Parado sobre el terreno de juego del Ramón Sánchez Pizjuán, pocos minutos antes de que empezara el partido, Sergio Ramos tenía toda la Bombonera de Nervión para mirar pero decidió tomarse algunos segundos para romper su clásico gesto hosco y guiñarle su ojo derecho a Jorge Sampaoli, quien a unos 20 metros a su derecha, en el área técnica, parpadeaba más ágil, preso de su obsesión ante tamaño desafío. Real Madrid hacía 40 partidos que no perdía y Sevilla, en plena revolución pero con la eliminación de la Copa del Rey todavía muy fresca, encendía los motores ante su gente, enceguecido por recortar la diferencia, embravecido por la venganza.

El capitán madridista, hombre de Andalucía, después del sorteo previo se acercó al entrenador argentino y, en una escena que recorrió el mundo, le dijo al oído que «viva la gente con huevos, tú eres uno», en lo que fue una devolución de gentilezas luego de que el propio Sampaoli, durante la semana, mediara entre ambas partes y tratara de bajarles el ánimo a los hinchas en su cruzada por maldecir al defensor. En Casilda, a 9704 kilómetros, eran las 16:42 y muchos se acababan de despertar de la siesta.

Sampaoli, mientras esbozaba media sonrisa, bajó la mirada y se quedó pensando, sobrepasado por la emoción. Estaba impactado por lo que había sucedido. Su cabeza parecía un motor en pleno funcionamiento, en busca de decodificar la escena. Pero en el gesto de Ramos había otro tipo de reconocimiento: el casildense, a fuerza de trabajo y buenos resultados, se hizo del respeto del fútbol mundial. Su método, después de décadas de perfeccionamiento, se ganó un lugar en el Viejo Continente. Tanto, que ya se habla de que el Barcelona, que cada vez se aleja más del gen catalán, pretende contratarlo para recuperar apenas algo de lo que alcanzó con Pep Guardiola. Incluso, una semana después de que lo contratara el Sevilla, desde la AFA le ofrecieron la Selección Argentina. Pero ya era tarde.

¿Es Sampaoli el indicado para llegar a Barcelona? Su estilo lo acredita, pero su breve historial en el fútbol europeo, sumado a que los extranjeros en Cataluña son al principio mirados de costado, no le daría margen de error. Pero en lo más importante, que es su manera de trabajar, sí existe una estrecha relación entre Sampaoli y la institución culé. Por eso, durante los últimos días, Sampaoli se convirtió en uno de los candidatos para remplazar a Luis Enrique en el caso de que no renueve su contrato, que termina a mitad de año. Lo que más seduce al Barcelona es la importancia que le da el entrenador argentino a las formas. En su cabeza, el cómo resulta una arista medular. Lo que ocurrió en el Sevilla es una muestra de eso.

Sampaoli llegó a un equipo que tenía un estilo marcado -con una sólida base en el sufrimiento- y que venía de ganar varios títulos con Unai Emery, pero sin embargo logró mantener los buenos resultados pero de otra manera. Una de las cuestiones que más le preocupaba era que sus hombres disfrutaran. Y ahora, aunque todavía no ganó ningún título -apenas lleva seis meses en el cargo-, el equipo juega a otro ritmo. El latido es distinto.

En su método, la imaginación y el talento mandan. Y la agresividad no se negocia. El amateurismo, dentro de un ámbito profesional, es una de las claves. Les da libertades a sus jugadores para que puedan y se animen a decidir sobre el terreno. De lo contrario, según cree, los futbolistas se vuelven dependientes de lo que les digan desde el banco y Sampaoli, justamente, lo que quiere es que durante el duelo resuelvan sus hombres, basándose en todo lo que trabajaron.

Conduce desde la cercanía, a diferencia de lo que suele hacer Marcelo Bielsa, uno de sus referentes, pero eso no implica que sea amigo de los jugadores. Es muy exigente, exprime a su plantel, pero no lo asfixia. Es muy frontal en cuanto a sus indicaciones y su mensaje es diagramado según cada receptor: no todos necesitan que les hablen de la misma manera. Su energía, aunque siempre está al límite, no lo lleva al enojo.

La idea de juego es siempre la misma, pero la forma, es decir los sistemas, varían según el rival, el momento y la situación. Es un conductor natural, muy intuitivo y perceptivo. Todo un observador. Los entrenamientos son intensos, no muy largos y específicos. Pero su método, aunque parezca nuevo, empezó a construirse hace tiempo.

Empotrada al sur de Santa Fe, Casilda es la capital provincial de la miel y el suelo de Sampaoli. Apenas supera los 35 mil habitantes y se ubica entre lo que podría conocerse como una ciudad chica o un pueblo grande, con su plaza, su iglesia, su municipalidad, su banco, su bulevar, sus clubes, sus bares, su heladería. Casilda es la fuente de inspiración de Sampaoli, el lugar donde el entrenador de este Sevilla escolta aprendió mucho de lo que sabe.

A diferencia de otros entrenadores exitosos, Sampaoli hizo carrera en la zona, desde abajo, y sin las facilidades que suelen tener aquellos que se destacaron como futbolistas. Aunque llegó a jugar en las inferiores de Newell’s, una lesión lo obligó a retirarse muy temprano. Una rotura de tibia y peroné fue la chispa que apuró sus plazos: mientras sus compañeros seguían jugando al fútbol, él forjaba su sueño de entrenador.

Tras ocho años en ligas regionales y en Argentino de Rosario, Sampaoli salió del país para buscar un quiebre en su carrera. Llegó a Perú. Pero el cambio estaría en Chile, en la Universidad de Chile, donde ganaría una Copa Sudamericana, tres torneos de Primera División y una Copa local. Era momento de subir un escalón más. En 2012 fue contratado por la selección chilena, donde corrigió a tiempo el rumbo errático del equipo y lo llevó al Mundial 2014. En Brasil, Chile alcanzó los octavos de final y estuvo muy cerca de eliminar al local: recién cayó en los penales. Un año más tarde el seleccionado trasandino ganaría su primera Copa América, tras derrotar a Argentina en la final. En el mundo ya se hablaba de Sampaoli. Sevilla, entonces, decidió contratarlo a mediados del año pasado, club en el que está desatando una revolución. El reconocimiento de Sergio Ramos, capitán del Madrid, fue un síntoma de eso. «