Alberto Manguel, quien antes de ser el polémico director de la Biblioteca Nacional durante el gobierno de Macri fue un escritor que daba gusto leer, dijo en Una historia de la lectura que la sociedad no tiene un tiempo pensado para dedicarle a la lectura, que el tiempo del lector es siempre un tiempo robado a otras actividades. 

Por eso, la lectura siempre está asociada a los feriados y a las vacaciones. Para estas últimas siempre se reservan los libros largos, esos volúmenes de 500 páginas que no son aptos para leer en el transporte público y exigen una entrega mental difícil de lograr cuando estamos urgidos por los requerimientos cotidianos. 

Para este fin de semana largo, una antología de cuentos es una buena elección, ya que permite entrar y salir de la lectura y, al mismo tiempo, leer a diversos autores. Por eso Edhasa acaba de publicar La pasión y el perdón. Antología de cuentos religiosos elegidos por la escritora y periodista Silvia Puente. Por sus páginas desfilan autores de la talla de Graham Greene, Nathaniel Hawthorne, Augusto Monterroso, Juan Rulfo, Marcel Schwob, León Tolstoi, Léon Bloy, James Joyce, Péguy, G.K Chesterton, Antón Chejov y Ray Bradbury. 

Es casi un lugar común decir que los criterios de elección de una antología son siempre arbitrarios y es cierto, pero esto no hace más que agregarle valor, ya que el material antológico viene “recomendado” –por Silvia Puente en este caso- y responde a un gusto personal y a una idea también personal sobre cómo hacer un libro equilibrado que logre un buen paneo general sobre un tema específico. 

 El editor del libro advierte en el prólogo de La pasión y el perdón: “Los cuentos reunidos en este volumen abrevan en la religión, en sus mandatos, sus paradojas y sus interdicciones, para acceder a la deidad literaria. Es atinado considerarlos religiosos si por ello entendemos los misterios, la sensibilidad y los interrogantes que el sentimiento religioso expresa y acaso crea. Pero no debería esperarse páginas donde la literatura se viste con las prendas de la fe, ni la expresión litúrgica por medio de la ficción. Es algo mucho más rico que eso.” 

En efecto, el tema no es la religión en sí, sino los sentimientos que promueve como doctrina, desde la culpa al castigo divino. Como decía Ítalo Calvino, existe un preámbulo de la lectura que consiste en sopesar el libro a través de los autores que figuran en la tapa, la orientación que suele brindar la contratapa y la solapa biográfica del compilador en este caso. Una vez metidos de lleno en el libro, la antología tiene una ventaja sobre el resto: permite al lector establecer su propio orden de lectura de acuerdo a sus preferencias y convertirse de este modo, sin saberlo, en un editor. El juego de alterar el orden establecido tiene su costado fascinante, por eso hace tantos años que Julio Cortázar lo propuso en Rayuela.

Empezar por la página 127 es una excelente elección. Precisamente en esa página comienza el cuento de Juan Rulfo “Talpa”, que forma parte de El llano en llamas y que es un gusto releer. A Rulfo le bastaron sólo dos libros para crear un mundo propio a través de una prosa tan personal que si no figurara su nombre, los lectores igual reconocerían su autoría en “Talpa”. 

Desde Rulfo se puede ir hacia atrás, a la página 29, donde comienza el texto de Marcel Schwob (1867-1905) “Empédocles, supuesto dios”. El autor es considerado el padre espiritual de Borges y de muchos escritores, incluido Roberto Bolaño. «En todas partes del mundo –escribió alguna vez Borges- hay devotos de Marcel Schwob que constituyen pequeñas sociedades secretas». 

Su libro más conocido es la pequeña joya Vidas imaginarias en el que se basa en personajes reales para escribir alucinantes biografías inventadas. Nada más borgeano que ese gesto, por eso Borges es en gran parte el responsable de que Schwob estuviera en las librerías de Buenos Aires ya en la década del 40. Por supuesto, cada lector tiene la libertad de comenzar a leer por donde más le guste según las resonancias que despierte en él cada uno de los autores que integran la antología.

 Para aquellos que piensen ocupar el fin de semana básicamente en la lectura, la última novela de Javier Cercas, El monarca de las sombras, es una excelente elección. Tiene 281 páginas que se leen con avidez. Cercas, español, se catapultó a la fama en Argentina (y es probable que en muchos otros países incluido el suyo) con Soldados de Salamina

En El monarca de las sombras cuenta la historia de Manuel Mena que en 1936 se incorporó al ejército de Franco y murió en la batalla del Ebro. Mena, quien era considerado un héroe por su familia, era tío abuelo de Cercas, un dato que no es menor. 

Pero es bueno salir de la mesa de novedades para referirse a un libro que, publicado originalmente en 1965, se ha convertido en un texto de culto gracias a la eficacia de la publicidad boca a boca y va por la quinta edición Todo el que lo lee lo recomienda. Javier Daulte se cuenta entre sus devotos lectores. Se trata de Stoner, una novela de John Williams que Ian McEwan considera “un descubrimiento maravilloso para todos aquellos que aman la lectura.” 

Su protagonista es William Stoner, quien nació en una familia campesina muy pobre, lo que lo obligó a trabajar desde chico en tareas agrícolas. Cuando tuvo la edad para hacerlo fue a la universidad para seguir una carrera agraria. De este modo pensaba hacer rendir más el pequeño e infertil lote de su familia. Pero allí se encontró con la literatura y abandonó la carrera agraria sin decírselo a sus padres para dedicarse a ella. Se convirtió así en profesor, una tarea en la que se refugió de las muchas amarguras que tuvo en su vida.

 Las editoriales ofrecen tantas opciones de lectura que es muy fácil desorientarse llegado el momento de elegir. Pero seguro que ninguno de estos tres libros decepcionará a los lectores.