El justicialismo entendido como cultura y como movimiento –lo nacional/popular– atraviesa una de sus crisis más profundas. La más grave, probablemente, desde la proscripción de 1955-1973.   Tres derrotas electorales consecutivas (2013-2015-2017). Un gobierno –Cambiemos– que representa las ideas antagónicas y que se está en su mejor momento. Que no tiembla ni tiene complejos en el ejercicio del poder (al precio de no respetar el pluralismo en los medios, ni las garantías de defensa en juicio)  y que se propone, entre sus objetivos de máxima, desterrar la cultura populista de la sociedad argentina. Como si faltara una señal del estado de conmoción y debate interno en el que se encuentra el PJ, en las últimas semanas proliferaron las cartas, los cruces epistolares: hubo reproches en tono incendiario, mensajes crípticos con distintos destinatarios. Este fue el trasfondo de la visita que el bloque de diputados del FpV realizó a las cárceles de Ezeiza y Marcos Paz en el Día de la Militancia (17 de noviembre).

Si se utilizara una metáfora de la astronomía para describir al peronismo, CFK sigue siendo uno de los soles alrededor del cual orbitan otros planetas. Senadora electa con el 38% de los votos, sus decisiones políticas y sus declaraciones públicas –o sus silencios– despiertan adhesiones y acuerdos, pero también réplicas, malestar y rechazo. En otras facciones del peronismo se preguntan si la creación de Unidad Ciudadana contribuirá a la unificación de un arco amplio opositor, con eje en el espacio nac-pop y el PJ, o terminará siendo un factor más de fragmentación. Pero la galaxia del justicialismo también tiene otros protagonistas.

En el Parlamento, el senador Miguel Pichetto pugna por sostener su rol de articulador entre los gobernadores y el Ejecutivo. El rionegrino llegó a decir que Cristina encabezaba «un proyecto de centro-izquierda» mientras que el justicialismo, «históricamente», representa «una posición de centro-nacional». 

El gobernador de Tucumán, Juan Manzur, administra la provincia más poblada que gestiona el peronismo. Hace diez días, Manzur y Pichetto compartieron una cena reservada en el gremio de Sanidad con el triunvirato de la CGT, Héctor Daer, Juan Carlos Schmid y Carlos Acuña. Allí analizaron el paquete de reformas que impulsa el oficialismo, pero también conversaron del futuro del PJ.   

Entre las personalidades emergentes de esta coyuntura asoma, desde la provincia de Buenos Aires, el intendente de Merlo, Gustavo Menéndez. El «Tano», como lo llaman sus allegados, cuenta con chances de ser el nuevo titular del PJ bonaerense. Su tarea de esta etapa ha sido, según él mismo cuenta, «ir a buscar a (Diego) Bossio, a Florencio (por Randazzo), a Sergio (por Massa)» y si ellos se mostraban reacios «ir a buscar a sus segundas líneas». Otros nombres que se mencionan como importantes en el intento de tejer lazos, con la misión de reparar las fracturas internas, son el legislador del Parlasur Jorge Taiana y el diputado Felipe Solá. 

La actualidad del universo nac-pop presenta varias dificultades que complejizan la búsqueda de la unidad: los analistas del peronismo mencionan, como riesgo, una suerte de conversión del peronismo kirchnerista en «el partido de la 3ª sección electoral» (sur del GBA); la incompatibilidad de las necesidades de una figura parlamentaria y líder de opinión pública que representa al principal espacio de oposición (por Cristina), frente a las lógicas menos confrontativas de quienes gobiernan territorios y tienen que negociar con la Casa Rosada. Otro ingrediente que conspira contra la unidad es la afinidad ideológica –con el riesgo acechante de una asimilación– que exhiben algunos dirigentes del PJ ante el neoliberalismo temporalmente exitoso de Cambiemos.

Con este rompecabezas a modo de disparador, Tiempo consultó a cinco dirigentes de extracción peronista sobre cuáles deberían ser las prioridades para iniciar un reagrupamiento. Contestaron el propio Solá, Menéndez; el intendente de Resistencia, Jorge Capitanich; el diputado del Parlasur y exembajador en el Vaticano, Eduardo Valdés; y el concejal electo de Lanús, Edgardo Depetri. «Lo más importante hoy es garantizar el principio de contradicción: si hay oficialismo debe haber oposición. Y para construir esa oposición hay que establecer un acuerdo programático de una centroizquierda progresista y popular. Y eso será posible con coherencia, si sos opoficialismo, esa contradicción desaparece. Los que no entiendan eso, van a ir a una debacle electoral», vaticinó Capitanich. 

«Lo más importante es el realismo, sobre todo si acabás de perder la batalla de Maipú. Cualquier actitud que hable de ‘traidores’ o de ‘boludos que siguen a Cristina’ será letal para el futuro. Hoy hay algo que los dirigentes pueden profundizar, o no: un profundo deseo de unidad. Que está creciendo de abajo hacia arriba. Unir al peronismo es un discurso entre dirigentes. Unir a la oposición es una necesidad de la gente», subrayó Solá. «Tenemos que tener más amplitud para construir y que las rencillas queden enterradas en el pasado. Hoy la centroderecha está cooptada y capitalizada por Cambiemos. Como peronistas, tenemos una mirada más social. Tenemos que salir a convencer otra vez a la clase media», afirmó Menéndez. «Hay que reconstruir la alianza social que llevó a que Cristina sacara el 54% en 2011 cuando estaba el movimiento obrero», planteó Valdés. «La clave es construir una gran fuerza, con mucha más diversidad y aceptando diferencias, y en función de la construcción de un programa», exhortó Depetri. «