La cuadra de Santiago al 5900, en Rosario, amaneció el miércoles con un mensaje inequívoco: cartuchos calibre 12 milímetros desparramados en el frente de la casa de Mariano Salomón, uno de los últimos prófugos que tenía la megacausa contra Los Monos, sólo pueden aconsejar el silencio. El acto de intimidar a Salomón, antes de su declaración ante la Justicia, evidenció que la banda narco criminal más afamada de la Argentina, aun con sus principales líderes presos, mantiene muchos intereses que proteger.
El mismo miércoles, Salomón, apenas «El Gordo» para los íntimos, permaneció alrededor de una hora en el despacho de la jueza Alejandra Rodenas, ubicado en el segundo piso de los Tribunales de Moreno y Montevideo, por estar acusado de integrar una asociación ilícita dedicada a cometer delitos indeterminados, entre ellos, la tenencia y portación de armas, homicidios, amenazas y tráfico de estupefacientes, además de dos actos de encubrimiento.
Salomón eligió no contestar las preguntas de la jueza –en la indagatoria también estuvieron presentes el fiscal Gonzalo Fernández Bussy y el defensor Marcelo Piercecchi– y sólo se ocupó de negar cualquier vinculación con una supuesta organización, aunque admitió que conocía a algunos de los otros imputados. «Yo no soy lo que dicen. Toda mi vida me dediqué a la compra y venta de autos. Por los medios me enteré de que estaba metido en un lugar que no sabía lo que era», explicó.
De acuerdo al procesamiento –que fue calificado de histórico– dictado por el juez Juan Carlos Vienna en febrero de 2014 contra 36 integrantes, entre civiles y policías, de Los Monos, Salomón era uno de los encargados de lavar el dinero malhabido del clan Cantero. Los días –que sumaron tres años– de Salomón como prófugo acabaron el lunes pasado, durante un operativo conjunto de agentes de la Tropa de Operaciones Especiales y la Policía Federal, en una casa de Hernandarias al 900, en Lomas del Mirador.
Pero en Rosario nadie interpretó la caída de Salomón como el golpe de gracia a la organización que supo ayudar a administrar. El mismísimo jefe de la Dirección General de Prevención y Control y de Adicciones de la policía santafesina, el comisario Alejandro Druetta, reconoció en una rueda con periodistas que Los Monos «no están extinguidos, aunque su poder haya quedado  diezmado desde que empezó la ofensiva judicial».
El funcionario sabe mejor que nadie que el negocio se puede montar a distancia. El jueves, Druetta encabezó allanamientos en la cárcel de Coronda, donde se desarticuló una banda dedicada al narcotráfico. En una de las celdas se encontró un celular que pertenecería a Milton Damario, detenido, entre otras causas, por el crimen de Claudio Ariel «Pájaro» Cantero. Se cree que Damario, con sólo empuñar el teléfono, manejaba los hilos de una banda que vendía drogas en Rosario y sus alrededores.
En diciembre del año pasado, por orden del juez Marcelo Bailaque, fueron detenidas durante una visita al penal de Piñeiro, a unos 14 kilómetros de Rosario, Vanesa Barrios y Jésica Lloan, esposa y pareja respectivamente de Ariel «Guille» Cantero y Emanuel «Ema» Chamorro, dos primeras líneas de Los Monos. La Justicia Federal las acusó de formar parte de una organización dedicada al tráfico, fabricación y elaboración de estupefacientes con fines de comercialización, que lideraban sus hombres y padres de sus hijos desde la cárcel. Junto con ellas cayeron otras once mujeres vinculadas a la familia Cantero, que habían quedado a cargo del negocio luego de la captura de los «patrones».
«En ese operativo, que llevó un año de investigación, sólo se logró identificar cuatro puestos de venta. No cierra por ningún lado que Los Monos, que es una organización que se diversificó, que ya no tiene sólo el negocio de la droga sino que llegó hasta a inmiscuirse en el seno de las barras de los dos clubes de la ciudad, y que se extendió en el territorio y que siempre supo funcionar, desde la cúpula hasta la base, en forma celular, tenga sólo cuatro bocas de expendio», analizó un fiscal que pidió reserva por estar involucrado en causas contra la banda.
El antecedente, entonces,  no sólo demuestra la resistencia de Los Monos a retirarse del «mercado», sino que, y esto es más grave aún, revelaría la voluntad de no interferir.
«Se habla mucho –concluye la fuente– sobre la banda que va a remplazar a Los Monos, pero los que siempre manejan el negocio visten uniforme, no importa si es provincial o federal, porque para poder laburar hay que pasar por todas las ventanillas.»

Faltan tres detenciones

Mariano Salomón no era, como los medios insistieron en presentarlo, el último prófugo de Los Monos. Todavía la Justicia espera las detenciones de Cristian «Negro» González, considerado el encargado de los negocios ilegales de la banda en la zona de Villa Moreno; de Carlos «Chino» Fleitas, que ya pobló las páginas policiales tras el crimen de Walter Cáceres (en febrero de 2010); y de Gerardo Fabián Viera, apodado «Alita», sindicado como un referente del clan Cantero en el barrio Tablada.