Las 144 horas que faltan para que se conozcan los candidatos de las listas de los frentes electorales estarán cargadas de ansiedad. En la estratégica provincia de Buenos Aires ninguna fuerza dio un nombre definitivo. Ni Cristina Fernández, ni Esteban Bullrich, ni Sergio Massa, ni Florencio Randazzo, están confirmados. Es de suponer que no habrá demasiadas sorpresas y que entre estas figuras estarán los protagonistas de la elección.
La novedad más fuerte de la última semana fue la división del peronismo bonaerense, aunque todavía hay intendentes que le mandan señales a Florencio Randazzo para que se incorpore al frente Unidad Ciudadana que presentó CFK. La división del adversario siempre le conviene  a quien preserva la cohesión. Así fue con la fragmentación opositora durante los años del kirchnerismo. La regla no va a cambiar porque ahora los actores estén en distintos lados del mostrador.

En los últimos días circularon análisis que muestran un exceso de euforia en quienes ven en el peronismo la concentración de todos los males. Se comenzó a predecir el «fin del justicialismo», o, con más elegancia, la llegada de «su  2001». La lectura deja de lado elementos demasiado contundentes. El justicialismo sufrió después de 2001 la misma fragmentación que el universo no peronista. Por ejemplo: en las elecciones de 2003, bajo el gobierno de Eduardo Duhalde, del tronco radical hubo tres candidatos: el histórico Leopoldo Moreau, la entonces progresista Elisa Carrió y el ultra neoliberal Ricardo López Murphy. El tronco peronista presentó el mismo nivel de división y de diversidad ideológica. Llevó tres figuras: Carlos Menem; Néstor Kirchner; y Adolfo Rodríguez Saá. Fue Menem el que ganó la primera vuelta con 24 puntos, lo que muestra el nivel de dispersión que había en el electorado. Es decir: el peronismo  tuvo su 2001 en el mismo período que el resto.

No se trata de cuántos candidatos haya. Se trata de los niveles de adhesión que pueda concentrar una expresión política. Hace ya muchos años que la sociedad no vota a los partidos sino a los dirigentes, más allá de la valoración que pueda tenerse de este fenómeno. Sin ese elemento, sería imposible explicar que el líder de un partido municipal esté hoy sentado en la Casa Rosada.

Esta larga introducción busca dar el marco necesario para comprender los números que arrojó la última encuesta de la consultora Dicen, dirigida por Hilario Moreno, a la que tuvo acceso exclusivo Tiempo Argentino. Las cifras muestran que el «voto peronista», «kirchnerista», «del FpV», como se lo quiera llamar, no es tan sencillo de dispersar si Cristina Fernández está en el escenario. La fragmentación dirigencial no se traduce en una fragmentación del electorado, justamente porque no es 2001.

El sondeo de casi 900 casos se realizó entre el 10 y 11 de junio. Los datos que arrojó fueron: la fórmula de Cristina y Daniel Scioli mide 40% de intención de voto; la de Esteban Bullrich y Gladys González tiene 25; la de Sergio Massa y Margarita Stolbizer ronda los 15; la de Florencio Randazzo y Julián Domínguez tiene 7,6; Néstor Pitrola y Jorge Altamira tienen 3% ; y los indecisos son el 8 por ciento.

Un dato clave es el caudal que preserva el ex FpV. No está muy lejos de los 38 puntos que logró Scioli en territorio bonaerense en las elecciones presidenciales de octubre de 2015. Con esta comparación  como base, caben dos preguntas: ¿hay algún motivo para que los votantes del FpV de octubre de 2015 hayan modificado su preferencia? ¿Qué política del gobierno puede haber torcido esa voluntad? Los números de Hilario Moreno indican que la respuesta es simple: ninguna.

Hay otros datos para destacar. Si se compara esta medición con la que la misma consultora realizó en el mes de mayo, la dupla de Cambiemos, Bullrich-González, trepó varios escalones. Subió cerca de cinco puntos. Se está acercando sostenidamente a los 30 que el gobierno dice que tiene Cambiemos más allá de quién sea el candidato. La tendencia que muestra los sondeos de Dicen confirmaría que la lectura del oficialismo es acertada, teniendo en cuenta que todavía no empezó la campaña electoral.

Los 15 puntos de Massa deberían indicar que el tigrense, al igual que kirchnerismo y Cambiemos, podría acercarse a sus valores de 2015, cuando sacó 20 por ciento. Sin embargo, mirando las encuestas anteriores, la tendencia indica que está en retroceso. El fenómeno se explica en parte por el nuevo bailarín en el escenario, Florencio Randazzo. El director de Dicen sostiene que los siete puntos del exministro no han hecho demasiado daño en el caudal de CFK, pero sí en el Frente Renovador.

«La candidatura de Randazzo cosecha votos de la callecita del medio –remarcó Moreno–. Suma adhesión en los sectores que no se sienten cómodos en la polarización entre el kirchnerismo y el macrismo. Por eso le genera más problemas a Massa que a Cristina. La base electoral kirchnerista se queda casi monolíticamente en el frente político de CFK. El impacto de Randazzo en esa base existe, pero es marginal. Si se tratara de un divorcio, podría decirse que Cristina se quedó con la casa, el auto, los chicos, y que el Flaco se llevó un televisor blanco y negro.»

Respecto del Frente de Izquierda, la medición indica que lograría tres puntos en la Provincia con la candidatura de Néstor Pitrola, lo que le permitiría pasar el piso puesto por la ley electoral. Este dato también coincide con octubre de 2015, una elección que hay que mirar aunque ponga en crisis algunas euforias.  «