Por si hiciera falta, Mauricio Macri ha señalado que la pobreza aumentará, que la producción caerá y que la inflación se mantendrá. Eso sí, apenas antes de volver a retomar el camino hacia el paraíso.

O sea que alguna cosa está clara. Al menos, la primera parte del discurso.

¿Por qué llegamos a esto? Por la herencia recibida. Porque este gobierno de y para financistas se encontró con la monumental torta de bacanal que dejó Cristina Kirchner: Accedió al poder en un país con menor deuda externa que casi todo el mundo desarrollado o de ingresos intermedios.

Un grupo de personas que nunca agregó valor a una cadena productiva, sino que especuló con dinero para hacer dinero, se abalanzó sobre semejante botín, aliados a los principales centros financieros del mundo y del país y comenzó a tomar deuda en continuado. Dio lo mismo usarla para pagar equipos importados –lo cual tendría sentido– que asfaltar una calle o pagar los sueldos públicos, lo cual es tan equivocado, que resulta avieso. Durante dos años se cobraron comisiones por cada nuevo pagaré emitido; se armó varias veces la bicicleta para entrar y salir del peso hacia el dólar y viceversa; se eliminaron todos los mecanismos para regular la compra o venta de divisas, así como el flujo a través de las fronteras.

Copiando el chantaje de los grandes bancos del mundo central a sus propios gobiernos, cuando se llegó al nivel actual de deuda, le plantearon al FMI que Argentina era muy importante para caer y que debía seguir cebando la bomba de la deuda, para reabrir el casino.

El FMI hizo lo acostumbrado. Exigió que los acreedores financieros sean prioridad y para eso cualquier erogación debe subordinarse a esa premisa. Tan banales son los financistas que nos gobiernan que, en menos de tres meses, incumplieron sus compromisos y ahora los obligan a apretar más y más las clavijas.

Al FMI y a ellos los une el desinterés por todo lo que no sean los flujos financieros. La condición de la gran mayoría de los argentinos se deterioró y nos avisan que así seguirá. Es que cuando se piensa en términos financieros se transita por un espacio de suma cero. Lo que gana alguno – hoy los bancos nacionales y extranjeros– lo pierden otros -todo el pueblo argentino– porque no se agrega valor, sino que se transfiere de unos a otros.

Con esas metas y ese contexto, en que el Banco Central es una mesa de dinero gigantesca a la que lo único que le interesa es pulsear con los compradores y vendedores de dólares, todo el discurso restante es fuego de artificio. Hasta nos dicen que eliminarán el déficit primario, cosa que ni a Alemania o a Suiza les preocupa, porque no es por sí mismo una señal de salud económica, pero lo que no dicen es que el déficit global, que incluye el pago de intereses por deuda no para de aumentar y supera cualquier momento del período 2003-2015, por caso.

El plan anunciado –la palabra plan le queda grande– es más de lo mismo. Rompen o debilitan sus alianzas con los grupos extractivistas para rascar el fondo de la lata y cerrar el déficit primario, a la vez que prevén repartir más comida o subsidios sociales, que es como imaginan que los que ya no tienen ni una moneda en el bolsillo, dejarán las góndolas en su lugar.

La realidad y sus opciones son más simples de lo que parece. O dejamos que los mercados financieros y sus operadores en el gobierno nos sigan vaciando los bolsillos en nombre de la libertad de mercados; o se regula el flujo de divisas por cualquier concepto, junto con la relación entre salarios y precios de los productores concentrados, incluyendo obviamente los servicios públicos, con transparencia, explicando cada paso y marcando quien gana y quien perdería en cada alternativa. A un gobierno popular habría que reclamarle además la recuperación del mercado interno y el reordenamiento completo del sistema financiero, pero hoy esto suena a utopía.

Lo que este gobierno hace con las divisas, que es el bien escaso por naturaleza en nuestra economía, es equivalente a que una empresa embotelladora de agua tomara el control de un oasis en el desierto e invitara a la gente a hacer lo que quiera con la vertiente. Después del previsible agotamiento de la fuente, la empresa habilitaría sus depósitos de agua importada, teniendo del cuello a toda la población.

Lo escaso se regula con pautas comunitarias. Si no es así, muchos pierden. Incluso pagan con la vida.