que llegar a la orilla para avisar para que rescaten a los que estaban en el agua. Si alguien me paraba en ese momento, yo estaba convencida de que había pasado eso. Llegué, gané y me desmayé. Creo que eso que me pasó fue un recurso de motivación. Me desperté y estaba en una silla de ruedas. 

–El 8 de Marzo, Día de la Mujer, cruzaste el Río de La Plata. ¿Sos feminista?

–No sé si feminista, las mujeres no somos diferentes aunque en la sociedad no se nos reconoce igual que al hombre y yo lo padezco en el deporte, de hecho, hay carreras en las que los premios son diferentes. Se dibuja un poco el tema porque se entrega el mismo premio económico a los hombres y mujeres pero a su vez se da un premio general a los tres primeros que lleguen cuando largamos todos juntos, y es obvio que por genética lo van a ganar los varones, entonces está encubierto. En la difusión también a veces es distinto, quizás este último tiempo no porque mis resultados hablan por sí solos, pero al comienzo sí. 

–¿Sentís que lograste todo lo que soñaste?

–Hace cinco años ya había logrado todo lo que quería, me quedaba ingresar al salón de la fama y se me dio. Es un premio muy raro porque es muy protocolar, alguien tiene que proponerte y hay una votación internacional, quizás hay chicos que se lo merecen y no van a estar nunca. Pero siento que este premio encuadra un montón de otros. Y si alguien me pregunta por qué sigo nadando, la respuesta es muy simple: porque me gusta, es lo que conozco desde los 6 años. Este año, como los últimos, mi objetivo es el circuito mundial, en la primera fecha quedé quinta y ahora viene la próxima en Canadá. 

–Con uno de tus sponsors arrancaste a trabajar en ayuda social, ¿qué sentís con eso?  

–Con Weber arranqué y me cambió la cabeza. Lo primero que hicimos fue refaccionar el Ringo Boxing Club, una escuela de Paraná y los vestuarios de la pileta de Nueva Chicago. Ahora cuando crucé el Río de La Plata ayudamos a una escuelita de fútbol en el barrio Monasterio. Ahora cada cosa que hago, desde clínicas o charlas, pienso cómo puedo ayudar a otro. Y cuando siento que tengo la capacidad de ayudar con mis sponsors veo que vale la pena ser cuatro veces campeona del mundo o qué es volver a ganar.