Horacio Rodríguez Larreta pide amparo judicial contra la suspensión de las clases escolares presenciales. La medida fue dispuesta para el AMBA por el gobierno nacional por quince días, entre otras disposiciones que apuntan, fundamentalmente, a disminuir la circulación del virus, que avance el plan de vacunación y evitar la saturación del sistema de salud.

Ni bien terminó el mensaje presidencial del 14 de abril, en varios barrios de la CABA -especialmente Belgrano, Recoleta y Caballito- y en la zona norte del GBA comenzaron a sonar cacerolas y bocinas. A la vez, un numeroso grupo de vecinos de Olivos, entre quienes se destacaban los integrantes de la agrupación Padres Organizados, fueron a reclamar golpeando las puertas de la quinta presidencial al son de la misma música.

El pedido de amparo judicial invita a considerar a los chicos como los padecientes de un conflicto similar a un divorcio controvertido entre sus padres: una de las partes recurre a la justicia para pedir que se suspenda una medida pedida por la otra parte.

Así, “las clases presenciales” toman entidad propia, se convierten en objeto de la confrontación,  la disputa se apasiona y pareciera que la solución se reduce a “continúan o no”, sin mayores consideraciones.

Tanto los docentes como los padres de los alumnos saben mejor que nadie que el acto educativo está fuertemente configurado por las condiciones materiales en las que se ejerce. No bastan docentes formados y afectuosos, padres entusiastas por la educación de sus hijos y chicos motivados por ir a la escuela para que los resultados sean satisfactorios. La imposibilidad de conseguir vacante que obliga a inscribir a los hijos en una institución no elegida. Las fallas y carencias edilicias de las escuelas, la insuficiencia de los materiales de trabajo pedagógico, la falta de posibilidades para que los docentes puedan mantenerse actualizados y la pésima retribución material de su trabajo (des) configuran el acto educativo hasta el punto de volverlo, a veces, muy difícil de realizar.

Entonces, ¿qué significan “las clases presenciales” en el contexto actual del AMBA? En medio de la peor pandemia universal, una ola de crecimiento de casos imparable, nuestra sociedad políticamente dividida por el odio y la intolerancia, un gobierno elegido democráticamente que conduce con aciertos, limitaciones y errores, un barco en medio de un tsunami, y una oposición que critica, obstaculiza y rechaza sus decisiones, a veces antes de conocerlas, hasta con agresión y violencia.

También los docentes y los padres saben mejor que nadie los beneficios que la educación presencial ofrece a los alumnos, especialmente en el preescolar, la primaria y la secundaria, cuando la socialización es clave para lograr un pleno crecimiento madurativo y superar tanto dificultades personales como conflictos grupales.

Los chicos suelen manifestar que lo que más les gusta de la escuela es el grupo de compañeros y los recreos. Los docentes, que su lugar es el aula, adonde más cómodos y mejor se sienten. Los padres delegan en la escuela la educación formal de sus hijos.

La llamada “educación a distancia” impuesta forzosamente durante la cuarentena, afectó seriamente a los chicos, abrumó a los padres y agotó a los docentes que, en su inmensa mayoría, no estaban ni formados ni preparados ni contaban con los recursos técnicos para trabajar de esa manera. Con el agravante de instalar en la opinión popular un rechazo por esa modalidad. Como si la educación a distancia fuera eso que se hizo o se trató de hacer, y no un modo de educación particular que se diferencia de la presencial por ser tecnológicamente mediatizada, y por ende, tiene características, fundamentos teóricos y recursos pedagógicos muy propios que requieren su conocimiento y dominio para ser aplicada con éxito.

La educación presencial, por su parte, moviliza socio culturalmente muchas variables que no son las ideales para este contexto de pandemia Una considerable cantidad de escuelas no dispone de los espacios y condiciones edilicias para respetar las normas elementales de cuidado, especialmente la distancia social. El movimiento de personas en la calle (para ir y volver de la escuela) implica congestionamientos del tránsito y recarga del transporte público por aumento de los usuarios. Los chicos, en particular lo menores, son cuerpo en movimiento y en contacto con los otros: se torna casi imposible impedir que se toquen, se abracen, intercambien objetos manoseados a pesar de su aceptación masiva del uso del barbijo. Los papis y las mamis, a la entrada y a la salida, saturan de autos la calle adonde están las puertas del colegio y, los que llegan a pie, con la alegría del reencuentro, suelen olvidarse tanto de la distancia social como del control de sus hijos que corretean alegremente, a veces sin barbijo. Los docentes, otra vez agotados. Antes, por tratar de sostener una enseñanza en cuya modalidad no están formados o carecen de experiencia y recursos; ahora, por tratar de sostener la enseñanza en una presencialidad defectuosa, difícil, de alto riesgo sanitario e interrumpida día a día por la aparición de “casos” que obligan a suspender las actividades y a retomar la virtualidad.

¿Si los padres pudieran tomarse una pausa para reorganizarse y consensuar acciones según este panorama complejo, difícil, desconocido, en el cual la mayor amenaza es la muerte? ¿Si los docentes lograsen disponer de más canales de comunicación que les permitieran explicar sus razones con claridad al resto de la sociedad? ¿Si el gobierno nacional cumpliese efectivamente con que las fuerzas federales de seguridad aseguren el cuidado de las personas en su control del cumplimiento de las medidas establecidas, y se aplicasen llamados de atención a quienes las vulneran? ¿No sería posible entonces encarar esta suspensión de clases presenciales reflexionando sobre todos los aspectos del conflicto, para poder consensuar actitudes en lugar de enfrentarnos? Y así, contribuir realmente entre todos a la disminución de los casos de contagio y enfermedad.

(*) Profesora en Filosofía, UBA. Escritora. Ha publicado Con Textos, Escritores de Argentina. Coautora de Directores y direcciones… de escuela, Miño y Dávila. Autora de artículos educativos. Fue docente de los niveles medio, terciario y superior. Profesora tutora. Rectora de escuelas medias. Vice Rectora de escuela terciaria. Asesora pedagógica. Capacitadora docente.