Es viernes y hace calor en Lomas del Mirador, en La Matanza. La Casa Popular Memoria del Fuego tiene la cara de Luciano Arruga como estandarte. La mesa para los expositores sobre la calle Franklin al 200 tiene tres sillas. La principal será ocupada por Vanesa Orieta, hermana de Luciano, que dará testimonio de la lucha de la familia del adolescente desaparecido en 2009 y hallado en 2014 en una fosa del cementerio de Chacarita, donde había sido enterrado como NN. El motivo del encuentro entre militantes de distintas organizaciones políticas y sociales es el proyecto del gobierno nacional para bajar la edad de imputabilidad de 16 a 14 años.

Uno de los oradores es Carlos Casal, coordinador nacional de la Campaña contra la Violencia Institucional en Cárceles y ex detenido. De baja estatura y andar eléctrico, el muchacho de 32 años suele encabezar manifestaciones para defender los derechos de los privados de su libertad. Así lo hizo en diciembre, durante la última marcha al Congreso Nacional para repudiar la avanzada del Ejecutivo respecto a la Ley de Ejecución de la pena privativa de la libertad, conocida como “La 24660”. En diálogo con Tiempo Argentino, Casal opinó que “juzgar al menor como mayor es un error conceptual. Enviarlo a un penal, meterlo en un sistema de reproducción de inseguridad, no contribuirá a que mejoren las cosas”.

Usted pasó por la experiencia de la privación de la libertad. ¿Qué opinión le merece la iniciativa del gobierno nacional?

El encarcelamiento no mejora a nadie. Hay que pibes que roban un teléfono celular y adentro se vuelven asesinos. Como país iríamos contra los tratados intencionales que firmamos. Además, los niños que participan en delitos violentos no llegan al 2 por ciento. Hay una malla social de contención que no funciona. Entiendo que debemos combatir la marginalidad con más inclusión, fortaleciendo las instituciones barriales.

¿Encarcelar a los jóvenes, expulsar a los extranjeros, suprimir derechos a los privados de la libertad, es el camino?

No. Se trata de poner en agenda estas cuestiones para tapar el endurecimiento de la política económica. Encarcelar no es solución. Menos con instituciones nefastas como los servicios penitenciarios que se autogobiernan. Los funcionarios nacionales utilizan el sufrimiento de las víctimas de los delitos para tapar la realidad. Pero la solución no es el encarcelamiento.

¿Qué alternativa entiende como posible?

Afuera, hay que trabajar con los niños en sus barrios. Y adentro, con los presos, tenemos que trabajar la cultura del trabajo y la educación. Que la cárcel sirva para reconstruir las familias. Pero este gobierno neoliberal tiene como política de seguridad aumentar el número de patrulleros, de policías en la calle, no previene nada.

¿Qué tan diferente es la gestión de Patricia Bullrich respecto a la administración de Sergio Berni? Hay discursos coincidentes respecto a los extranjeros que delinquen.

Es verdad; la del gobierno anterior fue una política criminal pésima aunque con más inclusión social.

Usted visita cárceles semanalmente, ¿en qué estado se encuentran?

El Estado de las cárceles empeora y cada vez más pibes se transforman en presos. En la provincia de Buenos Aires hay sobrepoblación, falta comida, colchones, crece la violencia a través de grupos mixtos de presos y penitenciarios. Se roban la carne, hay gran cantidad de denuncias por el manejo de las cajas. En los informes criminológicos que permiten acceder a las salidas transitorias, por ejemplo, se venden hasta los puntos. Los servicios de inteligencia cada vez inciden más en la población penitenciaria, buscan ampliar su horizonte de control respecto al narcotráfico.

¿Cómo se acerco a la política?

Empecé a militar dentro de la cárcel el día que murió Néstor Kirchner. Un preso viejo lloraba frente a la televisión y pregunté qué pasaba. Ahí entendí la importancia de la política. El amor de la política social, de comprometerse.

Casal lleva transpirada la remera que dice “Ni un pibe menos”. Discute con un grupo de chicas en la calle sobre el enfoque de la problemática de la seguridad y sonríe cuando abraza a la mama de un detenido. Después de probar que la cerveza estaba helada, regresa a la charla y pide disculpas.

¿Que lo llevo a reconsiderar su vida?

Se lo debo a mi compañera, que me dio el amor de familia que había olvidado. Me hicieron entender que ese “trabajo” como mi hija definía a la cárcel, ya no daba para más. También fue vital la militancia política. Salí en libertad y empecé a militar en el Movimiento Evita gracias a una compañera. Comencé en Morón y encontré que era una organización cercana de la gente, no para acompañar al gobierno de turno en una marcha y mostrar números. Estaban con la doña del barrio, con el hombre, con los laburantes de la economía popular, con los vendedores ambulantes, los cuidadores de autos. Encontré mi lugar de militancia.

Dejo de ser objeto de violencia, ahora es sujeto político. ¿Cómo maneja las ansiedades, las huellas del encierro en su vida?

Lo que hago es trabajar con los pibes que son estigmatizados cada día, en cada noticia. Pibes chorros, villeros, presos, ahí encontré mi espacio. Tuve una charla con el diputado nacional Leonardo Grosso y le dije que quería militar el espacio de las personas privadas de su libertad ambulatoria. Con los pibes que perdemos en los barrios y crecen en las cárceles. No lo dudo y me dio la oportunidad. ¿Cuántos diputados le preguntan a un pibe que recién sale de estar en cana que quiere hacer? Fue un acto de amor político. Siempre estaré agradecido. Podemos salvar muchos pibes y pibas si nos sentamos a preguntarles que quieren hacer con su vida. No hagamos asistencialismo.