Basta viajar un ratito por Europa para comprobar, con mucho susto, que los vientos de la derecha más ultra avanzan a fuerza de votos y propuestas racistas, xenófobas, homofóbicas, machistas y discriminatorias que en América ya venimos escuchando de norte a sur, o sea del Estados Unidos de Donald Trump al Brasil de Jair Bolsonaro.

En las elecciones locales del mes pasado, por ejemplo, España dejó de ser el único país europeo que no tenía extrema derecha en el Parlamento. Hasta ahora se había salvado, pero llegó Vox, el Partido Estrella del Momento, ganó 24 escaños y lo está haciendo sentir negociando cargos parlamentarios con el Partido Popular y Ciudadanos (en Argentina dirían «la derecha moderna y democrática») y buscando puestos en el gobierno de la Comunidad de Madrid. Podemos, fiel al inconfundible postulado «dividámonos para que nos venzan» que la izquierda aplica a nivel mundial, se fraccionó… y perdió. En Madrid, la ilusión del gobierno progresista de Manuela Carmena duró apenas cuatro años, un solo período, porque no pudo reelegirse. Y en Barcelona Ada Colau también perdió, pero ayer logró mantener la alcaldía gracias a las alianzas que realizó con políticos otrora indeseables. Por el contrario, Vox avanza en los espacios de poder y quiere crecer con variado catálogo de iniciativas, como que a los inmigrantes se les niegue cualquier tipo de ayuda social y se deroguen la ley de violencia de género («discrimina a los hombres»), el matrimonio igualitario y el derecho al aborto. Promueven, incluso, terapias para «curar» la homosexualidad.

De terror.

No muy lejos de esos postulados, Reagrupamiento Nacional, el partido de la ultraderechista Marine Le Pen, ganó en Francia las elecciones europeas (que definían curules en el Parlamento Europeo) por poquito, un 23% frente al 22% alcanzado por el partido del presidente Emmanuel Macron, pero fue suficiente para que la excandidata presidencial exigiera disolver ya mismo la Asamblea Nacional y convocar a nuevas elecciones. Se supone que Macron tiene mandato hasta 2022, pero con la crisis de popularidad que arrastra y las interminables protestas de los «chalecos amarillos» parece una eternidad. La defensora de la pena de muerte y el cierre de fronteras lo quiere aprovechar.

Por cierto, Le Pen no tuvo mucho eco con su propuesta del Frexit, o sea sacar a Francia de la Unión Europea. Ya ni siquiera la promueve y se resigna a mirar con envidia a Gran Bretaña, en donde el partido del Brexit ganó las elecciones europeas en el ocaso del gobierno de Theresa May, la primera ministra que se va sin poder resolver cómo, cuándo, en qué condiciones el antiguo imperio abandonará por fin el bloque. Y eso si es que finalmente se sale, porque el proceso está marcado por una confusión e incertidumbre que avergüenza a los propios ingleses por su falta de seriedad. En su última semana como primera ministra, May recibió a Donald Trump, quien con la humildad que lo caracteriza presumió su excelso conocimiento del problemón Brexit y convocó a una salida «dura» de Gran Bretaña de la Unión Europea, muy afín a sus postulados aislacionistas.

Los ultras siguen festejando en Italia luego del exitoso resultado electoral de la Liga de Matteo Salvini, el vicepresidente y ministro del Interior que quiere cerrar por completo la puerta a los inmigrantes por considerarlos «criminales» (nada original: lo escuchamos a cada rato en Argentina desde que Macri comenzó a gobernar) y que propone una moneda paralela al euro que sería algo así como los patacones, ¿se acuerdan? La temible Liga no sólo ganó: arrasó, duplicó sus votos con respecto a la última elección y se convirtió en el partido más importante de un país que algún día supo tener a una izquierda con líderes y proyectos que parecían sólidos y hoy son inexistentes.

El tema es que por acá se fortalecen los discursos de odio que, para peor, tienen buenos resultados en las urnas. Es desesperanzador. Lo bueno es que, después de andar dando vueltas por acá, dentro de poco volveré a Buenos Aires. A ver con qué me encuentro después de haber estado mes y medio fuera. Calculo que, como siempre, todo andará tranquilo por allá, sin muchos cambios ¿no?

Seguimos. «