Cuesta encontrar a un número uno del deporte de cualquier época que haya interpelado tanto a la sociedad como Muhammad Ali. Su trascendencia superó largamente los límites del boxeo y las reacciones a sus actitudes dejaron al desnudo las miserias de diferentes actores.
Van algunos ejemplos. En un país atravesado por las discusiones étnicas como lo era Estados Unidos en los años 60, la conversión de Cassius Clay al islamismo fue un fortísimo espaldarazo a los reclamos de las minorías religiosas que el poder no quería atender. Los negros lo tomaron como esperanza de reivindicación de su raza y dirigentes como Malcolm X lo aprovecharon políticamente. El gobierno blanco, temeroso de ver naufragar su beligerante política internacional, lo inhabilitó para pelear y lo condenó a la cárcel por negarse a ir a Vietnam.
El mundo del boxeo lo consideró poco menos que un bocón hasta que le arrebató el título mundial de los pesados (por entonces, la categoría donde se dirimía la gloria) a Sonny Liston, en 1964. En años siguientes, oscuros promotores crecieron a la sombra de sus éxitos deportivos (Don King, Bob Arum) y no dudaron en presionar a los jurados de turno cuando en sus últimos años de carrera sus piernas ya no bailaban tan rápido para esquivar los golpes de jóvenes retadores. La televisión aprovechó la expectativa que generaban sus combates para dar los primeros pasos de uno de los negocios más lucrativos de finales del siglo: la transmisión de espectáculos deportivos en circuito cerrado con el método pay per view.
Los argentinos tampoco fuimos inmunes al fenómeno Ali. Cuando peleó con Bonavena en 1970, en nuestro país los ánimos estaban divididos entre quienes querían que ganara el pibe de barrio criado en las calles de Parque Patricios y los que esperaban que el estadounidense pusiera en vereda al grandote fanfarrón. Dos décadas y media después, el COI lavó las culpas de haber cedido a los dólares de la Coca Cola para celebrar el centenario de los Juegos Olímpicos eligiendo a un tembloroso y cincuentón Ali para encender el pebetero en Atlanta 1996. Sobre la relación entre el mal de Parkinson que ya lo aquejaba y los golpes recibidos arriba del ring podría encararse un debate que los amantes del boxeo no parecen muy afectos a abrir.
Todos ellos, de una u otra manera, mostraron la hilacha a la sombra del campeón. A la hora de revisar la historia, entonces, convendría ver no sólo lo que Ali realizó en el boxeo, sino lo que la sociedad hizo a partir de él.