No hay modo.

Nada alcanza.

Basta que las y los dirigentes políticos ofrezcan una conferencia de prensa, una entrevista o un mensaje para que de inmediato surjan las críticas, los malentendidos, las dudas y las distorsiones por lo que dijo o no dijo. O por el tono que usó. Desde las primeras frases que emite el o la líder de turno, las redes sociales se colman de inmediato elogios o de reproches, dependiendo en muchos casos de las filias y fobias políticas de quienes escriben.

«El gobierno comunica mal», es una conclusión repetitiva en múltiples países, y en las últimas semanas se intensificó de manera particular en Argentina, pero ¿será siempre culpa de quienes gobiernan? El cuestionamiento recorre varios países y lo reciben políticos de todos los signos ideológicos. ¿Habrá alguno, alguna, que comunique «bien»?

Pensaba en todo esto a raíz de la relación que ha establecido el presidente Alberto Fernández con la prensa. A diferencia de sus dos antecesores, habla con todo tipo de medios y periodistas, ya sean oficialistas u opositores, o alejados de militancias. Tiene una presencia recurrente en medios. Ofrece conferencias de prensa. No suele maltratar al periodismo. Tampoco finge buenos modales. No se pelea con los medios, no los ataca de manera visceral, no construye eslóganes en su contra ni los estigmatiza.

Pero nada es suficiente. Durante la pandemia, por ejemplo, se le empezó a reclamar que volviera a dar conferencias de prensa y no sólo mensajes televisados. Cuando las retomó, se le criticó porque «sólo» se permitían cinco, ocho, diez preguntas, dependiendo el día. Una colega escribió que debería haber una rueda de prensa exclusiva con medios comunitarios y sin fines de lucro. Le dije que esos medios no están vedados y pueden ir a las conferencias y participar en el sorteo para hacer las preguntas que quieran. Lo mismo los corresponsales extranjeros. Claro, siempre será más atractivo tener una reunión exclusiva, pero ahora hay un gobernante que habla, y mucho, con la prensa.

También se le reprochaba que privilegiara a la prensa capitalina, pero el viernes dialogó solamente con periodistas de las provincias. De todas maneras, las críticas seguirán repitiéndose por otros motivos. Esta semana, por ejemplo, a varios colegas les molestó que hiciera anuncios sobre la pandemia en una entrevista de televisión. Consideran que ameritaba conferencia de prensa. Pero si hubiera dado una conferencia, lo hubieran juzgado por su discurso, por su actitud, por su carácter. Por algo.

Por supuesto, criticar es un derecho y qué bueno que se pueda ejercer con libertad. Quizá los mensajes no son siempre claros y contundentes. Quizá es cierto que hay problemas de comunicación. Quizá los foros de los anuncios presidenciales no son siempre los ideales. Pero, también, quizá haya reproches sobreactuados.

Porque el presidente está muy lejos de Cristina Fernández de Kirchner, la vicepresidenta que evadió siempre las preguntas periodísticas y que optó por los mensajes en cadena nacional y los patios militantes que tanto la desgastaron y que formaron parte de su confrontación con la prensa más tradicional que, todavía hoy, sigue obsesionada con ella.

Alberto Fernández tampoco se asemeja a Macri, el expresidente que sólo aceptaba entrevistas con periodistas afines y que descomprimía la presión mediática en conferencias de prensa con preguntas abiertas, y que se federalizaban cuando hacía giras en provincias. Lástima que, al mismo tiempo, su gobierno espiaba en masa y de manera ilegal a cientos de periodistas.

No se trata, por supuesto, de aplaudirlo. El presidente no nos está haciendo un favor. Pero me parece importante reconocer que la estrategia del actual gobierno con el periodismo se acerca mucho más al respeto de derechos ciudadanos fundamentales como el acceso a la información y la libertad de prensa.

Y eso no es poca cosa, sobre todo tomando en cuenta a los últimos gobiernos que hubo en Argentina.

Seguimos.